Los cristianos estamos celebrando la Pascua del Señor, su Resurrección; una fiesta especial porque dura, no un día, ni una semana, sino cincuenta días y siempre, porque es la fiesta central de nuestra fe, es la columna vertebral de la Iglesia y celebramos al Viviente siempre, en la fiesta de los santos, los amigos del Señor, incluso en la muerte de un hermano o hermana porque su resurrección es garantía de nuestra esperanza de vivir con Él en la gloria.
Pero no podemos olvidar que la clave de la vida de Jesús fue el amor, un amor, no cualquier amor del que hablan los cantores, o los poetas, en la barra del bar, sino una caridad especial, que es entrega, misericordia, perdón, compromiso con la vida, la justicia y la verdad; es eros, filía y ágape, como nos recordaba el Papa Benedicto XVI en su encíclica Deus Caritas est [Dios es amor], un amor que se da gratuitamente, sin mérito alguno. Esa es la fuerza más revolucionaria que tenemos los cristianos porque nos ha sido regalada por Aquel que nos ha amado primero para cambiar nuestra suerte personal y comunitaria y alcanzar lo que anhelamos, la felicidad plena: el amor es más fuerte que la muerte. A veces amar así entrañará sufrimiento, renuncia al egoísmo, incluso sangre y muerte, como lo hizo el mismo Señor, porque amar entraña también sufrir por los amados.
El amor o la caridad no se circunscribe únicamente a una relación personal -amarnos a nosotros mismos- o interpersonal con Dios y con los demás, especialmente los pobres, los que sufren, los necesitados, como nos indica Jesús en Mateo 25. Debe abarcar a todos, también a la naturaleza, nuestra casa común, es decir, a la polis, a toda ciudad o pueblo y a todos los ciudadanos. No trata solo de dar un pez al que tiene hambre, sino también enseñar a pescar y trabajar para que las fuentes y los ríos tengan agua limpia y sana en la que puedan vivir los peces. Es la caridad política, que en la doctrina de la Iglesia es una forma eminente de amor cristiano. De esto debe tratar la política. Y esto nos interesa a todos. Igual que todos nos debemos preocupar por nuestra familia y en el bien integral de la misma, igualmente debemos preocuparnos por toda la familia humana de la que somos parte. Haciéndolo con nuestro compromiso expresamos nuestro amor a Dios, a nosotros mismos y a los demás de forma eminente. Tenemos que superar nuestra alergia a la política, como si fuera algo malo. O participamos y nos interesamos u otros marcarán nuestro modo de vivir, de pensar, de ser. No podemos decir no nos afecta. Afecta a todos y casi a toda nuestra actividad. Siempre quedará nuestra libertad interior.
Otra cosa distinta es la política de los partidos. Buscar el bien de la comunidad, el bien común, el bien integral, que abarque a todo el hombre y todos los hombres, hay que concretarlo y uno de los medios es a través de los partidos políticos, asociaciones, etc. Los miembros de la sociedad tenemos diversas maneras y modos de analizar, ver y proponer respuestas y nos agrupamos por afinidad ideológica, por las formas de ver. Es lógico, porque uno sólo puede hacer poco; la unión hace la fuerza. Lo que tenemos que hacer es tener claro cada uno de nosotros qué sociedad queremos y analizar los diversos grupos, las propuestas programáticas que nos presentan los partidos existentes. Puede ser que ninguno nos llene plenamente; es fácil y normal que esto ocurra, porque cada uno vemos la realidad desde nuestro origen, nuestra educación e historia, también nuestra fe, pero es preciso escoger aquel que más se parezca o se aproxime a nuestro ideal, aunque no exprese al cien por cien nuestros deseos. Y ¿cómo? Por nuestro voto responsable en las distintas elecciones que tenemos a la vista, pero también por nuestra pertenencia y adscripción a un determinado partido político y dentro de él no sólo pagar la cuota sino participar activa y críticamente, sin renunciar a nuestros ideales y nuestra conciencia y sin consentir que unos cuantos nos impongan sus opciones o todo quede en palabrería y se llegue a la corrupción y en vez de servir al pueblo se sirvan del pueblo.
¿Qué valores, qué ideales tenemos los cristianos? Hablamos del Reino de Dios, que es el reino de paz y justicia, de vida, de verdad, de santidad y de gracia, reino de amor; es el reino del que hablaban los profetas, el reino que encuentra ecos en nuestro interior, es el reino que anuncia y encarna Jesucristo y propone la Iglesia en su Doctrina Social. Los cristianos tenemos que conocerla, apreciarla, defenderla y llevarla a la práctica, incluso hacerla avanzar, porque cada día se presentan nuevas problemáticas a las que tenemos que responder bajo la acción el Espíritu Santo con el ejercicio del discernimiento.
Amemos así a nuestros hermanos y nuestra sociedad con el mismo amor de Jesucristo. Pidamos la ayuda del Señor para ver claro y actuar en conciencia, responsablemente.
Publicado en el portal de la diócesis de Palencia.