En la tarde del Jueves Santo, el Papa Francisco acudió a la capilla de la cárcel de Civitavecchia a celebrar la misa "in Cena Domini" con el signo del lavado de los pies.
Llegó poco antes de las 4 de la tarde en un sencillo Fiat 500L blanco. Le esperaban a la entrada algunos niños que hicieron volar globos, y la directora del centro, Patrizia Bravelli, a la que ya conocía de anteriores visitas. También estaba presente la Ministra de Justicia italiana, Marta Cartabia, una católica que desde hace unos meses es también miembro de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales.
El Papa entró en la capilla saludando a los presos, que esperaban en los bancos. El Pontífice entró en la sacristía de donde salió con un báculo de madera de olivo en la mano. La comunidad de la cárcel de Civitavecchia, entre internos y personal, son unos 900, de los que unos 530 son reclusos, la mayoría mujeres. Pero sólo unas docenas caben al mismo tiempo en la capilla.
Los presos tienen su propio coro que canta en la misa. Otros sirven en la liturgia como monaguillos y como lectores. El Papa les predicó improvisando, sin texto escrito, a partir de las lecturas del Jueves Santo.
Servicio y perdón: así es la vida con Dios
"Jesús lavando los pies del traidor, del que le vende", predicó el Papa Francisco. "Jesús nos enseña esto, sencillamente: entre vosotros debéis lavaros los pies unos a otros... Uno sirve al otro, sin interés: qué hermoso sería que esto se hiciera todos los días y a todas las personas".
También animó a pedir perdón a Jesús, a acudir al juicio en el que Dios perdona. "¡Dios lo perdona todo y Dios siempre perdona! Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón". "Pide perdón a Jesús", insistió el Papa Francisco. "Hay un Señor que juzga, pero es un juicio extraño: el Señor juzga y perdona". Tras la homilía se mantuvo un largo silencio.
Francisco lavó los pies a 12 reclusos, entre ellos tres mujeres, una de ellas anciana que necesitaba ser ayudada por otra joven. Uno de esos presos, llamado Balduz, egipcio, se quitó la mascarilla y besó la mano del Papa apoyándola en su frente cuatro veces, signo de agradecimiento en su país. En un par de meses estará libre. Otro preso llevaba un rosario de plástico azul al cuello: el Papa, después de lavarle los pies, le animó a que lo usara para rezar.
Los que han muerto en la cárcel
Después, en las peticiones de los fieles, un joven pidió "por nuestros compañeros más frágiles, que han perdido la vida en la cárcel, para que el Señor los acoja en su abrazo amoroso y haga brillar la dicha en sus rostros". En ese momento, los asistentes aplaudieron, quizá porque casi todos conocen a alguien que murió en prisión.
La directora de la cárcel, fuera de la liturgia, dedicó unas palabras a explicar lo que se vive en este lugar: hay problemas de nacen dentro, y otros que llegan de fuera, como la violencia, los trastornos mentales o las adicciones. "Aquí hay una humanidad diversa y compleja en la que vemos muchas fragilidades", señaló. Sin embargo, también apuntó a cosas buenas que empiezan, "reinicios", con vidas nuevas y nuevas esperanzas.
Los presos entregaron al Pontífice algunos regalos sencillos preparados por ellos: cestas de plantas y flores, esculturas de madera y en alambre de cobre, dibujos a lápiz. El Papa repartió rosarios, bendiciendo algunos. Trató de hablar un poco, unas palabras, con cada asistente.
Francisco saluda en la capilla de la prisión de Civitavecchia en Jueves Santo de 2022.
Religiosas, enfermeras y los presos de alta seguridad
A la salida, Francisco saludó a las religiosas Esclavas de la Visitación, que prestan servicio en la cárcel, tan emocionadas que no podían ni hablar. Bromeando con ellas, llevaron al Papa a la sala de visitas de reuniones de familiares y amigos, que incluye una sala de juegos infantiles.
Allí el Papa se reunió con algo menos de 50 personas, la mayoría presos de la sección de alta seguridad. Un anciano abrió un sobre y mostró unas fotos: "Son mis nietos, nunca los he visto", le dijo. El Papa saludó también a funcionarios y enfermeras. Una mujer, esposa de un policía, le explicó, con lágrimas, que perdió a sus dos padres hace unos días.
Hacia las 17.45 horas, Francisco ya daba las gracias a la directora por su trabajo y emprendía el camino de vuelta a Roma.
(A partir de la crónica de VaticanNews)