El cardenal Giovanni Battista Re, decano del colegio cardenalicio, presidió este viernes por la tarde las vísperas de la solemnidad de María Madre de Dios, ceremonia que incluyó la Adoración y bendición del Santísimo y el tradicional Te Deum de acción de gracias por el año que termina. La celebración conclyó con el Adeste fideles.

En la homilía que dirigió a los presentes, Francisco habló del asombro que nos produce el nacimiento del Hijo de Dios, algo muy profundo y arraigado en la realidad, y que tiene muy poco que ver con la impostada 'magia' de la Navidad consumista.

El estupor de la Encarnación

"En estos días la Liturgia nos invita a despertar en nosotros el estupor por el misterio de la Encarnación", comenzó el Papa, un estupor como el de los  pastores que se arrodillan "con lágrimas en los ojos" ante el Salvador. Pero también "María y José están llenos de santa maravilla por aquello que los pastores cuentan haber oído del ángel sobre el Niño".

Este estupor con el que debe celebrarse la Navidad no puede limitarse "a una emoción superficial ligada a la exterioridad de la fiesta, o peor aún, al frenesí consumista", pues "si la Navidad se reduce a esto, nada cambia: mañana será igual que ayer, el próximo año será como el pasado, y así".

El Papa y todos los presentes recibieron del cardenal Re la bendición con el Santísimo.

Al contrario, hemos de exponernos con todos nuestro ser "ante la fuerza del Acontecimiento" del que la Madre de Dios es "la primera testigo y la más grande, y al mismo tiempo la más humilde... Su corazón está lleno de estupor, pero sin sombra de romanticismos, ni edulcorantes ni espiritualismos".

La realidad de la Navidad

"La Madre nos devuelve a la realidad, a la verdad de la Navidad, que está contenida en estas tres palabras de San Pablo: ‘Nacido de mujer’ (Gal 4,4)", subrayó el Papa. Y por eso "el estupor cristiano no se origina en los efectos especiales ni en mundos fantásticos sino en el misterio de la realidad: ¡no hay nada más maravilloso y asombroso que la realidad! Una flor, un poco de tierra, una historia de vida, un encuentro, el rostro arrugada de un viejo y el rostro recién florecido de un niño. Una mamá que tiene en brazos a su niño y lo amamanta".

"El estupor de María, el estupor de la Iglesia, está lleno de gratitud", insistió, por la "cercanía de Dios, que no ha abandonado a su pueblo, es Dios-con-nosotros [Emmanuel]... Los problemas no han desaparecido, las dificultades y las preocupaciones no faltan, pero no estamos solos: el Padre ‘ha enviado a su Hijo’ (Gal 4,4) para rescatarnos de la esclavitud del pecado y restituirnos la dignidad de hijos".

La "ruta" de nuestra "vocación originaria", afirmó luego el Papa, es "ser todos hermanas y hermanos, hijos del único Padre".

"Hermanas y hermanos", concluyó, "hoy la Madre, la Madre María y la Madre Iglesia, nos muestra al Niño. Nos sonríe y nos dice: ‘Él es el camino. Seguidlo, tened confianza’. Sigámoslo en el camino cotidiano. Él da plenitud al tiempo, da sentido a las obras y a los días. Tengamos confianza, en los momentos alegres y en los dolorosos. La esperanza que Él nos da es la esperanza que no defrauda".