En la audiencia general de este miércoles en la Plaza de San Pedro, Francisco expresó el sentimiento que le embargó esta mañana tras recibir las cifras de muertos en Ucrania: "¡Es terrible! La guerra no perdona; la guerra es una derrota desde el principio", recordó. E invitó a no olvidar a Myanmar y a Israel y a Palestina -"que sufre ataques inhumanos"- antes de pedir por la paz y lamentar una vez más, como ha hecho otras veces, "un dato que debe asustarnos: las inversiones más rentables hoy en día son las fábricas de armas. ¡Se gana dinero con la muerte!".
El Espíritu Santo y el matrimonio
El núcleo de su catequesis consistió en exponer "algunas 'migajas' de la doctrina del Espíritu Santo" desarrollada por San Agustín para iluminar la vida cristiana y, en particular, el sacramento del matrimonio.
Francisco, con dos recién casados que le saludaron durante la audiencia.
La explicación sobre la Santísima Trinidad del obispo de Hipona "parte de la revelación de que 'Dios es amor' (1 Jn 4, 8)", pero "el amor presupone alguien que ama, alguien que es amado y el amor mismo que los une": Padre, Hijo y Espíritu Santo en una "unidad de comunión, de amor", donde el Espíritu Santo es "el vínculo" de esa unidad, la cual "es exactamente un 'solo cuerpo' resultante de una multitud de personas".
La analogía con el matrimonio es clara: "El matrimonio cristiano es el sacramento del hacerse don, el uno para la otra, del hombre y la mujer... La pareja humana es, por tanto, la primera y más básica realización de la comunión de amor que es la Trinidad".
El mal del divorcio y su solución
Francisco dedicó un párrafo muy elocuente sobre esa comunión y esa unidad entre los esposos: "Los cónyuges también deben formar una primera persona del plural, un 'nosotros'. Estar el uno ante el otro como un 'yo' y un 'tú', y estar ante el resto del mundo, incluidos los hijos, como un 'nosotros'. Qué hermoso es oír a una madre decir a sus hijos: 'Tu padre y yo...', como dijo María a Jesús, que tenía entonces doce años, cuando lo encontraron enseñando a los doctores en el templo; y oír a un padre decir: 'Tu madre y yo', casi como si fueran una única persona. ¡Cuánto necesitan los hijos esta unidad -'papá y mamá juntos'-, la unidad de los padres, y cuánto sufren cuando falta! ¡Cuánto sufren los hijos de padres que se separan, cuánto sufren!".
El Espíritu Santo es por eso quien ayuda a los esposos a reforzar o resucitar su "capacidad de entregarse". La unidad entre ellos no es "un objetivo fácil, y menos en el mundo actual, pero ésta es la verdad de las cosas tal y como el Creador las concibió y, por tanto, está en su naturaleza".
El matrimonio debe, pues, construirse sobre roca, no sobre arena: "Los matrimonios construidos sobre arena están, lamentablemente, a la vista de todos, y son sobre todo los hijos quienes pagan el precio". Construirlos sobre roca es dejar que el Espíritu Santo obre el mismo milagro que en las bodas de Caná, es decir, "cambiar el agua de la costumbre en una nueva alegría [el vino] de estar juntos. No es una ilusión piadosa: es lo que el Espíritu Santo ha hecho en tantos matrimonios, cuando los esposos se decidieron a invocarlo".
Francisco concluyó aconsejando que, en la preparación prematrimonial, junto a la formación jurídica, psicológica y moral se profundice "en esta preparación 'espiritual', el Espíritu Santo que hace la unidad".