Hay tentaciones, como las de la carne, que se vencen huyendo; otras, como las de la ira, resistiéndolas, y otras, como las de la vanagloria, despreciándolas.

-Cuando Dios envía tribulaciones a un alma, le da una prueba de grande afecto.

-El que se alegra de ser despreciado y se tiene por nada, es un discípulo perfecto de la escuela de Jesucristo.

-Entre las gracias que hemos de pedir a Dios, una de ellas ha de ser la perseverancia.

-No hay nada más peligroso en la vida espiritual que querer dirigirse uno a sí mismo.

-La ociosidad es una calamidad para el cristiano. Debemos siempre hacer algo, no sea que venga el demonio y nos haga caer en sus lazos.

-Nada ayuda al hombre tanto como la oración.

-Echémonos en brazos de Dios, y estemos seguros que si algo quiere de nosotros, nos dará fuerzas para hacer todo lo que desee que hagamos.

-Procura rechazar los escrúpulos, porque turban el alma y engendran la tristeza.

-Nada hay más desagradable a Dios, que un alma orgullosa de sí misma.

-No debemos aborrecer a nadie, porque Dios no viene a estar en un alma que no ama a su prójimo

-En la Comunión debemos pedir la curación de aquel vicio a que estamos sujetos.

-El demonio, que es muy orgulloso, teme mucho la humilde confesión.

-Desprendamos nuestros corazones de las cosas de este mundo; digámonos muchas veces: ¿y después? ¿y después?.

-No seamos prontos en juzgar a los otros: pensemos primero en nosotros mismos.

-Para estar en paz con el prójimo, no pienses nunca en sus defectos naturales.

-No siempre nos conviene lo mejor.

-El siervo de Dios no debe querer recibir la recompensa de su servicio en este mundo.

-El que huye de una cruz, encontrara en su camino otra más pesada.

-Antes de ir a confesaros, bueno será pedir a Dios la buena voluntad de ser santo.