El primer gran acto de Francisco durante su visita apostólica a Verona, capital de la provincia del mismo nombre en la región del Véneto, tuvo lugar en la basílica de San Zenón, donde le esperaban sacerdotes y consagrados.
El templo dedicado a este monje del siglo IV, obispo de la ciudad, es célebre porque en su cripta se produjo el desventurado matrimonio de Romeo y Julieta, dos de los personajes más célebres de Shakespeare.
En su discurso ante el cuerpo de San Zenón, que presidió el acto, el Papa reflexionó sobre dos puntos: la llamada de Dios a la vida consagrada y la audacia con la que hay que responder a ella.
Fidelidad a la llamada
"En el origen de la vida cristiana está la experiencia del encuentro con el Señor, que no depende de nuestros méritos o de nuestro compromiso", recordó Francisco, "sino del amor con el que Él viene a buscarnos, llamando a la puerta de nuestro corazón e invitándonos a una relación con Él".
El cuerpo de San Zenón presidió el encuentro de Francisco con los sacerdotes y consagrados. Foto: Vatican Media.
Y en el origen de la vida sacerdotal y consagrada tampoco "estamos nosotros, nuestros dones o algún mérito especial, sino que está la sorprendente llamada del Señor, su mirada misericordiosa que se ha inclinado sobre nosotros y nos ha elegido para este ministerio, aunque no seamos mejores que los demás".
Por esa "sorpresa" que supone la elección, Francisco pidió a los presentes no perder nunca "el asombro de la llamada" y, como ha insistido en numerosas ocasiones en encuentros similares, instó a los consagrados a recordar con frecuencia ese momento de sus vidas: "Sin esta memoria corremos el riesgo de agitarnos en torno a proyectos y actividades que sirven a nuestras propias causas más que a la del Reino; corremos el riesgo de vivir incluso el apostolado en la lógica de promocionarnos a nosotros mismos y de buscar el consenso, incluso buscando hacer carrera y esto es feísimo, en lugar de gastar nuestra vida por el Evangelio y por el servicio gratuito a la Iglesia".
Recordar esa "primera llamada" sirve, pues, para "tomar fuerzas", porque "a ninguno de nosotros cuando hemos empezado este camino el Señor nos ha dicho que todo seria bello, conformante, no. La vida está llena de alegría, pero también de momentos oscuros. Resistid".
Audacia en la misión
Pero hay que resistir con "audacia apostólica" para "atender las necesidades de los más marginados y los más pobres y de hacerse cargo de sus heridas", de lo que puso como ejemplo a los numerosos santos que dio Italia en el siglo XIX, con sus diversas formas de responder a las necesidades de la sociedad.
Del mismo modo, hoy también necesitamos "la inventiva de una Iglesia que sabe acoger los signos de los tiempos y responder a las necesidades de los que más luchan. Audacia, valentía, capacidad de comenzar, capacidad de arriesgarse. A todos, lo repito, a todos debemos llevar la caricia de la misericordia de Dios".
Francisco bendice a uno de los consagrados presentes desde una común postración física. Foto. Vatican Media.
Francisco hizo un inciso para aconsejar a los sacerdotes, en cuanto confesores, que "perdonen todo": "Por favor, no torturen a los penitentes... Perdonar sin hacer sufrir".
Y evocando una predicación de San Zenón contra la avaricia, dijo que existe el riesgo de que "el mal se convierta en 'normal'. Pero el mal no debe ser normal. En el infierno sí, pero aquí no. No nos acostumbremos a las cosas feas: 'Todo el mundo lo hace'… Y así nos convertimos en cómplices".