Antes de anunciar el nombramiento de 13 nuevos cardenales, entre ellos el del padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, Francisco comentó en el Angelus de este domingo el evangelio del día, con el mandamiento del amor: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente... Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mt 22, 37-39).
"Jesús establece dos fundamentos esenciales para los creyentes de todos los tiempos, dos principios fundamentales de nuestra vida", comentó el Papa: "El primero es que la vida moral y religiosa no puede reducirse a una obediencia ansiosa y forzada, sino que debe tener como principio el amor.
»El segundo fundamento es que el amor debe dirigise conjunta e inseparablemente a Dios y al prójimo". Ésta es una de las principales novedades de la enseñanza de Jesús, "y nos hace comprender que no es auténtico amor a Dios aquel que no se expresa en el amor al prójimo; y, del mismo modo, que no es verdadero amor al prójimo el que no procede de la relación con Dios".
Por tanto, "todos los preceptos que el Señor ha dado a su pueblo deben ponerse en relación con el amor a Dios y al prójimo".
El amor de Dios se expresa sobre todo en la oración, "en particular en la adoración", subrayó Francisco: "Descuidamos mucho la adoración a Dios. Rezamos para dar gracias, para pedir algo... pero descuidamos la adoración. Y adorar a Dios es el núcleo de la oración".
Por su parte, el amor al prójimo, "también llamado caridad fraterna", consiste en "estar cerca del otro, escucharle, compartir con él, atenderle": "¡Cuántas veces pasamos de escuchar a alguien porque nos aburre o porque me quita tiempo, o de acompañarle en sus dolores, en sus pruebas...! ¡Pero para cotillear siempre encontramos tiempo, siempre! No tenemos tiempo para consolar a los afligidos, pero sí para charlatanear..."
"Dios es la fuente viva del Amor", recordó al concluir sus palabras, y a Dios hay que amarle "en una comunión que nada ni nadie puede romper". Una comunión que hay que invocar todos los días, pero que debe ser también "un empeño personal, para que nuestra vida no se deje esclavizar por los ídolos del mundo. Y la prueba de nuestro camino de conversión y de santidad es siempre el amor al prójimo... La prueba de que amo a Dios es que amo al prójimo. Mientras haya un hermano a quien cerremos nuestro corazón, estaremos aún lejos de ser discípulos como nos pide Jesús.