En la homilía de la misa celebrada este lunes en la Casa Santa Marta, Francisco insistió en el carácter concreto del cristianismo, derivado de la misma Encarnación del Hijo de Dios, y en consecuencia el carácter también concreto que implica el cumplimiento de los mandamientos.
“Creer que Dios, el Hijo de Dios vino en carne, se hizo uno de nosotros. Esta es la fe en Jesucristo", dijo el Papa: "Un Jesucristo, un Dios concreto, que ha sido concebido en el vientre de María, que nació en Belén, que creció como un niño, que huyó a Egipto, que regresó a Nazaret, que aprendió a leer con su padre, a trabajar, a ir hacia adelante y luego la predicación... concreta: un hombre concreto, un hombre que es Dios pero es hombre. No es Dios disfrazado de hombre. No. Hombre, Dios que se hizo hombre. La carne de Cristo. Esta es la concreción del primer mandamiento”.
Del mismo modo, también el segundo mandamiento de la ley de Dios es concreto, no "un amor de fantasía". Puso un ejemplo muy habitual en su predicación, el de las maledicencias. Amar a otro no puede consistir en decirte "cuánto te quiero" y luego "te destruyo con los chismes". Vivir así concretamente la caridad obliga a amar a las personas concretas, aun si algunas "no son fáciles de amar".
"Los mandamientos de Dios", resumió, "son la concreción, y el criterio del cristianismo es la concreción, no las ideas y las palabras hermosas. Concreción. Este es nuestro reto”, frente a quienes proponen "un Cristo ‘suave’, sin carne, y un amor hacia el prójimo un poco relativo".
Para discernir cómo vivimos esta concreción del amor a Dios y al prójimo, el Papa propuso dedicar todos los días unos minutos al examen del propio corazón, y por otro lado mantener "una conversación espiritual con personas de autoridad espiritual... sacerdotes, religiosos, laicos que tengan esa capacidad de ayudarnos a ver lo que sucede en nuestro espíritu, para no cometer errores".