“Invocamos la intercesión de la Virgen María, para que la constatación de nuestra temporalidad en la tierra y de nuestro límite no nos sumerja en la angustia, sino que nos haga volver a nuestra responsabilidad hacia nosotros mismos, hacia nuestro prójimo, hacia el mundo entero”, lo dijo el Papa Francisco en su alocución antes de rezar la oración mariana del Ángelus del Domingo en el cual la Iglesia celebra la Jornada Mundial de los Pobres y la Dedicación de las Basílicas de San Pedro y San Pablo.
La luz de Jesús, única y nueva, una luz sin fin
En el pasaje del Evangelio de este domingo, señala el Papa Francisco, el Señor quiere instruir a sus discípulos sobre los acontecimientos futuros. “No se trata en primer lugar de un discurso sobre el fin del mundo – afirma el Papa – sino más bien es una invitación a vivir bien en el presente, a estar atentos y siempre listos para cuando se nos llame a rendir cuentas de nuestra vida”.
Las palabras que Jesús dice en los versículos 24 y 25, señala el Pontífice, nos hacen pensar en la primera página del libro del Génesis, la historia de la creación: el sol, la luna, las estrellas, que desde el principio de los tiempos brillan en su orden y traen luz, signo de vida, aquí – precisa el Papa – se describen en su decadencia, mientras se hunden en la oscuridad y el caos, es un signo del fin. “En cambio, la luz que brillará en ese último día será única y nueva: será la luz del Señor Jesús que vendrá en la gloria con todos los santos. En ese encuentro veremos finalmente su rostro en la plenitud de la luz de la Trinidad; un rostro radiante de amor, ante el cual todo ser humano se manifestará también en total verdad”.
La meta de la humanidad: el encuentro definitivo con el Señor
Por ello, el Papa Francisco invita a reflexionar que la historia de la humanidad, como la historia personal de cada uno de nosotros, no puede entenderse como una simple sucesión de palabras y hechos que no tienen sentido. Tampoco puede interpretarse a la luz de una visión fatalista, como si todo estuviera ya establecido según un destino que quita cualquier espacio de libertad, impidiéndonos tomar decisiones que son el resultado de una decisión real.
“En el Evangelio de hoy – señala el Pontífice – Jesús dice que la historia de los pueblos y la de los individuos tiene un fin y una meta que alcanzar: el encuentro definitivo con el Señor. No sabemos ni el tiempo ni la manera en que sucederá; el Señor ha reiterado que nadie sabe, ni los ángeles en el cielo ni el Hijo; todo se guarda en el secreto del misterio del Padre. Sabemos, sin embargo, un principio fundamental con el que debemos confrontarnos: El cielo y la tierra pasarán – dice Jesús – pero mis palabras no pasarán”. El verdadero punto central es éste, afirma el Santo Padre, en ese día, cada uno de nosotros tendrá que comprender si la Palabra del Hijo de Dios ha iluminado nuestra existencia personal, o si le ha dado la espalda y ha preferido confiar en sus propias palabras. Será más que nunca el momento de abandonarnos definitivamente al amor del Padre y de confiarnos a su misericordia.
Vivamos el presente con responsabilidad
Nadie puede escapar de este momento definitivo, precisa el Papa Francisco, pero la astucia que a menudo ponemos en nuestro comportamiento para dar crédito a la imagen que queremos ofrecer ya no servirá; de la misma manera, el poder del dinero y los medios económicos con los que pretendemos comprar todo y a todos, ya no pueden ser utilizados. “No tendremos con nosotros nada más que lo que hemos logrado en esta vida creyendo en su Palabra: todo y nada de lo que hemos vivido o dejado de hacer”.
Antes de concluir su alocución, el Papa Francisco invitó a que, invoquemos “la intercesión de la Virgen María, para que la constatación de nuestra temporalidad en la tierra y de nuestro límite no nos sumerja en la angustia, sino que nos haga volver a nuestra responsabilidad hacia nosotros mismos, hacia nuestro prójimo, hacia el mundo entero”.