San Francisco de Asís.
Este ferviente serafín de amor encontró su deleite repitiendo el amado Nombre de Jesús. San Buenaventura dice que la alegría que iluminaba su cara y el tierno acento de su voz mostraba cuanto le gustaba invocar al Santísimo Nombre.
No es extraño, entonces, que él recibiera en sus manos, pies y costado las señales de las cinco heridas de Nuestro Señor, como premio a su ardiente amor.
A San Ignacio de Loyola no le ganaba nadie en su amor al Santo Nombre. No dio a su gran orden su propio nombre. Lo llamó la “Sociedad de Jesús”. Este divino Nombre ha sido una protección y defensa de la Orden en contra de sus enemigos y una garantía de la santidad de sus miembros.
Gloriosa, por cierto, es la gran Sociedad de Jesús.
San Francisco de Sales no tiene temor en decir que quien tuviera la costumbre de repetir el Santo Nombre frecuentemente puede estar cierto de una muerte santa y feliz.
Y desde luego no puede haber duda en esto porque siempre que decimos “Jesús” aplicamos la Sangre Salvadora de Jesús a nuestras almas mientras que al mismo tiempo imploramos a Dios cumplir lo prometido, dándonos todo aquello que pidiéramos en Su Nombre. Todo aquel que deseara una muerte santa, puede asegurarla repitiendo el Nombre de Jesús.
Esta práctica no solamente obtendrá para nosotros una muerte santa, sino que disminuirá notablemente el tiempo en Purgatorio y muy posiblemente nos librará de ese horrible fuego.
Muchos santos pasaron sus últimos día repitiendo constantemente “Jesús, Jesús”.
Todos los doctores de la Iglesia están de acuerdo al decirnos que el demonio reserva sus más furiosas tentaciones para nuestros últimos momentos, y llena entonces la mente del moribundo con dudas, miedos y tentaciones espantosas, con la última esperanza de llevar la infortunada alma al infierno. Felices aquellos que en vida estuvieron seguros de acostumbrarse a nombrar al Nombre de Jesús.
Hechos como estos, que acabamos de mencionar, están fundados en la vida de los más grandes siervos de Dios que hicieron Santos y alcanzaron los más altos grado de santidad por este simple y fácil hecho.
San Vicente Ferrer, uno de los más famosos predicadores que el mundo jamás ha oído, convirtió a los más pervertidos criminales y los transformó en los más fervientes cristianos.
Convirtió a 80.000 judíos y a 70.000 moros, un prodigio que no hemos leído en la vida de otro santo. Tres milagros requiere la Iglesia para la canonización de un santo; pero en la bula de la canonización de San Vicente se cuentan 873. Este gran santo quemado por el Amor del Nombre de Jesús, obró extraordinarios hechos con este Divino Nombre.
Nosotros, sin embargo, pecadores como somos, podemos con este Omnipotente Nombre obtener todos los favores y gracias. El más débil de los mortales se puede convertir en fuerte, el más afligido encuentra en Él consolación y alegría.
¿Quién puede ser tan tonto o negligente como para no tener por costumbre de repetir “Jesús, Jesús, Jesús” constantemente?. No nos cuesta nada. No presenta dificultad alguna y es un infalible remedio para todos los males.
Beato Gonzalo de Amarante alcanzó un altísimo grado de santidad repitiendo con frecuencia el Santo Nombre.
Beato Gil de Santarem sintió tal amor y deleite al decir el Santo Nombre que se levitó en éxtasis. Aquellos que repiten frecuentemente elnombre de Jesús sienten una gran paz en su alma. “Esa paz que el mundo no puede dar”, la cual sólo Dios da, “una paz que sobrepasa todo entendimiento”.
San Leonardo de Puerto Mauricio apreciaba una tierna devoción al Nombre de Jesús y en sus continuas misiones enseñaba a la gente que le rodeaba para escuchar las maravillas del Santo Nombre. Esto lo hacía con tal amor que las lágrimas caían de sus ojos y de los ojos de todos aquellos que lo escuchaban.
Les rogó que pusieran una estampa con este Divino Nombre en sus puertas. Esto fue asistido con los resultados más felices, para muchos, fueron salvados de enfermedades y desastres de varias clases.
Uno, desafortunadamente, no lo pudo hacer porque el dueño de la casa en que vivía, siendo judío, se negó rotundamente a que apareciera el Nombre de Jesús en la puerta. Él y otro huésped, decidieron, entonces, ponerlo en las ventanas, y así lo hicieron. Algunos días más
tarde, un furioso fuego irrumpió en el edificio que destruyó todos los apartamentos que pertenecían al judío; pero las habitaciones de los vecinos cristianos no sufrieron ningún daño.
Este hecho fue hecho público e incrementó la fe y confianza en el Santo Nombre de nuestro Salvador. De hecho, toda la ciudad de Ferrajo fue testigo de esta extraordinaria protección.
San Edmundo tenía una devoción especial al Nombre de Jesús, que el mismo Nuestro señor le enseñó. Un día, cuando él estaba en el campo separado de sus compañeros, un hermosos niño se puso a su lado y le preguntó: “¿Edmundo, me conoces?”. Edmundo contestó que no.
Entonces el niño replicó: “Mírame y verás quien soy yo”. Edmundo lo miró como le mandó y vio escrito en la frente del Niño: “
Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos”. “sabes quién soy” le dijo el Niño. “Todas las noche haz la señal de la cruz y di estas palabras: “Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos”. Si así lo haces, esta oración te liberará y a todo el que la diga, de una repentina y súbita muerte”.
Edmundo hizo fielmente lo que Nuestro Señor le dijo. El demonio, una vez trató de impedirle, agarrándole las manos para que no pudiera hacer la señal de la cruz. Edmundo invocó el Nombre de Jesús y el demonio huyó de terror, sin molestarle más en el futuro.
Mucha gente practica esta fácil devoción y así se salva de muertes infelices. Otras, con su dedo índice, imprimen con agua bendita en sus frentes las cuatro letras “I.N.R.I.”, que significa Jesus Nazarenus Rex Judeorum, las palabras escritas por Pilato en la Cruz de Nuestro Señor.
San Alfonso recomienda con fervor ambas devociones.
Santa Francisca de Roma disfrutaba del extraordinario privilegio de ver y hablar constantemente con su Ángel de la Guarda. Cuando ella pronunciaba el Nombre de Jesús, el Ángel estaba radiante de felicidad y se agachaba en ferviente adoración.
Algunas veces el demonio se atrevió a aparecérsele buscando el amedrentarla y hacerle daño.
Pero cuando ella pronunciaba el Santo Nombre, se llenaba de rabia y odio y huía con terror de su presencia.
Santa Juana Francisca de Chantal, la más querida amiga de San Francisco de Sales, tenía muchas devociones hermosas enseñadas por este Santo Doctor, que por muchos años actuó como su director espiritual. Ella amó tanto el santo Nombre que lo escribió con una plancha caliente en su pecho.
Beato Enrique Suso hizo lo mismo con un palo de acero puntiagudo.
No podemos aspirar a estos santos atrevimientos; con razón nos faltaría la fortaleza de grabar el Santo Nombre en nuestro pecho. Esto necesita una inspiración especial de Dios, pero podemos seguir el ejemplo de otra querida Santa comoB eata Catalina de Racconigi, una hija de Santo Domingo, que repetía frecuente y fervorosamente el Nombre de Jesús, así que después de su muerte el Nombre de Jesús fue grabado con letras de oro en su corazón. Todos podemos hacer como ella hizo y entonces el nombre de Jesús será blasonado en nuestras almas por toda la eternidad al lado de los Ángeles y los Santos en el Cielo.
Santa Gema Galgani
. Casi en nuestros días, esta querida muchacha Santa también tenía el privilegio de conversar frecuente e íntimamente con su Ángel de la Guarda. Algunas veces el Ángel y Gema se retaban en santa batalla a ver cuál de ellos decía con más fervor el Nombre de Jesús.
Sus entrevistas con el Ángel eran de naturaleza simple y familiar, hablaba con él, observaba su cara, le hacía muchas preguntas a las cuales él respondía con inefable amor y afecto.
Él llevó mensajes de ella a Nuestro Señor, a la Santísima Virgen y a los Santos y le trajo sus respuestas.
Además, este glorioso Ángel llevó a cabo el más tierno de los cuidados a su protegida. Él la enseñó a rezar y meditar especialmente en la Pasión y sufrimiento de Nuestro Señor. Le dio admirables consuelos y amables reprimendas cuando cometía alguna pequeña falta. Bajo su tutela, Gema alcanzó rápidamente un alto grado de perfección.
Capítulo 8
LA DOCTRINA DEL SANTO NOMBRE
Explicaremos ahora la doctrina del Santo Nombre –el capítulo más importante de este libro- para mostrar a nuestros lectores de donde viene el poder y el divino valor de este Nombre y cómo los santos obraron maravillas por Él y cómo nosotros podemos obtener por su eficacia todas las bendiciones y gracias.
Puedes preguntar, querido lector, ¿cómo puede ser que una sola palabra pueda obrar tales prodigios?
Contesto que con una palabra Dios hizo el mundo. Con su palabra, Él hizo de la nada el sol, la luna, las estrellas, las altas montañas, y los vastos océanos. Por su palabra sostiene la existencia del universo.
¿No hace el sacerdote también, en la Santa Misa, el prodigio de prodigios? ¿No transforma la pequeña hostia blanca en el Dios del Cielo y de la tierra con las palabras de la Consagración? Y aunque Dios solamente puede perdonar los pecados, ¿no lo hace el sacerdote también en el confesionario perdonando los más negros pecados y los más espantosos crímenes?
¿Cómo? Porque Dios da a sus palabras infinito poder.
Así, también Dios, en su inmensa bondad da a cada uno de nosotros una palabra todopoderosa con la cual podemos hacer maravillas por Él, para nosotros mismos y para el mundo. Esa palabra es “Jesús”.
Recuerda lo que San Pablo nos dice: “Este es el nombre por encima de todo nombre”, y que “. . . al Nombre de Jesús doblan las rodillas todas las criaturas del cielo, tierra e infierno”.
Pero, ¿por qué?
Porque “Jesús” significa Dios hecho hombre. Por ejemplo, en la Encarnación cuando el Hijo de Dios se hace hombre, es llamado Jesús así que cuando decimos “Jesús” ofrecemos al Eterno Padre el infinito amor y los méritos de Jesucristo. En una palabra, Le ofrecemos Su Santísimo Hijo Divino, Le ofrecemos el gran Misterio de la Encarnación. Jesús es la Encarnación.
¡Que pocos son los cristianos que tienen una idea adecuada de este misterio sublime y sin embargo es la mayor prueba que Dios nos ha dado, o pudiera darnos, de Su amor personal para nosotros! Esto lo es todo para nosotros.
LA ENCARNACIÓN
Dios se hizo hombre por amor a nosotros, pero ¿de qué nos sirve si no entendemos este amor?
Dios, el Infinito, el Inmenso, Eterno, el Dios Todopoderoso, el Creador Omnipotente, el Dios que llena el Cielo con su Majestad, su Grandeza y se hace niñito para ser como nosotros y así ganar nuestro amor.
Él entró en el vientre puro de la Virgen María y allí se echó escondido por nueve meses enteros. Entonces nació en un establo entre dos animales. Era pobre y humilde. Pasó 33 años trabajando, sufriendo, rezando, enseñando su hermosa Religión, obrando milagros, haciendo bien a todos. Él hizo todo esto para probar su amor por cada uno de nosotros y así nos obliga a amarle.
Este estupendo acto de amor ha sido tan grande que incluso ni los más altos ángeles de cielo pudieron concebir que esto fuera posible si Dios no se los hubiera revelado.
Fue tan grande que los judíos, el pueblo escogido por Dios, que estaban esperando a un Salvador se escandalizaron al pensar que Dios pudiera hacerse tan humilde.
Los filósofos gentiles, a pesar de su supuesta sabiduría, dijeron que era una locura el pensar que Dios Omnipotente pudiera hacer tanto por amor a los hombres.
San Pablo dice que Dios gastó todo su poder, sabiduría y bondad haciéndose hombre por nosotros: “Él se desgastó”.
Nuestro Señor confirma las palabras del Apóstol cuando dice: ¿Qué más puedo hacer?
Todo esto lo hizo Dios no por todos los hombres en general, sino por cada uno de nosotros en particular. Piensa, piensa en esto.
Lo crees, lo entiendes, querido lector, que Dios te quiere tanto, tan íntimamente, tan personalmente. ¡Que alegría, que consolación! Si realmente supieras y sintieras que este Gran Dios te quiere –a ti- tan sinceramente!
Nuestro Señor ha hecho aún más, nos ha dado todos sus méritos infinitos para que así podamos ofrecerlos al Eterno Padre tan a menudo como queramos, cientos o miles de veces al día.
Y eso es lo que podemos hacer cada vez que decimos “Jesús” si solamente recordamos lo que estamos diciendo.
Estarás, quizás, sorprendido de esta maravillosa doctrina. ¿Nunca lo has oído antes?
Pero ahora por lo menos ya sabes las infinitas maravillas del Nombre de “Jesús”. Di este Santo Nombre constantemente. Dilo devotamente.
Y en el futuro, cuando digas “Jesús”, recuerda que estás ofreciendo a Dios todo el infinito amor y los méritos de Su Hijo. Tú estás ofreciéndole Su Divino Hijo. No puedes ofrecer nada más santo, nada mejor, nada que más le agrade, nada más meritorio para ti.
Que desagradecidos son aquellos que nunca dan gracias a Dios por todo lo que Él ha hecho por ellos. Hombres y mujeres que viven 30, 50, 70 años y nunca piensan en agradecer a Dios por Su maravilloso amor.
Cuando dices el Nombre de Jesús, recuerda también agradecer a nuestro Dulce Salvador por Su Encarnación.
Cuando estaba en la tierra, curó diez leprosos de su odiosa enfermedad. Estaban tan contentos que se marcharon llenos de alegría y felicidad, pero ¡solamente uno volvió para darle las gracias! Jesús estaba dolido y dijo: ¿Dónde están los otros nueve?
No tendría que sentir tristeza y dolor con mucha más razón, que le agradecemos tan poco por lo que Él ha hecho por nosotros en la Encarnación y en Su Pasión.
Santa Gertrudis solía agradecer a Dios a menudo con una pequeña jaculatoria, por su bondad, en haberse hecho hombre por ella. Nuestro Señor se le apareció un día y le dijo: “Mi querida niña, cada vez que tú honras mi encarnación con esa pequeña plegaria, vuelvo a mi Eterno
Padre y le ofrezco todos los méritos de la Encarnación por ti y por todos los que hacen como tú”.
¿No tendríamos que tratar de decir: “Jesús, Jesús, Jesús” a menudo? Seguramente recibiríamos esta maravillosa gracia.
LA PASION
El segundo significado de la palabra “Jesús” es “Jesús muriendo en la Cruz”. San Pablo nos dice que Nuestro Señor mereció este Santísimo Nombre por sus sufrimientos y muerte.
Entonces, cuando decimos “Jesús” deberíamos de ofrecer también la Pasión y Muerte de Nuestro Señor al Eterno Padre por su excelsa gloria y por nuestras propias intenciones.
Nuestro Señor se hace hombre por cada uno de nosotros, como si fuéramos el único hombre sobre la tierra. Así que Él murió no por todos los hombres en general, sino por cada uno en particular. Cuando Él estaba colgado de la cruz me vio a mí y te vio a ti, querido lector y
ofreció todas las angustias de su horrible agonía, cada gota de su Preciosa Sangre, todas sus humillaciones, todos los insultos y atrocidades. Él las ofreció por ti, por mí, ¡por cada uno de nosotros! Él nos dio todos estos méritos infinitos como si fueran nuestros. Podemos ofrecer cientos y cientos de veces al día al Eterno Padre, por nosotros mismos y por el mundo.
Hacemos esto, cada vez que decimos “Jesús”. Al mismo tiempo damos gracias a Dios por todo lo que ha sufrido por nosotros.
Llama la atención que muchos cristianos sepan tan poco del Santo Nombre y de todos sus significados. Como resultado, están perdiendo sus preciosas gracias todos los días y están perdiendo los más grandes premios en el Cielo. ¡Triste, deplorable ignorancia!
COMO COMPARTIR EN 500.000 MISAS
La tercera intención que debemos tener al decir “Jesús” es ofrecer todas las Misas que se han dicho en todo el mundo por la Gloria de Dios, por nuestras propias necesidades y por el mundo en sí. Alrededor de 500.000 Misas son celebradas diariamente, y nosotros podemos y deberíamos compartir con todas.
La Misa nos trajo Jesús. Él, de nuevo, se hace hombre. Se renueva la Encarnación en cada Misa tan realmente como cuando se hizo hombre en el vientre de su Madre. También se sacrifica en el altar tan real y verdaderamente
como lo hizo en el Calvario aun que de una manera mística, sin sangrar. La Misa se dice no solamente para los que asisten a ella en la iglesia, sino para todos que desean oírlo y ofrecerlo con el sacerdote.
Todo lo que tenemos que hacer es decir con reverencia “Jesús, Jesús” con la intención de ofrecer estas Misas y participar en ellas.
Es una gracia maravillosa asistir y ofrecer una Misa, pero ¡no sería mejor ofrecer y compartir en 500.000 Misas todos los días?
Entonces cada vez que decimos “Jesús” sea esta nuestra intención.
1. Ofrecer a Dios todo el infinito amor y méritos de la Encarnación.
2. Ofrecer a Dios la Pasión y Muerte de Jesucristo.
3. Ofrecer a Dios todas las Misas celebradas en el mundo, por su gloria y nuestras propias intenciones.
Todo lo que tenemos que hacer es decir la palabra Jesús”, pero sabiendo lo que hacemos.
Santa Matilde estaba acostumbrada a ofrecer la Pasión de Jesús en unión con todas las Misas del mundo por las ánimas del Purgatorio.
Nuestro Señor le mostró una vez el Purgatorio abierto y miles de almas subían al cielo como resultado de su pequeña oración.
Cuando decimos “Jesús” podemos ofrecer la Pasión y las Misas del mundo no solamente por nosotros sino por las ánimas del Purgatorio y por la intención que queramos.
Siempre habrá que ofrecerlas por el mundo entero y por nuestro propio país en particular.
Capítulo 9
PODEMOS PEDIRLO TODO EN EL NOMBRE DE JESÚS
Los ángeles son nuestros más queridos y mejores amigos y son los que están más preparados y pueden ayudarnos en toda dificultad y peligro.
Es una pena que muchos Católicos no conocen, ni aman, ni piden la ayuda de los ángeles. La manera más fácil de hacerlo es decir el Nombre de Jesús en su honor. Esto les da gran alegría y ellos, como respuesta, nos ayudará en todos nuestros problemas y nos salvarán de muchos peligros.
Digamos el Nombre de Jesús en honor de todos los ángeles pero especialmente en honor de nuestro querido ángel de la guarda, que tanto nos quiere.
Nuestro Dulce Salvador está presente en millones de Hostias consagradas en innumerables
iglesias católicas del mundo. Durante muchas horas al día y durante las largas horas de la noche, Él es olvidado y dejado solo.
Podemos hacer mucho para consolarle y confortarle diciendo: “Jesús te quiero, te adoro en todas las Hostias consagradas del mundo, y te doy gracias con todo mi corazón por haberte quedado en todos los altares del mundo por amor nuestro”. Entonces di veinte, cincuenta veces o aún más el Nombre de Jesús con esta intención.
Podemos hacer la más perfecta penitencia por nuestros pecados ofreciendo la Pasión y Sangre de Jesús muchas veces al día con esta intención.
La Preciosa Sangre purifica nuestras almas y nos eleva a un alto grado de santidad. ¡Es todo tan fácil! Tenemos solamente que repetir amorosamente, alegremente y con reverencia “Jesús, Jesús, Jesús”.
Si estamos tristes o deprimidos, si estamos preocupados con miedo y dudas, este Divino Nombre nos dará una deliciosa paz. Si somos débiles e indecisos nos dará nueva fuerza y energía.
Cuando Jesús estaba en la tierra, ¿no fue a consolar y confortar a todos aquellos que eran infelices? Aun lo hace todos los días por aquellos que lo piden.
Si estamos sufriendo por problemas de salud y tenemos dolores, si alguna enfermedad está afectando nuestro pobre cuerpo, Él puede curarnos. ¿Acaso Él no curó a los enfermos, los cojos, los ciegos, los leprosos? No nos dijo: “Venid a mí vosotros los que estáis cansados, y abrumados que yo os aliviaré”. Muchos podrán tener buena salud si solamente pidieran a Jesús por ella. No obstante, consulta a los médicos, usa los remedios que te den pero por encima de todo ¡pídele a Jesús!
El Nombre de Jesús es la más corta, la más fácil, la más poderosa de todas las plegarias.
Nuestro Señor nos dice que podemos pedir al Padre en Su Nombre, por ejemplo, en el Nombre de Jesús, y recibiremos. Todas las veces que decimos “Jesús”, estamos diciendo una fervorosa oración por todo, todo lo que necesitamos.
Las ánimas del Purgatorio. Es muy lamentable que muchos Cristianos olviden y abandonen a las ánimas del Purgatorio. Es posible que algunos de nuestros más queridos amigos estén sufriendo en este terrible fuego, esperando nuestras oraciones y ayuda, que pudiéramos dársela tan fácil y no se la damos.
Tenemos pena de los pobres que vemos en las calles, por los hambrientos y por aquellos que sufren. Nadie sufre más terriblemente como las ánimas de Purgatorio por el fuego, como Santo Tomas nos dice, ¡es lo mismo que el fuego del infierno!.
¿Con qué frecuencia, querido lector, rezas tú por las ánimas? ¡Días, semanas, quizás meses pasan y haces poco por ellas o quizás nada!
Puedes ayudarlas fácilmente si dices con frecuencia el Nombre de Jesús, porque a) tú así ofreces por ellas la Preciosa Sangre y sufrimientos de Jesucristo, como hemos explicado, b) ganas indulgencia cada vez que dices “Jesús”.
Ten la costumbre de repetir el Santo Nombre a menudo y podrás como Santa Matilde aliviar miles de almas que desde entonces no cesarán de rezas por ti con increíble fervor.
EL ESPANTOSO CRIMEN DE LA INGRATITUD
Damos las gracias a nuestros amigos efusivamente por cualquier pequeño favor que nos hacen. Pero olvidamos o abandonamos el dar gracias a Dios por Su inmenso amor hacia nosotros, por haberse hecho hombre por nosotros, por morir por nosotros, por todas las Misas que podemos oír, y las Sagradas Comuniones que podemos recibir y no recibimos. ¡Que negra ingratitud!
Repitiendo a menudo el Nombre de Jesús, corregimos esta grave falta y agradecemos a Dios y le damos gran gozo y gloria.
¿No desearías dar alegría a Dios? ¿Quieres? Entonces, querido amigo, agradece, agradece a Dios. Él está esperando tus gracias.
DIOS AMA A CADA UNO
Hemos dicho que Nuestro Señor en los espantosos sufrimientos de Su Pasión, en la agonía en el huerto, cuando estaba colgando de la cruz, nos vio a todos y ofreció –por cada uno de nosotros- todos los dolores y cada gota de Su Preciosa Sangre.
¿Puede ser posible que Dios es tan bueno que piensa en cada uno de nosotros, que nos ame tanto?
Nuestros pobres corazones y mentes son pequeñas y corrompidas y encuentran difícil el creer que Dios pueda ser tan bueno, que se molesta por nosotros.
Pero Dios, como es omnipotente, infinitamente sabio, es también infinitamente bueno, generoso y amable. Para entender cómo Dios pensó en cada uno de nosotros durante su Pasión cuando estaba colgado en la cruz, solamente tenemos que recordar lo que pasa en las millones de Sagradas Comuniones recibidas todos los días.
Dios viene a cada uno de nosotros con toda la plenitud de la Divinidad. Él entra dentro de cada uno de nosotros tan entero y completamente como está en el Cielo. Él viene a cada uno de nosotros como si esa persona fuera la única que le recibiera ese día. Él viene con un infinito amor por nosotros mismos. Así lo creemos todos.
¿Cómo entra dentro de nosotros? Él no solamente entra en nuestra boca, nuestros corazones. Él viene dentro de nuestras almas. Se une a nuestras almas tan íntimamente que se hace en una manera maravillosa uno con nosotros.
Pensemos por un momento en cómo el Gran, Omnipotente, Eterno Dios está en nuestras almas en la forma más íntima posible y que está allí con todo Su infinito amor, que se queda allí, por un momento sino por cinco, diez o más minutos y esto no solamente una vez sino todos los días si así lo deseamos.
Si pensamos y entendemos esto será fácil ver cómo Él ofreció todos sus méritos y todos sus sufrimientos por cada uno de nosotros.
EL DEMONIO Y EL NOMBRE DE JESÚS
El peor mal, el más grave peligro que nos amenaza a cada uno de nosotros todos los días y todas las noches de nuestras vidas, es el diablo.
San Pedro y San Pablo nos avisan en el más fuerte lenguaje tener cuidado con el diablo, está usando todo su tremendo poder, su gran inteligencia, para arruinarnos y hacernos daño en todas las formas. No hay peligro o enemigo en el mundo que temer como deberíamos temer al diablo.
Él no puede atacar a Dios, así que vuelve todo su implacable odio y malicia contra nosotros.
Nosotros estamos destinados a ocupar los tronos que él y los otros malos ángeles perdieron y eso le anima su furor. Muchos tontos e ignorantes católicos nunca piensan en esto. Nunca se cuidan en defenderse y dejan que el diablo les provoque infinito daño y les cause indecibles sufrimientos.
Nuestro mejor y más fácil remedio es el Nombre de Jesús. Echa al demonio volando de nuestro lado y nos salva de innumerables males.
Oh, queridos lectores, decid constantemente este poderoso Nombre y el demonio no podrá haceros daño. Decidlo en todos los peligros, en todas las tentaciones. Despertad, si habéis estado durmiendo. Abrid los ojos al terrible enemigo que está siempre asechando vuestra ruina.
Sacerdotes debieran predicar en este importante asunto.
Tendrían que avisar a sus penitentes en el confesionario en contra del diablo. Aconsejen a la gente cómo evitar malas compañías, que puedan encaminarles a llevar malas vidas. La influencia del demonio es incomparablemente más peligrosa aun.
Maestros, catequistas y madres debieran constantemente avisar a sus niños en contra del diablo. ¡Aun así, todos sus esfuerzos serán pocos!