Dios no se cansa de perdonar
+ ¿Habéis pensado en la paciencia de Dios, la paciencia que tiene con cada uno de nosotros? Ésa es su misericordia. Siempre tiene paciencia, paciencia con nosotros, nos comprende, nos espera, no se cansa de perdonarnos si sabemos volver a Él con el corazón contrito.
+ Dios nunca se cansa de perdonar. Nunca (…) El problema es que nosotros nos cansamos, no queremos, nos cansamos de pedir perdón. Él jamás se cansa de perdonar, pero nosotros, a veces, nos cansamos de pedir perdón. No nos cansemos nunca, no nos cansemos nunca. Él es Padre amoroso que siempre perdona, que tiene ese corazón misericordioso con todos nosotros. Y aprendamos también nosotros a ser misericordiosos con todos.
+ Dios es paciente con nosotros porque nos ama, y quien ama comprende, espera, da confianza, no abandona, no corta los puentes, sabe perdonar. Recordémoslo en nuestra vida de cristianos: Dios nos espera siempre, aun cuando nos hayamos alejado. Él no está nunca lejos, y si volvemos a Él, está preparado para abrazarnos.
+ Tal vez alguno de nosotros puede pensar: mi pecado es tan grande, mi lejanía de Dios es como la del hijo menor de la parábola, mi incredulidad es como la de Tomás; no tengo las agallas para volver, para pensar que Dios pueda acogerme y que me esté esperando precisamente a mí. Pero Dios te espera precisamente a ti, te pide sólo el valor de regresar a Él. Cuántas veces en mi ministerio pastoral me han repetido: «Padre, tengo muchos pecados»; y la invitación que he hecho siempre es: «No temas, ve con Él, te está esperando, Él hará todo».
+ Acordaos de lo de san Pablo: ¿De qué me puedo enorgullecer sino de mis debilidades, de mi pobreza? Precisamente sintiendo mi pecado, mirando mi pecado, yo puedo ver y encontrar la misericordia de Dios, su amor, e ir hacia Él para recibir su perdón.
+ En mi vida personal, he visto muchas veces el rostro misericordioso de Dios, su paciencia; he visto también en muchas personas la determinación de entrar en las llagas de Jesús, diciéndole: Señor estoy aquí, acepta mi pobreza, esconde en tus llagas mi pecado, lávalo con tu sangre. Y he visto siempre que Dios lo ha hecho, ha acogido, consolado, lavado, amado.
+ No es fácil encomendarse a la misericordia de Dios, porque eso es un abismo incomprensible. Pero hay que hacerlo. «Ay, padre, si usted conociera mi vida, no me hablaría así». «¿Por qué, qué has hecho?». «¡Ay padre!, las he hecho gordas». «¡Mejor!». «Acude a Jesús. A él le gusta que se le cuenten estas cosas». El se olvida, él tiene una capacidad de olvidar, especial. Se olvida, te besa, te abraza y te dice solamente: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más» (Jn 8,11).
+ ¿Ir ahora a confesarse, no es ir a una sesión de tortura? ¡No! Es ir a alabar a Dios, porque yo pecador he sido salvado por Él. ¿Y Él me espera para golpearme? No, sino con ternura para perdonarme. ¿Y si mañana hago lo mismo? Vas de nuevo, y vas, y vas, y vas... Él siempre nos espera. Esta ternura del Señor, esta humildad, esta mansedumbre.
+ La confesión es un encuentro con Jesús que nos espera como somos. "Pero, Señor, mira, yo soy así". Estamos avergonzados de decir la verdad: hice esto, pensé en aquello. Pero la vergüenza es una verdadera virtud cristiana, e incluso humana.
+ Jesús no excluye a nadie. Alguien podrá decir, 'Padre seguramente yo estoy excluido porque soy un gran pecador, he hecho cosas feas, tantas en la vida'. No, no estás excluido, justamente eres el preferido, porque Jesús prefiere a los pecadores, siempre, para perdonarlos, amarlos. Jesús te está esperando para abrazarte, para perdonarte. No tengas miedo, Él te espera. Anímate, toma coraje para entrar por su puerta.
+ ¿Cuál es la alegría de Dios? La alegría de Dios es perdonar, ¡la alegría de Dios es perdonar! Es la alegría de un pastor que encuentra a su ovejita; la alegría de una mujer que encuentra su moneda; es la alegría de un padre que vuelve a recibir en casa al hijo que se había perdido, que estaba como muerto y ha vuelto a la vida. Ha vuelto a casa.
+ Cada uno de nosotros es esa oveja perdida, esa moneda perdida, cada uno de nosotros es ese hijo que ha desperdiciado su propia libertad siguiendo ídolos falsos, espejismos de felicidad, y ha perdido todo.
+ El Padre no nos abandona jamás. Pero es un Padre paciente, nos espera siempre. Respeta nuestra libertad, pero permanece siempre fiel. Y cuando volvemos a Él, nos acoge como hijos, en su casa, porque no deja jamás, ni siquiera por un momento, de esperarnos, con amor. Y su corazón está de fiesta por cada hijo que vuelve.
+ Cuando nosotros no lo escuchamos, no seguimos su voluntad, cometemos actos concretos en los que mostramos falta de confianza en él – y esto es pecado –, se forma como un nudo en nuestra interioridad. Estos nudos nos quitan la paz y la serenidad. Son peligrosos, porque varios nudos pueden convertirse en una madeja, que siempre es más doloroso y más difícil de deshacer. Pero para la misericordia de Dios nada es imposible. Hasta los nudos más enredados se deshacen con su gracia.
+ Yo te digo a ti, si tú tienes un peso sobre tu consciencia, si tú tienes vergüenza de tantas cosas que has cometido, detente un poco, no te asustes, piensa que alguien te espera porque nunca ha dejado de acordarse de ti, de recordarte, y ese es tu padre Dios. Yo les aseguro que no serán desilusionados. Jesús, es misericordioso y nunca se cansa de perdonarnos. Así es Jesús.
El poder de la gracia
+ Sin la gracia no podemos hacer nada. ¡Sin la gracia no podemos hacer nada! Y con la gracia del Bautismo y de la Comunión eucarística puedo llegar a ser instrumento de la misericordia de Dios, de la bella misericordia de Dios.
+ La gracia contenida en los Sacramentos pascuales es un potencial de renovación enorme para la existencia personal, para la vida de las familias, para las relaciones sociales. Pero todo esto pasa a través del corazón humano: si yo me dejo alcanzar por la gracia de Cristo resucitado, si le permito cambiarme en ese aspecto mío que no es bueno, que puede hacerme mal a mí y a los demás, permito que la victoria de Cristo se afirme en mi vida, que se ensanche su acción benéfica.
+ No es precisamente en autoexperiencias ni en introspecciones reiteradas que vamos a encontrar al Señor: los cursos de autoayuda en la vida pueden ser útiles, pero vivir nuestra vida sacerdotal pasando de un curso a otro, de método en método, lleva a hacernos pelagianos, a minimizar el poder de la gracia que se activa y crece en la medida en que salimos con fe a darnos y a dar el Evangelio a los demás; a dar la poca unción que tengamos a los que no tienen nada de nada.
+ Recuerdo que una vez, que estaba en un momento oscuro de mi vida espiritual y le pedía una gracia al Señor. Luego me fui a predicar los ejercicios a unas religiosas y el último día se confiesan. Y vino a confesarse una monja anciana, con más de ochenta años, pero con los ojos claros y brillantes: era una mujer de Dios. Al final ví en ella a una mujer de Dios, a la que le dije: «Hermana, como penitencia, ore por mí, porque necesito una gracia. Si usted se lo pide al Señor, me la concedará con toda seguridad». Se detuvo un momento, como si orara, y me dijo: «Claro que el Señor le dará la gracia, pero no se engañe: lo hará a su divina manera». Esto me hizo muy bien. Sentir que el Señor siempre nos da lo que pedimos, pero a su divina manera. Y la divina manera es hasta el extremo. La divina manera consiste en la cruz, pero no por masoquismo: ¡no, no! Sino por amor. Por amor hasta el extremo.
+ El Señor siempre escoge el modo de entrar en nuestra vida. Muchas veces lo hace tan lentamente, que estamos en peligro de perder un poco de paciencia, ‘Pero, Señor, ¿cuándo?’ Y oramos, oramos... Y no llega su intervención en nuestras vidas. Otras veces, cuando pensamos en lo que el Señor nos ha prometido, es tan grande que somos un poco incrédulos, un poco escépticos.
+ La gracia de Dios siempre gana, porque es Él mismo quien se entrega, se acerca, que nos acaricia, que nos sana. Y para ello, aunque tal vez a algunos de nosotros no nos gusta decir esto, pero los que están más cerca del corazón de Jesús son los más pecadores, porque él va a buscarlos, llama a todos: ‘¡Vengan, vengan!'. Y cuando le piden una explicación, él dice: ‘Pero los que tienen buena salud no tienen necesidad del médico; yo he venido para sanar, para salvar'".
El amor de Dios
+ Dios nos juzga amándonos. Si acojo su amor estoy salvado, si lo rechazo me condeno, no por él, sino por mí mismo, porque Dios no condena, Él sólo ama y salva.
+ El Señor nos ama tiernamente. El Señor sabe aquella hermosa ciencia de las caricias, aquella ternura de Dios. No se ama con las palabras. Él se acerca y nos da aquel amor con ternura. ¡Cercanía y ternura! Estos dos estilos del Señor que se hace cercano y da todo su amor con las cosas aún más pequeñas: con la ternura. Y este es un amor fuerte, porque la cercanía y la ternura nos hacen ver la fortaleza del amor de Dios.
+ El Señor camina con nosotros, pero muchas veces no se deja ver, como en el caso de los discípulos de Emaús. El Señor está involucrado en nuestras vidas, ¡esto es seguro!, pero muchas veces no lo vemos. Esto nos exige paciencia. Pero el Señor que camina con nosotros, Él también tiene mucha paciencia con nosotros.
La cruz y la tribulación en nuestras vidas
+ La Cruz de Jesús es la Palabra con la que Dios ha respondido al mal del mundo. A veces nos parece que Dios no responde al mal, que permanece en silencio. En realidad Dios ha hablado, ha respondido, y su respuesta es la Cruz de Cristo: una palabra que es amor, misericordia, perdón. Y también juicio: Dios nos juzga amándonos. Recordemos esto: Dios nos juzga amándonos.
+ La Cruz es también la respuesta de los cristianos al mal que sigue actuando en nosotros y a nuestro alrededor. Los cristianos deben responder al mal con el bien, tomando sobre sí la Cruz, como Jesús.
+ La cruz de Cristo, abrazada con amor, nunca conduce a la tristeza, sino a la alegría, a la alegría de ser salvados y de hacer un poquito eso que ha hecho él aquel día de su muerte.
+ Las dificultades, las tribulaciones, forman parte del camino para llegar a la gloria de Dios, como para Jesús, que ha sido glorificado en la Cruz; las encontraremos siempre en la vida. No nos desanimemos: tenemos la fuerza del Espíritu para vencer nuestras tribulaciones.
+ Cuando llegan las dificultades, llegan también las tentaciones. Por ejemplo el lamentarse: ‘Pero mira lo que me pasa'... un lamento. Y un cristiano que se lamenta continuamente, deja de ser un buen cristiano: es el Señor o la Señora Lamento, ¿no? Porque siempre se lamenta de todo, ¿no? El silencio en el soportar, el silencio en la paciencia. Aquel silencio de Jesús: Jesús en su Pasión no dijo más de dos o tres palabras necesarias… Pero tampoco es un silencio triste: el silencio del soportar la Cruz no es un silencio triste. Es doloroso, muchas veces muy doloroso, pero no es triste. El corazón está en paz.
+ Cuando tenemos enemigos fuera que nos hacen sufrir tanto: no es fácil vencer con amor. Existe el deseo de vengarnos, de enfrentarse a él... El amor: aquella humildad que Jesús nos enseñó. ¡Esa es la victoria! El apóstol Juan nos lo dice en su primera Carta: "Esta es nuestra victoria, nuestra fe". Nuestra fe es aquel creer en Jesús, que nos enseñó el amor y nos enseñó a amar a todos. Y la prueba de que estamos en el amor es cuando oramos por nuestros enemigos.
+ Orar por los enemigos, por los que nos hacen sufrir, no es fácil. Sin embargo, somos "cristianos derrotados" si no perdonamos a los enemigos, y si no oramos por ellos. Y "¿cuántos cristianos tristes, desanimados, encontramos?", por que no tuvieron la gracia de soportar con paciencia y vencer con amor.
+ ¿Quién de nosotros no ha experimentado inseguridad, desconcierto e incluso dudas en el camino de la fe? Todos hemos experimentado esto, también yo: es parte del camino de la fe, es parte de nuestra vida. Todo esto no debe sorprendernos, porque somos seres humanos, marcados por la fragilidad y las limitaciones; todos somos frágiles, todos tenemos límites. Sin embargo, en estos tiempos difíciles hay que confiar en la ayuda de Dios, a través de la oración filial, y al mismo tiempo, es importante encontrar el coraje y la humildad para estar abierto a los demás, para pedir ayuda, para pedir que nos den una mano.
+ Dios nos invita a rezar con insistencia no porque no sabe qué necesitamos, o porque no nos escucha. Al contrario, Él escucha siempre y conoce todo de nosotros, con amor. En nuestro camino cotidiano, especialmente en las dificultades, en la lucha contra el mal fuera y dentro de nosotros, el Señor no está lejos, está a nuestro lado; nosotros luchamos con Él al lado, y nuestra arma es precisamente la oración, que nos hace sentir su presencia junto a nosotros, su misericordia y también su ayuda. Pero la lucha contra el mal es dura y larga, requiere paciencia y resistencia - como Moisés, que debía tener los brazos alzados para hacer vencer a su pueblo (cfr Ex 17, 8-13) Y así: hay una lucha que llevar adelante cada día; pero Dios es nuestro aliado, la fe en Él es nuestra fuerza y la oración es la expresión de esta fe. Por eso Jesús nos asegura la victoria, pero nos pregunta: "Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?" (Lc 18, 8) Si se apaga la fe, se apaga la oración y nosotros caminamos en la oscuridad, nos perdemos en el camino de la vida.
Evangelizar
+ El Evangelio ha de ser anunciado y testimoniado. Cada uno debería preguntarse: ¿Cómo doy yo testimonio de Cristo con mi fe? ¿Tengo el valor de Pedro y los otros Apóstoles de pensar, decidir y vivir como cristiano, obedeciendo a Dios?
+ En el gran designio de Dios, cada detalle es importante, también el pequeño y humilde testimonio tuyo y mío, también ese escondido de quien vive con sencillez su fe en lo cotidiano de las relaciones de familia, de trabajo, de amistad.
+ No se puede anunciar el Evangelio de Jesús sin el testimonio concreto de la vida. Quien nos escucha y nos ve, debe poder leer en nuestros actos eso mismo que oye en nuestros labios, y dar gloria a Dios.
+ Me viene a la memoria un consejo que San Francisco de Asís daba a sus hermanos: predicad el Evangelio y, si fuese necesario, también con las palabras. Predicar con la vida: el testimonio. La incoherencia de los fieles y los Pastores entre lo que dicen y lo que hacen, entre la palabra y el modo de vivir, mina la credibilidad de la Iglesia.
+ Evangelizar es la misión de la Iglesia, no solo de unos pocos, sino la mía, la tuya, nuestra misión. El apóstol Pablo exclamaba: "¡Ay de mí si no predico el Evangelio!" (1 Cor. 9,16). Todo el mundo debe ser evangelizador, ¡sobre todo con la vida! Pablo VI señaló que "evangelizar… es la gracia y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar”.
+ ¿Quién es el verdadero motor de la evangelización en nuestra vida y en la Iglesia? Pablo VI lo escribió con claridad: "Es él, el Espíritu Santo, quien, hoy igual que en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por Él, y pone en los labios las palabras que por sí solo no podría hallar, predisponiendo también el alma del que escucha para hacerla abierta y acogedora de la Buena Nueva y del reino anunciado."
+ ¿Cómo me dejo guiar por el Espíritu Santo, para que mi vida y mi testimonio de fe sea de unidad y de comunión? ¿Llevo el mensaje de reconciliación y de amor que es el evangelio en los lugares donde yo vivo? A veces parece que se repite hoy lo que sucedió en Babel: divisiones, incapacidad para entenderse entre sí, rivalidad, envidia, egoísmo. ¿Qué debo hacer con mi vida? ¿Creo unidad a mí alrededor? ¿O divido, con el chisme, la crítica, la envidia? ¿Qué hago? Pensemos en esto. Llevar el evangelio es proclamar y vivir primero nosotros la reconciliación, el perdón, la paz, la unidad y el amor que el Espíritu Santo nos da. Recordemos las palabras de Jesús: "En esto conocerán todos que son discípulos míos, si se tienen amor los unos a los otros" (Jn. 13,34-35).
+ Por la acción del Espíritu Santo, se liberan siempre nuevas energías para la misión, nuevas formas para proclamar el mensaje de la salvación, un nuevo valor para evangelizar. ¡No nos cerremos jamás a esta acción! ¡Vivamos con humildad y valentía el evangelio!
+ Una nueva evangelización, una Iglesia que evangeliza siempre debe comenzar con la oración, pedir, como los apóstoles en el Cenáculo, el fuego del Espíritu Santo. Solo la relación fiel e intensa con Dios permite salir de la propia cerrazón y anunciar el evangelio con parresía. Sin la oración, nuestras acciones se vuelven vacías y nuestro anunciar no tiene alma, y no está animado por el Espíritu.
+ Nosotros tenemos una oveja ¡nos faltan las noventa y nueve! Tenemos que salir, tenemos que ir a buscarlas. En esta cultura, digamos la verdad, tenemos solo una, somos minoría. Y ¿no sentimos el fervor, el celo apostólico de salir y buscar a las otras noventa y nueve? Esta es una gran responsabilidad y tenemos que pedir al Señor la gracia de la generosidad y el valor de la paciencia para salir y anunciar el Evangelio.
+ Nosotros, los discípulos del Crucificado, ¿podemos negarnos a ir a los lugares donde nadie quiere ir por temor a comprometerse o por el juicio de los demás, y así negar a nuestros hermanos el anuncio de la misericordia de Dios?».
+ No tengáis miedo del amor, del amor de Dios, nuestro Padre… No tengáis miedo de recibir la gracia de Jesucristo, no tengáis miedo de nuestra libertad, que procede de la gracia de Jesucristo o, como decía San Pablo: «No estáis ya bajo la ley, sino bajo la Gracia». No tengáis miedo de la gracia, de salir de nosotros mismos... para ir a buscar a los noventa y nueve que no están en casa. E ir a dialogar con ellos y decirles que pensamos, ir y mostrarles nuestro amor que es el amor de Dios.
+ ¡Quiero que se salga afuera! ¡Quiero que la Iglesia salga a la calle! ¡Quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos. Las parroquias, los colegios, las instituciones, ¡son para salir! Si no salen, se convierten en una ONG, y la Iglesia no puede ser una ONG.
+ El evangelio no es para algunos sino para todos. No es sólo para los que nos parecen más cercanos, más receptivos, más acogedores. Es para todos. No tengan miedo de ir y llevar a Cristo a cualquier ambiente, hasta las periferias existenciales, también a quien parece más lejano, más indiferente. El Señor busca a todos, quiere que todos sientan el calor de su misericordia y de su amor.
+ Puede que alguno piense: «No tengo ninguna preparación especial, ¿cómo puedo ir y anunciar el evangelio?». Querido amigo, tu miedo no se diferencia mucho del de Jeremías, escuchamos en la lectura recién, cuando fue llamado por Dios para ser profeta: «¡Ay, Señor, Dios mío! Mira que no sé hablar, que sólo soy un niño». También Dios les dice a ustedes lo que le dijo a Jeremías: «No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte» (Jr 1,6.8). Él está con nosotros.
+ Debemos preguntarnos: ¿somos misioneros con nuestras palabras, pero sobre todo con nuestra vida cristiana, a través de nuestro testimonio? ¿O somos cristianos encerrados en nuestro corazón y en nuestras iglesias, cristianos de sacristía? ¿Cristianos solo de palabras, pero que viven como paganos? Debemos hacernos estas preguntas, que no son un reproche. Yo también, me lo digo a mí mismo: ¿cómo soy cristiano, realmente con el testimonio?
+ Todos estamos llamados cada día a convertirnos en 'caricia de Dios' para que aquellos que quizá hayan olvidado las primeras caricias, que quizá nunca en su vida han sentido una caricia.
+ "La Iglesia --decía Benedicto XVI-- no crece gracias al proselitismo, crece por atracción, por testimonio. Y cuando la gente, los pueblos ven este testimonio de humildad, de mansedumbre, sienten la necesidad que dice el profeta Zacarías: ‘¡Queremos ir con ustedes!'. La gente siente la necesidad frente al testimonio de la caridad, de esta caridad humilde, sin arrogancia, no autosuficiente, humilde, que adora y sirve".
Adorar al Señor / Despojarnos de ídolos
+ ¿He pensado en qué ídolo oculto tengo en mi vida que me impide adorar al Señor? Adorar es despojarse de nuestros ídolos, también de esos más recónditos, y escoger al Señor como centro, como vía maestra de nuestra vida.
+ Despojarnos de tantos ídolos, pequeños o grandes, que tenemos, y en los cuales nos refugiamos, en los cuales buscamos y tantas veces ponemos nuestra seguridad. Son ídolos que a menudo mantenemos bien escondidos; pueden ser la ambición, el carrerismo, el gusto del éxito, el poner en el centro a uno mismo, la tendencia a estar por encima de los otros, la pretensión de ser los únicos amos de nuestra vida, algún pecado al que estamos apegados, y muchos otros.
+ La novedad de Dios no se asemeja a las novedades mundanas, que son provisorias, pasan y siempre se busca algo más.
+ Cuando llega un poco la vanidad, y uno cree que es un poco el Premio Nobel de la Santidad, también la memoria nos hace bien: 'Pero... recuerda de dónde te tomé: del último de la grey. Tu estabas detrás, en la grey'. La memoria es una gracia grande, y cuando un cristiano no tiene memoria, no es cristiano, es un idólatra.
+ Debemos hacer un examen de conciencia sobre las que son nuestras riquezas, porque nos impiden acercarnos a Jesús en el camino de la vida.
+ Piensen en la madre Teresa: ¿qué dice el espíritu del mundo sobre la madre Teresa? 'Ah, la beata Teresa es una gran mujer, ha hecho muchas cosas buenas por los demás...’. El espíritu del mundo nunca dice que la beata Teresa, todos los días, por muchas horas, estaba en adoración... ¡Nunca! Reduce la actividad cristiana al bien social. Como si la vida cristiana fuera una pintura, un barniz de cristianismo. La proclamación de Jesús no es un barniz: el anuncio de Jesús llega a los huesos, al corazón, entra y nos cambia. Y eso no lo tolera el espíritu del mundo, no lo tolera y por lo tanto vienen las persecuciones.
+ La idolatría es sutil, todos nosotros tenemos nuestros ídolos ocultos y el camino de la vida para llegar, para no estar lejos del Reino de Dios implica descubrir los ídolos ocultos. Un comportamiento que ya se encuentra en la Biblia se lee en el episodio en el que Raquel, mujer de Jacob, finge no tener consigo ídolos, los cuales ha llevado de la casa de su padre y los ha escondido detrás de su caballo. También nosotros lo hemos escondido en un caballo, nuestro... Pero tenemos que buscarle y debemos destruirlo, porque la única manera de seguir a Dios es la de un amor basado en la lealtad. Y la lealtad nos pide que ahuyentemos los ídolos, descubrirlos: están ocultos en nuestra personalidad, en nuestra forma de vida. Pero estos ídolos ocultos hacen que no seamos fieles en el amor.
+ ¿Dónde está este tesoro, lo que tú deseas? Porqué Jesús nos ha dicho que donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón. Y yo pregunto: ¿dónde está tu tesoro? ¿Cuál es para ti la realidad más importante más preciosa, la realidad que atrae a mi corazón como un imán? ¿Qué atrae tu corazón? ¿Puedo decir que es el amor de Dios? ¿Qué es el querer hacer bien a los demás? ¿De vivir por el Señor y nuestros hermanos? ¿Puedo decir esto? Cada uno responde en su corazón.
+ Hoy en día pasamos delante de tantas puertas que nos invitan a entrar, prometiéndonos una felicidad y después nos damos cuenta que dura un instante, que se acaba en si misma y no tiene futuro. Pero yo les pregunto ¿Nosotros por cuál puerta queremos entrar? ¿Y a quién queremos hacer entrar por la puerta de nuestra vida?
+ Todos tenemos algún ídolo oculto en el interior. Podemos preguntarnos delante de Dios: ¿cuál es mi ídolo oculto?, ¡el cual le quita el lugar al Señor!
+ Si falta la memoria de Dios, todo queda comprimido en el yo, en mi bienestar. La vida, el mundo, los demás, pierden consistencia, ya no cuentan nada, todo se reduce a una sola dimensión: el tener".
Confiar en Dios
+ ¿Estamos acaso con frecuencia cansados, decepcionados, tristes; sentimos el peso de nuestros pecados, pensamos no lo podemos conseguir? No nos encerremos en nosotros mismos, no perdamos la confianza, nunca nos resignemos: no hay situaciones que Dios no pueda cambiar, no hay pecado que no pueda perdonar si nos abrimos a él.
+ Los problemas, las preocupaciones de la vida cotidiana tienden a que nos encerremos en nosotros mismos, en la tristeza, en la amargura..., y es ahí donde está la muerte. No busquemos ahí a Aquel que vive. Acepta entonces que Jesús Resucitado entre en tu vida, acógelo como amigo, con confianza: ¡Él es la vida! Si hasta ahora has estado lejos de él, da un pequeño paso: te acogerá con los brazos abiertos. Si eres indiferente, acepta arriesgar: no quedarás decepcionado. Si te parece difícil seguirlo, no tengas miedo, confía en él, ten la seguridad de que él está cerca de ti, está contigo, y te dará la paz que buscas y la fuerza para vivir como él quiere.
+ Confiemos en la acción de Dios. Con Él podemos hacer cosas grandes y nos hará sentir el gozo de ser sus discípulos, sus testigos.
+ No hay dificultades, tribulaciones, incomprensiones que nos hagan temer si permanecemos unidos a Dios como los sarmientos están unidos a la vid, si no perdemos la amistad con Él, si le hacemos cada vez más espacio en nuestra vida.
+ "Todo lo que pidan en mi nombre, yo lo haré para que el Padre sea glorificado en el Hijo". Si piden algo en mi nombre, yo lo haré... ¡Esto es fuerte! Nos atrevemos a ir donde Jesús y pedirle así: "Pero tú has dicho esto, ¡hazlo! Haz que la fe crezca, haz a que la evangelización siga adelante, haz que este problema que tengo se resuelva. ¿Tenemos este valor en la oración? ¿O rezamos un poco no más, así, como se pueda, pasando poco tiempo en la oración? Si no con valor, con franqueza incluso en la oración...".
+ Una oración valiente, que lucha por conseguir tal milagro; no esas oraciones gentiles, 'Ah, voy a orar por ti', y digo un Padre Nuestro, un Ave María y me olvido. No, sino una la oración valerosa, como la de Abraham, que luchaba con el Señor para salvar la ciudad, como la de Moisés, que tenía las manos en alto y se cansaba, orando al Señor; como la de muchas personas, de tantas personas que tienen fe y con la fe oran y oran. La oración hace milagros, ¡pero tenemos que creer! Creo que podemos hacer una hermosa oración... y decirla hoy, todo el día: «Señor, creo, ayúdame en mi incredulidad» ...y cuando nos piden que oremos por tanta gente que sufre en las guerras, por todos los refugiados, por todos aquellos dramas que hay en este momento, rezar, pero con el corazón al Señor: «¡Hazlo!», y decirle: «Señor, yo creo. Ayúdame en mi incredulidad» Hagamos esto hoy.
+ La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos, planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades, gustos. Y esto nos sucede también con Dios. Con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto punto; nos resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones; tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos. Pero, en toda la historia de la salvación, cuando Dios se revela, aparece su novedad - Dios ofrece siempre novedad -, trasforma y pide confianza total en Él: Noé, del que todos se ríen, construye un arca y se salva; Abrahán abandona su tierra, aferrado únicamente a una promesa; Moisés se enfrenta al poder del faraón y conduce al pueblo a la libertad; los Apóstoles, de temerosos y encerrados en el cenáculo, salen con valentía para anunciar el Evangelio.
+ Todas estas preocupaciones, inquietudes que tenemos, dejémoslas al Padre: Él sabe lo que necesitamos.
+ Tengan siempre en el corazón esta certeza: Dios camina a su lado, en ningún momento los abandona. Nunca perdamos la esperanza. Jamás la apaguemos en nuestro corazón. El «dragón», el mal, existe en nuestra historia, pero no es el más fuerte. El más fuerte es Dios, y Dios es nuestra esperanza.
+ 'Dios nos sorprende siempre, rompe nuestros esquemas, pone en crisis nuestros proyectos, y nos dice: 'Fíate de mí, no tengas miedo, déjate sorprender, sal de ti mismo y sígueme'.
+ Dios nos sorprende siempre, rompe nuestros esquemas, pone en crisis nuestros proyectos, y nos dice: 'Fíate de mí, no tengas miedo, déjate sorprender, sal de ti mismo y sígueme'.
+ Preguntémonos hoy todos nosotros si tenemos miedo de lo que el Señor pudiera pedirnos o de lo que nos está pidiendo. ¿Me dejo sorprender por Dios, como hizo María, o me cierro en mis seguridades, materiales, seguridades intelectuales, seguridades ideológicas, por mis proyectos? ¿Dejo entrar a Dios verdaderamente en mi vida? ¿Cómo le respondo?
+ La oración, frente a un problema, en una situación difícil, en una calamidad, es abrir la puerta al Señor para que venga. Porque Él atrae las cosas, Él sabe arreglar las cosas y acomodar las cosas. Orar es esto: abrir la puerta al Señor, para que haga algo. Pero si cerramos la puerta, ¡el Señor no puede hacer nada!
El verdadero poder es el servicio
+ Custodiar quiere decir vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura.
+ Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio.
+ El verdadero poder es el servicio. Cómo lo hizo Él, que no vino para ser servido, sino para servir, y su servicio ha sido más bien el servicio de la Cruz. Jesús se humilló a sí mismo hasta la muerte, y a la muerte de Cruz por nosotros, para servirnos, para salvarnos. Y no hay otra forma en la Iglesia para seguir adelante.
+ Cuando un cristiano comienza a aislarse, también aísla la conciencia del sentido de comunidad, del sentido de la Iglesia, de aquel amor que Jesús nos da. En cambio, el cristiano que da la vida, que la 'pierde', como dice Jesús, la encuentra, la vuelve a encontrar, en plenitud. Y aquel, como Judas, que quiere mantenerla para sí mismo, la pierde al final.
+ Jesús nos quiere libres y esa libertad ¿dónde se encuentra? se encuentra en el diálogo con Dios en la propia conciencia. Si un cristiano no sabe hablar con Dios, si no sabe sentir a Dios en su propia conciencia no es libre, no es libre. Por esto tenemos que aprender a escuchar más a nuestra conciencia. Esto no significa seguir el propio yo, hacer lo que me interesa, lo que me conviene, lo que me gusta... No es esto. La conciencia es el espacio interior de escucha de la verdad, del bien, para escuchar a Dios. Es el lugar interior de mi relación con Él, que le habla a mi corazón y me ayuda a discernir, a entender el camino que debo recorrer. Y una vez tomada la decisión, de ir adelante y ser fiel.
Alabar a Dios
+ Usted que está aquí en la misa, ¿alaba a Dios, o solo le pide a Dios y le agradece? ¿Acaso alaba a Dios? Aquello es una cosa nueva, nueva en nuestra vida espiritual. Alabar a Dios, salir de nosotros mismos para alabar; perder el tiempo alabando. ‘Esta misa, ¡qué larga se ha hecho!’. Si no alabas a Dios, no sabes lo que es la gratuidad de perder el tiempo alabando a Dios, y entonces la misa es larga. Pero si vas con esta actitud del gozo, de la alabanza a Dios, ¡esto es hermoso! ¡La eternidad será a alabar a Dios! Y eso no será aburrido: ¡será hermoso! Esta alegría nos hace libres".
Déjate amar por Jesús
+ Dejémonos renovar por la misericordia de Dios, dejémonos amar por Jesús, dejemos que la fuerza de su amor transforme también nuestras vidas; y hagámonos instrumentos de esta misericordia, cauces a través de los cuales Dios pueda regar la tierra, custodiar toda la creación y hacer florecer la justicia y la paz.
+ Seguir al Señor, dejar que su Espíritu transforme nuestras zonas de sombra, nuestros comportamientos que no son según Dios, y lave nuestros pecados, es un camino que encuentra muchos obstáculos, fuera de nosotros, en el mundo en el que vivimos que frecuentemente no nos comprende, y también dentro de nosotros, en nuestro corazón.
+ Abrámosle la puerta, dejemos que Él nos guíe, dejemos que la acción continua de Dios nos haga hombres y mujeres nuevos, animados por el amor de Dios, que el Espíritu Santo nos da.
+ Para escuchar al Señor, es necesario aprender a contemplarlo, a percibir su presencia constante en nuestra vida; es necesario detenerse a dialogar con Él, darle espacio con la oración. Cada uno de nosotros deberían preguntarse: ¿qué espacio doy al Señor? ¿Me detengo a dialogar con Él?
+ ¡Más difícil que amar a Dios es dejarse amar por Él! La manera de devolver tanto amor es abrir el corazón y dejarse amar. Dejar que Él esté cerca de nosotros y sentirlo cerca. Permitirle que sea tierno, que nos acaricie. Eso es muy difícil: dejarse amar por Él.
+ Dejarse conquistar por Cristo. Yo busco a Jesús, yo sirvo a Jesús porque Él me ha buscado primero, porque he sido conquistado por Él: y esto es el corazón de nuestra experiencia. Pero Él está primero, siempre. En español hay una palabra que es muy gráfica, que lo explica muy bien: Él nos "primerea". Está primero siempre. Cuando nosotros llegamos, Él ha llegado y nos espera.
+ Todos conocemos la parábola de Jesús que habla de un sembrador que salió a sembrar en un campo; algunas simientes cayeron al borde del camino, entre piedras o en medio de espinas, y no llegaron a desarrollarse; pero otras cayeron en tierra buena y dieron mucho fruto (cf. Mt 13,1-9). Jesús mismo explicó el significado de la parábola: La simiente es la Palabra de Dios sembrada en nuestro corazón (cf. Mt 13,18-23). Hoy, todos los días, pero hoy de manera especial, Jesús siembra. Cuando aceptamos la palabra de Dios entonces somos el campo de la fe. Por favor, dejen que Cristo y su palabra entren en su vida. Dejen entrar la simiente de la palabra de Dios, dejen que germine, dejen que crezca. Dios hace todo, pero ustedes déjenlo hacer, dejen que Él trabaje en ese crecimiento.
Jesús es la puerta de nuestra felicidad
+ Jesús no solo es la puerta: es el camino, es la vía. Existen tantos senderos, quizás más convenientes para llegar, pero son engañosos, no son verdaderos: son falsos. El camino es solo Jesús.
+ A veces tenemos la tentación de ser demasiado dueños de nosotros mismos y no humildes hijos y siervos del Señor. Y esta es la tentación de buscar otras puertas u otras ventanas para entrar en el Reino de Dios. Solo se entra a través de aquella puerta que se llama Jesús. Solo se entra a través de aquella puerta que nos conduce por un camino que es un camino que se llama Jesús y nos conduce a la vida que se llama Jesús. Todos aquellos que hacen otra cosa –dice el Señor– que trepan para entrar por la ventana, son ‘ladrones y asaltantes’.
+ Hay que pedir la gracia de tocar siempre aquella puerta. A veces está cerrada: estamos tristes, estamos desconsolados, tenemos problemas en tocar, tocar aquella puerta. No vayan a buscar otras puertas que parecen más fáciles, más cómodas, más accesibles. Siempre aquella: Jesús. Y Jesús no desilusiona jamás, Jesús no engaña, Jesús no es un ladrón, no es un asaltante. Ha dado su vida por mí: cada uno de nosotros debe decir esto: ‘Y tú que has dado la vida por mí, por favor, abre, para que pueda entrar’”.
+ ¿Me dejo transformar por Él? Dejo que el Señor que se dona a mi me guíe para hacerme salir de mi pequeño recinto, para salir y no tener miedo de donarme, de compartir, de amarle y de amar a los otros?
+ No tengamos miedo de entrar por la puerta de la fe en Jesús, de dejarlo entrar siempre más en nuestra vida, de salir de nuestros egoísmos, de nuestros cierres, de nuestras indiferencias hacia los demás. Porque Jesús ilumina nuestra vida como una luz que no se apaga más, no es como un fuego de artificio, no es un flash, es una luz tranquila que dura siempre, y nos da paz. Así es la luz que encontramos si entramos por la puerta de Jesús.
Juicio final
+ Mirar al juicio final no debe darnos nunca miedo; nos empuja más bien a vivir mejor el presente. Dios nos ofrece con misericordia y paciencia este momento, a fin de que aprendamos cada día a reconocerlo en los pobres y en los pequeños, que nos comprometamos con el bien y estamos vigilantes en la oración y en el amor.
Espíritu Santo
+ Dejémonos guiar por el Espíritu Santo, dejemos que nos hable al corazón, que nos diga esto: que Dios es amor, que Él siempre nos espera, que Él es Padre y nos ama como verdadero papá, nos ama por entero. Y esto solamente lo dice el Espíritu Santo al corazón. Escuchemos al Espíritu Santo y vayamos adelante por este camino del amor, de la misericordia y del perdón.
+ El Espíritu Santo nos enseña a mirar con los ojos de Cristo, a vivir la vida como la ha vivido Cristo, a comprender la vida como la ha comprendido Cristo. Es por eso que el agua viva que es el Espíritu Santo sacia nuestra vida, porque nos dice que somos amados por Dios como hijos, que podemos amar a Dios como sus hijos y que con su gracia podemos vivir como hijos de Dios, como Jesús. Y nosotros, escuchamos al Espíritu Santo.
+ No se puede entender la vida cristiana sin la presencia del Espíritu Santo: no sería cristiana. Sería una vida religiosa, pagana, piadosa, que cree en Dios, pero sin la vitalidad que Jesús quiere para sus discípulos. Y aquello que da la vitalidad es el Espíritu Santo, presente.
+ Esto es lo que hace el Espíritu Santo: nos abre el corazón para conocer a Jesús. Sin Él no podemos conocer a Jesús. Nos prepara al encuentro con Jesús. Nos hace ir por el camino de Jesús. El Espíritu Santo actúa en nosotros durante todo el día, durante toda nuestra vida, como testimonio que nos dice dónde está Jesús.
+ Antes que termine la jornada tengamos la costumbre de preguntarnos: '¿Qué cosa ha obrado el Espíritu Santo en mí, hoy? ¿Qué testimonio me ha dado? ¿Cómo me ha hablado? ¿Qué cosa me ha sugerido?
+ Espíritu Santo, haz que mi corazón esté abierto a la Palabra de Dios, que mi corazón esté abierto al bien, que mi corazón esté abierto a la belleza de Dios, todos los días.
+ ¿Estamos abiertos a las “sorpresas de Dios”? ¿O nos encerramos, con miedo, a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta?
+ Los teólogos antiguos decían: el alma es una especie de barca de vela; el Espíritu Santo es el viento que sopla la vela para hacerla avanzar; la fuerza y el ímpetu del viento son los dones del Espíritu. Sin su fuerza, sin su gracia, no iríamos adelante. El Espíritu Santo nos introduce en el misterio del Dios vivo, y nos salvaguarda del peligro de una Iglesia gnóstica y de una Iglesia autorreferencial, cerrada en su recinto; nos impulsa a abrir las puertas para salir, para anunciar y dar testimonio de la bondad del Evangelio, para comunicar el gozo de la fe, del encuentro con Cristo.
+ El Espíritu Santo es el alma de la misión. Lo que sucedió en Jerusalén hace casi dos mil años no es un hecho lejano, es algo que llega hasta nosotros, que cada uno de nosotros podemos experimentar. El Pentecostés del cenáculo de Jerusalén es el inicio, un inicio que se prolonga. El Espíritu Santo es el don por excelencia de Cristo resucitado a sus Apóstoles, pero Él quiere que llegue a todos.
+ Renovamos cada día la confianza en el Espíritu Santo, confiando en que Él obra en nosotros, que Él está dentro de nosotros, nos da el fervor apostólico, nos da la paz, nos da la alegría. Dejémonos guiar por Él, somos hombres y mujeres de oración, que dan testimonio del evangelio con valentía, convirtiéndose en nuestro mundo, en instrumentos de la unidad y de la comunión con Dios.
+ Sé que el Espíritu obra. Obra en nosotros como un grano de mostaza diminuto, pero que por dentro está lleno de vida, de fuerza, que va hacia adelante hasta convertirse en árbol. El Espíritu obra como la levadura. La obra el Espíritu: no se ve, pero existe. Es una gracia para pedir.
Virgen María
+ Ella no se olvida de sus hijos, y cuando sus hijos están en dificultad, tienen necesidad y la invocan, ella va con prontitud. Y esto nos da una seguridad, una seguridad de tener la madre al lado, junto a nosotros, siempre. Se camina mejor en la vida cuando tenemos a la madre cerca.
+ La Virgen nos ayuda a entender bien a Dios, a Jesús, a entender bien la vida de Jesús y la vida de Dios; a entender bien qué es el Señor, cómo es el Señor, quién es Dios.
+ María en la anunciación, en la Visitación, en las bodas de Caná va contracorriente; se pone a la escucha de Dios, reflexiona y busca comprender la realidad, y decide confiarse totalmente en Dios, decide visitar, aun estando embarazada, a la anciana pariente, decide confiarse al Hijo con insistencia, para salvar la alegría de la boda.
+ Cada uno de nosotros tiene algunos nudos y podemos pedirnos dentro de nuestros corazones cuáles son los en mi vida. ¡El padre! Los míos no se pueden desatar. Es una equivocación. Todos los nudos de la conciencia pueden desatarse. Pido a María que me ayude a tener confianza en la misericordia de Dios, para desatarlos, para cambiar. Ella, mujer de fe, seguro que nos dirá: ve adelante, ve a lo del Señor y ella nos lleva como madre al abrazo del Padre de la misericordia. ¿Le pido a María que me ayude a tener confianza en la misericordia de Dios para cambiar?
+ Necesitamos hoy de la dulzura de la Virgen para entender estas cosas que Jesús nos pide, ¿verdad? Debido a que esta son cosas no fáciles de vivir. Amen a sus enemigos, hagan el bien, presten sin esperar nada... Si alguien te pega en una mejilla, preséntale también la otra, a quien toma tu manto no le niegues la túnica... Son cosas fuertes, ¿no? Pero todo esto, a su manera, fue experimentado por la Virgen María: es la gracia de la mansedumbre, la gracia de la apacibilidad".
Besar las llagas de Jesús
+ ¿De dónde nace la multiplicación de los panes? La respuesta está en la invitación de Jesús a los discípulos: “Ustedes mismos den...”, “dar”, compartir. ¿Qué cosa comparten los discípulos? Lo poco que tienen: cinco panes y dos peces. Pero son justamente estos panes y estos peces los que en las manos del Señor sacian a toda la multitud. Y son justamente los discípulos desorientados delante de la incapacidad de sus medios --la pobreza de lo que pueden poner a disposición-- quienes hacen acomodar a la gente y distribuyen --confiando en la palabra de Jesús- los panes y peces que sacian a la multitud.
+ Hay muchas personas que viven casos límites: niños desnutridos, refugiados, enfermos terminales. En estos casos tenemos que hacer lo que dice Jesús, orar: Oremos por ellos. Deben entrar en mi corazón, deben ser una inquietud para mí: mi hermano está sufriendo, mi hermana sufre. He aquí... el misterio de la comunión de los santos: orar al Señor: 'Pero, Señor, mira a aquel: llora, sufre'. Orar, permítanme decirlo, con la carne: que nuestra carne ore. No con ideas, sino orar con el corazón.
+ ¿Quien es el responsable de la sangre de estos hermanos y hermanas? ¡Nadie! Todos nosotros respondemos así: no, no soy yo, yo no tengo nada que ver, serán otros, no seguramente yo. Pero Dios nos pide a cada uno de nosotros: ¿Dónde está la sangre de tu hermano que grita hasta mÍ? Hoy nadie se siente responsable de esto; hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, del que habla Jesús en la parábola del Buen Samaritano.
Miramos al hermano medio muerto en el costado del camino, quizás pensamos: pobrecito, y seguimos por nuestro camino, no es nuestra tarea; y con esto nos sentimos bien.
La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos vuelve insensibles a los gritos de los otros, nos hace vivir en burbujas de jabón, que son lindas, pero no son nada, son ilusión de lo superficial, de lo provisorio, que lleva a la indiferencia hacia los otros. Más aún, lleva a la globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no tenemos nada que ver, no nos interesa, no es mi problema!
+ Para encontrar al Dios vivo hay que besar con ternura las llagas de Jesús en nuestros hermanos hambrientos, pobres, enfermos y en los que están en la cárcel.
+ Jesús nos dice que la manera de encontrarle es encontrando sus llagas, y las llagas de Jesús las de Jesús hoy. Y Jesús nos invita a dar un acto de fe, en Él, pero a través de estas llagas.
+ Tenemos que tocar las llagas de Jesús, debemos acariciar las llagas de Jesús, tenemos que curar las llagas de Jesús con ternura, tenemos que besar las llagas de Jesús, y esto literalmente. Pensemos, ¿qué pasó con San Francisco, cuando abrazó al leproso? Lo mismo que a Tomás, que su vida cambió. Para tocar al Dios vivo no hay necesidad de hacer un curso de actualización, sino entrar en las llagas de Jesús, y para ello basta salir a la calle.
+ En el Evangelio leemos la parábola del Buen Samaritano, que habla de un hombre asaltado por bandidos y abandonado medio muerto al borde del camino. La gente pasa, mira y no se para, continúa indiferente el camino: no es asunto suyo. No se dejen robar la esperanza. Cuántas veces decimos: no es mi problema. Cuántas veces miramos a otra parte y hacemos como si no vemos. Sólo un samaritano, un desconocido, ve, se detiene, lo levanta, le tiende la mano y lo cura (cf. Lc 10, 29-35).
+ A veces yo le pregunto a alguna persona:
- ¿Usted da limosnas?
Me dicen: "Sí, padre".
- "Y cuando da limosnas, ¿mira a los ojos de la gente que le da las limosnas?"
- "Ah, no sé, no me di cuenta".
- "Entonces no lo encontró. Le tiró la limosna y se fue. Cuando usted da limosna, ¿toca la mano o le tira la moneda?"
- "No, le tiro la moneda"
"Y no lo tocaste, y si no lo tocaste, no te encontraste con él".
Lo que Jesús nos enseña es primero a encontrarnos, y en el encuentro, ayudar. Necesitamos saber encontrarnos. Necesitamos edificar, crear, construir, una cultura del encuentro. Tantos desencuentros, líos en la familia, ¡siempre! Líos en el barrio, líos en el trabajo, líos en todos lados. Y los desencuentros no ayudan. La cultura del encuentro. Salir a encontrarnos. Y el lema dice, encontrarnos con los más necesitados, es decir, con aquellos que necesitan más que yo. Con aquellos que están pasando un mal momento, peor que el que estoy pasando yo. Siempre hay alguien que la pasa peor, ¿eh? ¡Siempre! Siempre hay alguien. Entonces yo pienso, estoy pasando un mal momento, vengo a la cola para encontrarme con san Cayetano y con Jesús, y después salgo a encontrarme con los demás, porque siempre hay alguien que la pasa peor. Con esos, es con quienes nos debemos encontrar.
+ Dios se involucra, se mete en nuestras miserias, se acerca a nuestras heridas y las cura con sus manos, y para tener manos se hizo hombre. Es un trabajo de Jesús, personal. Un hombre trajo el pecado, un hombre viene a sanarlo. Cercanía. Dios no nos salva solo por un decreto o una ley; nos salva con ternura, con caricias, nos salva con su vida, por nosotros”.
El martirio cotidi