"Si eliges a Cristo no puedes recurrir al mago", ha proclamado el Papa Francisco en su catequesis de este miércoles durante la audiencia pública.
Se refería a los que buscan en las prácticas ocultas y la adivinación poder o seguridad o información sobre el futuro. Pero un cristiano no tiene que inquietarse por el futuro, porque tiene fe, que "es el abandono confiado en las manos de Dios".
Dios se da a conocer "no por las prácticas ocultas, sino por la revelación y con amor gratuito", ha insistido el Pontífice, comentando el libro de los Hechos de los Apóstoles, los pasajes en que San Pablo pasa por Éfeso y Mileto haciendo curaciones y maravillas.
"Los prodigios y la efusión del Espíritu a través de los sacramentos manifestaban la fuerza salvífica del Evangelio", explicó el Papa. En cierto momento del texto, el poder de Dios irrumpe en Éfeso y desenmascara a los que quieren usar el nombre de Jesús para realizar exorcismos sin tener autoridad espiritual para ello.
El Papa puntualizó el énfasis puesto por el Evangelista Lucas en la incompatibilidad entre la fe en Cristo y la magia.
"Con tales portentos, Dios desenmascaró a los que querían usar el nombre de Jesús para el propio provecho, mostrando al pueblo la debilidad de las artes mágicas. Muchos abrazaron la fe y repudiaron tales prácticas. Los fabricantes de ídolos se sintieron amenazados y reaccionaron violentamente contra Pablo, pero sus denuncias no fueron acogidas. El mensaje es claro: la magia es incompatible con la fe; Dios no se da a conocer a través de prácticas ocultas, sino que se nos revela como amor gratuito. Quien elige a Cristo se abandona confiado en las manos de Dios".
El Pontífice se detuvo en este punto de la catequesis para subrayar que la magia "no es cristiana", y para observar que aun en nuestros días, en muchos lugares, católicos practicantes recurren "por si las dudas" a magos, para hacerse leer las cartas, o las manos.
“Estas cosas que se hacen para adivinar el futuro o adivinar muchas cosas o cambiar situaciones de la vida, no son cristianas", aseguró.
Y reiteró que "la gracia de Cristo" lo da todo: "ora y confía en el Señor”, recomendó.
El Papa con peregrinos de Foligno de una asociación folclórica
Un mensaje de San Pablo aplicable a obispos y pastores
En otras escena bíblica, en Mileto, Pablo pronunció un discurso de despedida a los ancianos venidos de Éfeso. En sus palabras, destacaba que el servicio humilde y desinteresado fue una pauta durante todo su ministerio y que se abandonaba al Espíritu Santo que lo conducía a Jerusalén, para ser probado. A los ancianos les confió la grey redimida con la sangre de Cristo, amonestándoles sobre su misión de custodios. Para esta tarea, los encomendó a Dios y a su palabra de gracia, fermento de desarrollo y de santidad en la Iglesia, y, por último los invitaba a trabajar para no ser de peso a nadie.
En esta parte de la catequesis, el Papa Francisco recordó la recomendación del Apóstol a los responsables de la comunidad: «Velen por ustedes y por todo el rebaño ». Así, subrayó que “el pastor debe velar, el párroco debe velar, los presbíteros, los obispos, el Papa deben velar”. Y deben “velar para custodiar el rebaño, y también velar sobre sí mismos", para "examinar la consciencia". “Se pide a los episcopados -dijo - la máxima proximidad con rebaño, rescatado por la sangre preciosa de Cristo, y que estén dispuestos a defenderlo de los lobos”.
En la conclusión de la catequesis Francisco recomendó leer hoy el capítulo XX del versículo 17 en adelante, de lo que llamó una de las páginas "más bellas" del Libro de los Hechos de los Apóstoles.
En su saludo a los fieles de lengua española animó a pedir al Señor «un renovado amor por la Iglesia tomando conciencia de nuestra responsabilidad ante nuestros hermanos, y rezando además por los pastores, para que revelen la firmeza y la ternura del Buen Pastor».
Texto recomendado por Francisco (Hechos 20, 17-38)
Desde Mileto Pablo envió un mensaje a Efeso para convocar a los presbíteros de la Iglesia. Cuando ya estuvieron a su lado, les dijo: «Ustedes han sido testigos de mi forma de actuar durante todo el tiempo que he pasado entre ustedes, desde el primer día que llegué a Asia. He servido al Señor con toda humildad, entre las lágrimas y las pruebas que me causaron las trampas de los judíos. Saben que nunca me eché atrás cuando algo podía ser útil para ustedes. Les prediqué y enseñé en público y en las casas, exhortando con insistencia tanto a judíos como a griegos a la conversión a Dios y a la fe en Jesús, nuestro Señor.
Ahora voy a Jerusalén, atado por el Espíritu sin saber lo que allí me sucederá; solamente que en cada ciudad el Espíritu Santo me advierte que me esperan prisiones y pruebas. Pero ya no me preocupo por mi vida, con tal de que pueda terminar mi carrera y llevar a cabo la misión que he recibido del Señor Jesús: anunciar la Buena Noticia de la gracia de Dios. Ahora sé que ya no me volverán a ver todos ustedes, entre quienes pasé predicando el Reino. Por eso hoy les quiero declarar que no me siento culpable si ustedes se pierden, pues nunca ahorré esfuerzos para anunciarles plenamente la voluntad de Dios.
Cuiden de sí mismos y de todo el rebaño en el que el Espíritu Santo les ha puesto como obispos (o sea, supervisores): pastoreen la Iglesia del Señor, que él adquirió con su propia sangre. Sé que después de mi partida se introducirán entre ustedes lobos voraces que no perdonarán al rebaño. De entre ustedes mismos surgirán hombres que enseñarán doctrinas falsas e intentarán arrastrar a los discípulos tras sí.
Estén, pues, atentos, y recuerden que durante tres años no he dejado de aconsejar a cada uno de ustedes noche y día, incluso entre lágrimas. Ahora los encomiendo a Dios y a su Palabra portadora de su gracia, que tiene eficacia para edificar sus personas y entregarles la herencia junto a todos los santos. De nadie he codiciado plata, oro o vestidos. Miren mis manos: con ellas he conseguido lo necesario para mí y para mis compañeros, como ustedes bien saben. Con este ejemplo les he enseñado claramente que deben trabajar duro para ayudar a los débiles. Recuerden las palabras del Señor Jesús: «Hay mayor felicidad en dar que en recibir.»
Dicho esto, Pablo se arrodilló con ellos y oró. Entonces empezaron todos a llorar y le besaban abrazados a su cuello. Todos estaban muy afligidos porque les había dicho que no le volverían a ver. Después lo acompañaron hasta el barco.