Francisco celebró esta mañana en la basílica de San Pedro la misa en la solemnidad del Corpus Christi, en cuya homilía destacó el poder memorial y sanador de la Eucaristía. Posteriormente, en el Angelus ante los fieles congregados en la Plaza, destacó el doble efecto que el sacramento produce en el cristiano, uno místico y otro comunitario.
Ante medio centenar de fieles y otros tantos partícipes en la ceremonia, con el templo casi vacío por las limitaciones de aforo en prevención de contagios, el Papa destacó que Dios quiere que nos acordemos de Él: "La Sagrada Escritura se nos dio para evitar que nos olvidemos de Dios", dijo, además de "las maravillas y prodigios que el Señor ha hecho en nuestras vidas".
Pero, además de eso, el Señor nos dejó un "memorial" real con su Presencia, que es la Eucaristía: "No nos dejó sólo palabras, porque es fácil olvidar lo que se escucha. No nos dejó sólo la Escritura, porque es fácil olvidar lo que se lee. No nos dejó sólo símbolos, porque también se puede olvidar lo que se ve. Nos dio, en cambio, un Alimento, pues es difícil olvidar un sabor. Nos dejó un Pan en el que está Él, vivo y verdadero, con todo el sabor de su amor".
"La Eucaristía no es un simple recuerdo, sino un hecho", insistió, y "en la Misa, la muerte y la resurrección de Jesús están frente a nosotros... No podemos prescindir de ella, es el memorial de Dios. Y sana nuestra memoria herida".
Sana también "la memoria herida por la falta de afecto y las amargas decepciones recibidas de quien habría tenido que dar amor pero que, en cambio, dejó desolado el corazón": "Dios puede curar estas heridas, infundiendo en nuestra memoria un amor más grande: el suyo. La Eucaristía nos trae el amor fiel del Padre, que cura nuestra orfandad".
Además, sana "nuestra memoria negativa", esa que "hace aflorar las cosas que están mal y nos deja con la triste idea de que no servimos para nada, que sólo cometemos errores, que estamos 'equivocados'. Jesús viene a decirnos que no es así. Él está feliz de tener intimidad con nosotros y cada vez que lo recibimos nos recuerda que somos valiosos: somos los invitados que Él espera a su banquete, los comensales que ansía".
Francisco recordó que, si Jesucristo desea esa intimidad, es porque "sabe que el mal y los pecados no son nuestra identidad; son enfermedades, infecciones. Y viene a curarlas con la Eucaristía, que contiene los anticuerpos para nuestra memoria enferma de negatividad".
Por eso, "con Jesús podemos inmunizarnos de la tristeza... Esta es la fuerza de la Eucaristía, que nos transforma en portadores de Dios: portadores de alegría y no de negatividad. Podemos preguntarnos: Y nosotros, que vamos a Misa, ¿qué llevamos al mundo? ¿Nuestra tristeza, nuestra amargura o la alegría del Señor? ¿Recibimos la Comunión y luego seguimos quejándonos, criticando y compadeciéndonos a nosotros mismos? Pero esto no mejora las cosas para nada, mientras que la alegría del Señor cambia la vida".
No solo nos la cambia a nosotros, sino a quienes nos rodean, pues "las heridas que llevamos dentro no sólo nos crean problemas a nosotros mismos, sino también a los demás. Nos vuelven temerosos y suspicaces; cerrados al principio, pero a la larga cínicos e indiferentes. Nos llevan a reaccionar ante los demás con antipatía y arrogancia, con la ilusión de creer que de este modo podemos controlar las situaciones. Pero es un engaño, pues sólo el amor cura el miedo de raíz y nos libera de las obstinaciones que aprisionan. Esto hace Jesús, que viene a nuestro encuentro con dulzura, en la asombrosa fragilidad de una Hostia".
La homilía concluyó afirmando que la Misa "es el tesoro al que hay dar prioridad en la Iglesia y en la vida" e invitanto a que "redescubramos la adoración, que continúa en nosotros la acción de la Misa. Nos hace bien, nos sana dentro".
Dejarnos convertir a Cristo y ayudar a los hermanos
Luego, en el Angelus, Francisco insistió en estas ideas al destacar "dos efectos del cáliz compartido y el pan partido: el efecto místico y el efecto comunitario".
El efecto místico "o espiritual" consiste en "la unión con Cristo, que se ofrece a sí mismo en el pan y el vino para la salvación de todos. Jesús está presente en el sacramento de la Eucaristía para ser nuestro alimento, para ser asimilado y convertirse en nosotros en esa fuerza renovadora que nos devuelve la energía y devuelve el deseo de retomar el camino después de cada pausa o después de cada caída". Pero esto exige "nuestra voluntad de dejarnos transformar, nuestra forma de pensar y actuar", pues de lo contrario "las celebraciones eucarísticas en las que participamos se reducen a ritos vacíos y formales".
El efecto comunitario consiste en "la comunión mutua de los que participan en la Eucaristía, hasta el punto de convertirse en un solo cuerpo, como lo es el pan que se parte y se distribuye. Somos comunidad, alimentados por el cuerpo y la sangre de Cristo". Por eso "no se puede participar en la Eucaristía sin comprometerse a una fraternidad mutua, que sea sincera" frente a "la tentación de la rivalidad, la envidia, los prejuicios, la división..." Solo con la Eucaristía es posible permanecer en la amistad de Jesús, añadió el Papa.
Hay que rezar por Libia
Tras esta meditación y la oración del Angelus, Francisco dedicó unas palabras a la "dramática situación" de Libia, que ha unido a la violencia y la actuación de las mafias los efectos de la pandemia: "La situación sanitaria ha agravado sus ya precarias condiciones, haciéndolos más vulnerables a las formas de explotación y violencia. Hay crueldad. Insto a la comunidad internacional, por favor, a que se tome en serio su difícil situación, identificando vías y proporcionando medios para proporcionarles la protección que necesitan, una condición digna y un futuro de esperanza".