El Papa Francisco celebró la Misa del Domingo de Resurrección en la Basílica de San Pedro a las once de la mañana, una ceremonia en la que, como ha sido habitual durante todo el Triduo Pascual, no ha habido apenas fieles.
No hubo homilía, que el Papa ofreció durante la Vigilia Pascual, y a la conclusión de la celebración Francisco impartió la tradicional bendición Urbi et Orbi, segunda en menos de un mes tras la extraordinaria del 27 de marzo para implorar la protección de la pandemia.
Antes de ello, sí dirigió unas palabras al mundo en las que proclamó "el anuncio de la Iglesia: '¡Jesucristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!'”. Una Buena Noticia que "se transmite de corazón a corazón", pero que no es "una fórmula mágica que hace desaparecer los problemas", sino "la victoria del amor sobre la raíz del mal, una victoria que no 'pasa por encima' del sufrimiento y la muerte, sino que los traspasa, abriendo un camino en el abismo, transformando el mal en bien, signo distintivo del poder de Dios".
Porque "el Resucitado no es otro que el Crucificado. Lleva en su cuerpo glorioso las llagas indelebles, heridas que se convierten en lumbreras de esperanza. A Él dirigimos nuestra mirada para que sane las heridas de la humanidad desolada", dijo el Papa.
Francisco mencionó a las víctimas del coronavirus, "los enfermos, los que han fallecido y las familias que lloran por la muerte de sus seres queridos, y que en algunos casos ni siquiera han podido darles el último adiós". Para ellos esta Pascua es "una Pascua de soledad, vivida en medio de los numerosos lutos y dificultades que está provocando la pandemia, desde los sufrimientos físicos hasta los problemas económicos".
Mencionó también las circunstancias que nos están privando "de la posibilidad de recurrir en persona al consuelo que brota de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y la Reconciliación. En muchos países no ha sido posible acercarse a ellos, pero el Señor no nos dejó solos. Permaneciendo unidos en la oración, estamos seguros de que Él nos cubre con su mano".
El Papa dirigió también el "recuerdo afectuoso" y la "gratitud" a todos los que luchan contra la pandemia ofreciendo "un testimonio de cuidado y amor al prójimo hasta la extenuación de sus fuerzas y, no pocas veces, hasta el sacrificio de su propia salud".
Éste es un tiempo también de "preocupación por el futuro que se presenta incierto, por el trabajo que corre el riesgo de perderse y por las demás consecuencias que la crisis actual trae consigo".
Por todo ello "no es el tiempo de la indiferencia, porque el mundo entero está sufriendo y tiene que estar unido para afrontar la pandemia" y "no es el tiempo del egoísmo, porque el desafío que enfrentamos nos une a todos y no hace acepción de personas".
En este sentido, Francisco hizo algunas peticiones dirigidas a la comunidad internacional, como que "se relajen las sanciones internacionales de los países afectados" (una alusión inequívoca a Irán) y se condone "la deuda que pesa en los presupuestos de aquellos más pobres". También la Unión Europea "se encuentra frente a un desafío histórico", añadió, "del que dependerá no sólo su futuro, sino el del mundo entero", evitando "la tentación de volver al pasado, con el riesgo de poner a dura prueba la convivencia pacífica y el desarrollo de las próximas generaciones".
Francisco hizo un elenco de los lugares en guerra para pedir "un alto el fuego global e inmediato en todos los rincones del mundo", y de los lugares en "tantas otras situaciones de emergencia que llevan consigo el sufrimiento de muchas personas".
"Las palabras que realmente queremos escuchar en este tiempo no son indiferencia, egoísmo, división y olvido", concluyó el Papa: "¡Queremos suprimirlas para siempre! Esas palabras pareciera que prevalecen cuando en nosotros triunfa el miedo y la muerte; es decir, cuando no dejamos que sea el Señor Jesús quien triunfe en nuestro corazón y en nuestra vida".