El próximo 13 de marzo se cumplirán 9 años desde que Francisco accedió al papado y en ese tiempo, la de San José es posiblemente la figura que más ha impregnado su práctica, enseñanzas y documentos.
En diciembre de 2020 celebró el 150 aniversario de la declaración del santo como patrono de la Iglesia Universal en la carta Patris Corde. En ella, Francisco declaró oficialmente la celebración del Año de San José desde el 8 de diciembre de 2020 y que concluyó hace unas semanas. Recientemente, ha continuado transmitiendo sus enseñanzas a través de un ciclo de catequesis sobre el santo para que sirvan "de guía y ayuda" para superar la presente "crisis global".
Tras reconocer en repetidas ocasiones esta devoción, el Papa Francisco ha destacado este jueves la importancia "decisiva" de San José en la historia de la Salvación, con motivo de la entrevista realizada por los medios de comunicación del Vaticano dirigidos por Andre Monda y Alessandro Gisotti que aquí transcribimos:
—Santo Padre, usted ha establecido un Año especial dedicado a San José, ha escrito una carta, la Patris Corde, y está llevando a cabo un ciclo de catequesis dedicadas a su figura. ¿Qué representa San José para usted?
—Nunca he escondido la sintonía que siento hacia la figura de San José. Su figura representa, de manera hermosa y especial, lo que debería ser la fe cristiana para cada uno de nosotros. José es un hombre normal y su santidad consiste precisamente en haberse convertido en santo a través de las circunstancias buenas y malas que ha debido vivir y afrontar.
No podemos tampoco esconder que a San José lo encontramos en el Evangelio como un protagonista importante de los inicios de la historia de la salvación. Los acontecimientos que rodearon el nacimiento de Jesús fueron difíciles, llenos de obstáculos, de problemas, de persecuciones, de oscuridad y Dios, para ir al encuentro de Su Hijo que nacía e el mundo le coloca al lado a María y a José. Si María dio al mundo el Verbo hecho carne, José lo defendió, lo protegió, lo alimentó, lo hizo crecer. En él podremos decir que está el hombre de los tiempos difíciles, el hombre concreto, el hombre que sabe asumir la responsabilidad.
En San José se unen dos características. Por una parte, su fuerte espiritualidad se traduce en el Evangelio a través de los relatos de los sueños; estos relatos atestiguan la capacidad de José para escuchar a Dios que habla a su corazón. Sólo una persona que reza, que tiene una intensa vida espiritual, puede tener también la capacidad de distinguir la voz de Dios en medio de las muchas voces que nos habitan. Junto a esta característica después hay otra: José es el hombre concreto, es decir, el hombre que afronta los problemas con extrema practicidad, y frente a las dificultades y a los obstáculos, no asume nunca la posición del victimismo. En cambio, se sitúa siempre en la perspectiva de reaccionar, de corresponder, de fiarse de Dios y de encontrar una solución de manera creativa.
—¿Esta atención renovada a San José en este momento de prueba tan grande asume un significado particular?
—El tiempo que estamos viviendo es un tiempo difícil marcado por la pandemia del coronavirus. Muchas personas sufren, muchas familias están en dificultades, muchas personas se ven asediadas por la angustia de la muerte, de un futuro incierto. En un tiempo tan difícil necesitamos a alguien que pueda animarnos, ayudarnos, inspirarnos, para entender cuál es el modo para saber afrontar estos momentos de oscuridad. José es un testimonio luminoso en tiempos oscuros.
—Su ministerio petrino inició precisamente el 19 de marzo, día de la fiesta de San José…
—He considerado siempre una delicadeza del cielo poder iniciar mi ministerio petrino el 19 de marzo. Creo que, de algún modo, San José me ha querido decir que continuaría ayudándome, estando junto a mí y yo podría continuar pensando en él como un amigo al que pedir que interceda y rece por mí. Pero ciertamente esta relación, que se da por la comunión de los santos, no sólo me está reservada a mí, creo que puede ser de ayuda para muchos. Por eso espero que el año dedicado a San José haya llevado a muchos cristianos a redescubrir el profundo valor de la comunión de los santos, una comunión concreta que se expresa en una relación concreta y tiene consecuencias concretas.
A lo largo de la entrevista, Francisco expresó por qué San José representa lo que debería ser la fe para todos los cristianos.
—¿Qué pueden recibir del diálogo con San José los hijos de hoy, es decir, los padres del mañana?
—No se nace padres, pero ciertamente todos nacemos hijos. Esta es la primera cosa que debemos considerar, es decir, cada uno de nosotros más allá de lo que la vida le ha reservado, es sobre todo un hijo, ha estado confiado a alguien, proviene de una relación importante que lo ha hecho crecer y que lo ha condicionado en el bien o en el mal.
Tener esta relación y reconocer su importancia en la propia vida significa comprender que un día, cuando tengamos la responsabilidad de la vida de alguien, es decir, cuando debamos ejercer una paternidad, llevaremos con nosotros la experiencia que hemos hecho personalmente. Y es importante entonces poder reflexionar sobre esta experiencia personal para no repetir los mismos errores y para atesorar las cosas hermosas que hemos vivido.
Jesús, por ejemplo, dice que Dios es Padre, y no puede dejarnos indiferentes esta afirmación, especialmente si pensamos en la que ha sido su personal experiencia humana de paternidad. Esto significa que José lo ha hecho tan bien como padre que Jesús encuentra en el amor y la paternidad de este hombre la referencia más hermosa para dar a Dios.
Podríamos decir que los hijos de hoy que se convertirán en los padres de mañana deberían preguntarse qué padres han tenido y qué padres quieren ser. No deben dejar que su papel paternal sea el resultado de la casualidad o simplemente la consecuencia de una experiencia pasada, sino que deben decidir conscientemente de qué modo amar a alguien, de qué modo responsabilizarse de alguien.
"Si María dio al mundo el Verbo hecho carne, José lo defendió, lo protegió, lo alimentó, lo hizo crecer".
—En el último capítulo de Patris Corde se habla de José como padre en la sombra. Un padre que sabe estar presente, pero dejando al hijo libre para crecer. ¿Es posible esto en una sociedad que parece premiar solo a quien ocupa espacios y visibilidad?
—Una de las características más hermosas del amor, y no solo de la paternidad, es, de hecho, la libertad. El amor genera siempre libertad, el amor nunca debe convertirse en una prisión, en posesión. Un buen padre lo es cuando sabe retirarse en el momento oportuno para que su hijo pueda emerger con su belleza, con su singularidad, con sus elecciones, con su vocación. La característica de José de saber hacerse a un lado, su humildad, que es también la capacidad de pasar a un segundo plano, es quizá el aspecto más decisivo del amor que José muestra por Jesús.
En este sentido es un personaje importante, esencial en la biografía de Jesús, precisamente porque en un momento determinado sabe retirarse de la escena para que Jesús pueda brillar en toda su vocación, en toda su misión. A imagen y semejanza de José, debemos preguntarnos si somos capaces de saber dar un paso atrás, de permitir que los que nos han sido confiados, encuentren en nosotros un punto de referencia, pero nunca un obstáculo.
—En varias ocasiones usted ha denunciado que la paternidad hoy está en crisis. ¿Qué se puede hacer, qué puede hacer la Iglesia, para devolver la fuerza a las relaciones padre-hijo, fundamentales para la sociedad?
—Cuando pensamos en la Iglesia pensamos en ella siempre como Madre y esto no es algo equivocado. También yo en estos años he tratado de insistir mucho en esta perspectiva porque el modo de ejercer la maternidad de la Iglesia es la misericordia, es decir, es ese amor que genera y regenera la vida. ¡No puede existir una Iglesia de Jesucristo si no es a través de la misericordia!
Pero creo que deberemos tener el valor de decir que la Iglesia no debería ser solo materna sino también paterna. Es decir, [la Iglesia] está llamada a colocar a los hijos en condiciones de asumir las propias responsabilidades, de ejercer la propia libertad, de hacer elecciones. El amor de Dios no se limita simplemente a perdonar, a sanar, sino que nos empuja a tomar decisiones, a despegar.
—A veces, el miedo, más aún en este tiempo de pandemia, parece paralizar este impulso…
—Sí, este periodo histórico es un periodo marcado por la incapacidad de tomar decisiones grandes en la propia vida. Nuestros jóvenes muy a menudo tienen miedo de decidir, de elegir, de ponerse en juego. Una Iglesia es tal no solo cuando dice sí o no, sino sobre todo cuando anima y hace posible las grandes elecciones. Y cada elección siempre tiene consecuencias y riesgos, pero a veces por el miedo a las consecuencias y a los riesgos permanecemos paralizados y no somos capaces de hacer nada ni de elegir nada.
Un verdadero padre no te dice que irá siempre todo bien, sino que incluso si te encontrarás en la situación en la que las cosas no irán bien podrás afrontar y vivir con dignidad también esos momentos, también esos fracasos. Una persona madura se reconoce no en las victorias sino en el modo en el que sabe vivir un fracaso. Es precisamente en la experiencia de la caída y de la debilidad como se reconoce el carácter de una persona.
Francisco destacó que el papel de San José fue "esencial" en la vida de Jesús al saber retirarse para que él brillase.
—Para usted es muy importante la paternidad espiritual. ¿Los sacerdotes cómo pueden ser padres?
—Decíamos antes que la paternidad no es algo que se da por descontado, no se nace padres, como mucho uno se convierte en ello. Igualmente, un sacerdote no nace ya padre, sino que debe aprenderlo un poco cada vez, a partir sobre todo del hecho de reconocerse hijo de Dios, pero también hijo de la Iglesia. Y la Iglesia no es un concepto abstracto, es siempre el rostro de alguien, una situación concreta, algo a lo que podemos dar un nombre bien preciso. Nuestra experiencia de fe surge siempre del testimonio de alguien.
Por tanto, debemos preguntarnos cómo vivimos nuestra gratitud hacia estas personas y, sobre todo, si conservamos la capacidad crítica de saber distinguir lo que no es bueno que ha pasado a través de ellas. Un buen padre espiritual lo es cuando no cuando sustituye la conciencia de las personas que se confían a él, no cuando responde a las preguntas que estas personas se llevan en el corazón, no cuando domina la vida de los que le han sido confiados, sino cuando de manera discreta y al mismo tiempo firme es capaz de indicar el camino, de ofrecer claves de lecturas diversas, ayudar en el discernimiento.
—¿Qué es más urgente hoy para dar fuerza a esta dimensión espiritual de la paternidad?
—La paternidad espiritual es muy a menudo un don que nace sobre todo de la experiencia. Un padre espiritual puede compartir no tanto sus conocimientos teóricos, sino sobre todo su experiencia personal. Sólo así puede serle útil a un hijo. Hay una gran urgencia, en este momento histórico, de relaciones significativas que podríamos definir como paternidad espiritual, pero -permítanme decir- también maternidad espiritual, porque este papel de acompañamiento no es una prerrogativa masculina o sólo de los sacerdotes. Hay muchas religiosas buenas, muchas consagradas, pero también muchos laicos que tienen una gran experiencia que pueden compartir con otras personas. En este sentido, la relación espiritual es una de esas relaciones que necesitamos redescubrir con más fuerza en este momento histórico, sin confundirla nunca con otras vías de naturaleza psicológica o terapéutica.