(De las pláticas de santa María Eufrasia Pelletier, santa que ingresó a la Orden de Nuestra Señora de la Caridad, fundada por san Juan Eudes y que fundó la Congregación de Hermanas del Buen Pastor. Actualmente se denominan: Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor. 4 y 62: ANGERS 1907, 29-31.360).
Celo apostólico
¿Qué hacemos en este mundo y para qué estamos en él si no es para contribuir a la salvación de nuestros hermanos?
Jesús los ama y muestra sin cesar a su Padre las heridas recibidas por su salvación. Esas almas le pertenecen por tantos títulos que quiere que todas se salven y permanezcan suyas. Él vino a la tierra para rescatarlas, para salvarlas. Y el cielo se conmovió, atónito, cuando vio cumplirse este incomprensible misterio de amor, misterio en el cual tomó parte cada una de las personas de la santa Trinidad.
El Padre eterno dio lo que tenía de más querido: a su propio Hijo; y para que esta misión de amor pudiera realizarse, envió a la tierra un mensajero a la santísima Virgen, en la persona del arcángel Gabriel.
El Espíritu Santo sólo espera el asentimiento de la Virgen purísima para descender en ella y cubrirla con su virtud. Entonces se obran aquellos prodigios que nuestra débil inteligencia no podrá comprender jamás.
¿Y en favor de quién ha hecho el Señor semejantes maravillas? ¿Acaso para almas escogidas, para sus preferidas? ¡No, no, queridas hijas! Todo lo ha hecho únicamente para creaturas que se habían perdido, abandonando su camino. Vean cuál es el amor de un Dios que nos ama perdidamente. ¿Y nosotros no haremos jamás nada por él? ¿Nada le daremos en reciprocidad? ¡Sí, sí! Le rescataremos algunas de estas almas tan gratas a su Corazón.
Todas ustedes, sin excepción, en este Instituto, están trabajando en la salvación de las almas o al menos tienen la vocación para ello. Aun las que están empleadas en labores de jardín, de panadería, o ropería o en cualquier otro oficio y lugar, todas trabajan en salvar las almas.
Las hermanas que oran y las que en lugar de oraciones ofrecen a Dios el trabajo más fatigante de la casa, o las enfermas en su lecho de dolor, trabajan, a menudo, más eficazmente por la salvación de las almas que las hermanas que desempeñan cargos en las clases.
Es posible que la religiosa que tiene el empleo más humilde, la que pasa más inadvertida, sea la que, por el fervor de sus buenos deseos, alcance la conversión de las almas, mientras que las otras, que parecen llevarse todo el mérito, sólo tienen en ello una mínima parte.
Amen, hermanas, esta preciosa vocación que deben agradecer infinitamente a la bondad inefable de nuestro Dios. Y cualquiera que sea su actividad, recuerden que su intención debe ser siempre la de trabajar en la salvación de las almas. Ustedes saben cuál ha sido la misión del Hijo de Dios en este mundo. Piensen, pues, con orgullo, que tienen en cierta manera el privilegio de una vocación semejante a la suya. Vivan prendadas de la noble empresa que se les ha confiado.
Presentemos a nuestro Señor las almas que le han costado su sangre y su vida como prenda de nuestro amor y como un título para la recompensa eterna que él nos prepara.
Imitación del Buen Pastor
Jesucristo, el Buen Pastor, es el modelo que debemos tratar de imitar para adquirir la perfección de nuestro estado. Puesto que él se dignó asociarnos a su obra y nos ha colocado, para hacer sus veces, en el redil en donde ha reunido tantas ovejas infortunadas, es deber nuestro formarnos según su espíritu y vivir su misma vida.
No pueden hacer el bien, queridas hijas, ni tienen el espíritu de su vocación sino cuando tengan los pensamientos, sentimientos, afectos del Buen Pastor. De él deben ser imágenes vivientes.
Ahora bien, ¿qué ha dicho Cristo de sí mismo? He venido a salvar lo que estaba perdido (Lc. 19, 1 0)? Y ¿qué ha hecho? Ha seguido en pos de los pecadores con solicitud de Padre, ha soportado toda clase de fatigas para hacerlos regresar a él.
¡Recuerden la bondad inefable con que acogió a la Magdalena! Véanlo sentado sobre el borde del pozo de Jacob; está fatigado y descansa un poco; es que está esperando un alma; quiere convertir a la samaritana.
Considérenlo después de su resurrección: sigue ejerciendo su oficio de Buen Pastor; va en busca de dos ovejas que, desconsoladas y tristes, abandonan Jerusalén, la ciudad de la paz, para irse a Emaús, castillo de confusión. Se junta con los dos discípulos cuya alma estaba consternada y su fe vacilante, y marcha con ellos, sin ir más aprisa ni más lento. Toma parte en su conversación, se adapta a su debilidad, para instruirlos e iluminar las tinieblas de su espíritu.
Este es el ejemplo, amadas hijas, que debemos imitar, porque están destinadas a llegar a ser otros tantos buenos pastores. Es necesario que imiten la abnegación, el espíritu de caridad y de celo del mismo Jesucristo. Como él irán a Emaús a buscar ovejas fugitivas y, cumpliendo con ellas las funciones de buen pastor, volverlas al redil.
Su tarea es difícil, pero es grande, noble y divina, a los ojos de la fe. No deben acobardarse por los obstáculos. A veces Dios mismo los pone ante nosotros para reavivar nuestro celo cuando nos tienta la tibieza. El objeto de nuestros pensamientos, deseos, palabras y acciones debe ser la salvación de nuestras queridas ovejas, a ejemplo de nuestro Salvador, cuyos pensamientos, deseos, palabras y obras no tenían otra meta.
Por lo demás, las maravillas que obra a menudo en ellas nos muestran claramente cuánto desea su salvación. Estén, pues, llenas de un celo santo para salvar estas almas confiadas a sus cuidados. Que ésta sea la ocupación de su vida. Que este pensamiento las acompañe en sus oraciones y las haga más fervientes, en sus comuniones para animarlas de los más santos afectos, en el cumplimiento de sus deberes para que ardan siempre más con el fuego de la caridad y del celo.
No olviden que para trabajar útilmente en la santificación de las almas es preciso ser santo, ser todo de Dios, no pensar en sí mismo ni en las criaturas. Jesucristo las ha escogido, las ha asociado a su misión en medio de los pueblos para que produzcan frutos: frutos de conversión y de salvación.
Así atraerán sobre ustedes bendiciones y gracias abundantes. Háganse, pues, dignas de su sublime vocación mediante un celo ardiente, activo, vigilante, y por una caridad sin límites, tomando siempre como modelo al Pastor de los pastores.
Las renuncias del Apóstol
¿Qué hace un buen pastor? Se olvida de sí mismo, soporta a menudo hambre, sed, fatiga, penalidades.
¡Qué importa! Está contento si las ovejas no sufren y si encuentra las que se habían extraviado. ¡Cuántos cuidados prodiga para conducir el rebaño a buenos pastos! Durante el verano va en busca de sitios frescos y provistos de agua. Durante el invierno lo conduce a sitios más abrigados y de pastos más abundantes. Si descubre plantas nocivas se apresura a arrancarlas. Vela día y noche para que el lobo no se acerque y por ello nunca se abandona totalmente al descanso.
Pues bien, esto mismo deben hacer ustedes por las personas, por las hijas cuya custodia Dios les ha confiado. Velen cuidadosamente sobre ellas, descubriendo sus necesidades espirituales y corporales, conduciéndolas prudentemente a los pastos del espíritu, propios del estado y condición de cada una de ellas. Por eso es esencial que estén vivamente penetradas del espíritu de nuestro Instituto, el cual les sugerirá la manera exacta de desempeñar una misión de tanta importancia.
Cuando los pastos escasean en el lugar en que el pastor se había establecido, enrolla su tienda, busca, si es preciso, la ayuda de otros pastores y va a buscar otro sitio de mejores recursos, aunque personalmente se encuentre muy mal, y tenga que abandonar a sus padres y amigos para dirigirse a una comarca extranjera. No tiene en cuenta sus sufrimientos con tal que las ovejas se apacienten.
Pues bien, lo que hacen los pastores por su rebaño, ¿no lo haríamos nosotras por estas almas que han costado la sangre de nuestro Señor y que por lo mismo deben sernos tan queridas? Ustedes irán a plantar su tienda de un extremo a otro de la tierra. Una ciudad o una fundación no deben bastar a su celo: es preciso que se extienda al mundo entero.
San Pablo decía: « No soy ni griego, ni romano, yo soy de todos los países». Y san Francisco Javier: «No soy solamente español, sino también hindú, chino, japonés. Soy, en fin, de todos los lugares en los que tengo la suerte de anunciar el Evangelio».
Estos mismos sentimientos, amadas hijas, los deben tener ustedes. Estas son las disposiciones de las que quiere vivir conforme a nuestro Instituto. Es preciso despertarnos y ponernos en camino. Puesto que todas nosotras somos pastores, no debemos permitir que nos aprisione un pedazo de tierra.
En cuanto a mí ya no quiero que digan que soy francesa: soy italiana, inglesa, alemana, española, americana, hindú, etc.; soy de todos los países en donde haya almas que salvar.
No debemos temer llevar nuestras tiendas a lejanas riberas cuando allí se encuentren también ovejas para reintegrar en el redil. Ovejas de Italia, de Baviera, de todas las regiones de Europa; ovejas de América, de África, de Asia, de Oceanía: hay que buscarlas a todas.
(Textos extraídos de "Antología Eudesiana"
Compilada por el p. Álvaro Duarte
Unidad de Espiritualidad Eudista)