Recientemente, se ha publicado (Mondadori, el mayor editor laico, como confirmación de la importancia concedida a la iniciativa) la más extensa, profunda y rigorosa investigación sobre la «religiosidad en Italia». Llevada a cabo por la Universidad Católica de Milán - «con el ánimo y apoyo de la Conferencia Episcopal Italiana», escribe el rector de ese ateneo en la presentación – la investigación ha considerado una muestra vastísima de toda la población italiana de entre 18 y 74 años. Utilizando investigadores formados con este propósito, que han ido a casa de los entrevistados (previo acuerdo con carta personal), 4500 italianos en 166 municipios han respondido a 340 «variables», como las llaman, que permiten diseñar un panorama completo de la actitud frente a la religión.

En el punto 53º del cuestionario planteado a las 4500 personas de la muestra (diversa, recuérdese, no compuesta únicamente por creyentes explícitos) sugería la pregunta siguiente: «¿Qué piensa de las apariciones de la Virgen que habrían ocurrido en Lourdes y Fátima?». Se descubre que el 55,7 por ciento de los interrogados no tiene dudas y elige la respuesta más afirmativa, que dice: «Son signos de la presencia de Dios entre los hombres». Otro 29,4 por ciento opta por la respuesta: «No estoy seguro, no sé dar una respuesta». Por tanto, el 85,1 por ciento de los italianos (si el sondeo, se sobreentiende, es fiable: pero así dicen los sociólogos y, también, los obispos, que se lo han adjudicado) o está seguro de la verdad de Fátima y de Lourdes; o está en una posición de posibilidad, dispuesto a convencerse si alguien le explicara cómo ocurrió realmente. En todo caso, se declara dispuesto a pasar de la duda a la afirmación y no niega, en absoluto, la posibilidad de que, en esos dos lugares, se haya manifestado Dios. Sólo dice no saber de ello lo suficiente.

Los resultados del sondeo son aún más convincentes si, a ese ya notabilísimo más de 85 por ciento le añadimos el 3,9 que ha elegido la respuesta: «No me interesa». Y esto, probablemente, sólo porque nadie – en la Iglesia y, en general, entre los creyentes – ha sabido despertarle el interés; mostrándole, no sólo el encanto, sino también la importancia de estos dos acontecimientos extraordinarios para todo hombre.
 
Examinando estos resultados, no crea encontrarse ante actitudes de «fideísmo residual», ante «cantidades de supersticiones en vías de superación» que implicarían, sobre todo, a mujeres emotivas, a ancianos, a habitantes de zonas marginadas y deprimidas. Si se mira el análisis detallado se descubre que, en cuanto al sexo, de cien personas convencidas sin duda de Lourdes y Fátima, los hombres representan un nada desechable 47,4 por ciento.
 
Pasando a la edad, se hacen descubrimientos aún más significativos: los «convencidos» son más numerosos (52,2 por ciento) entre los jovencísimos – la franja entre 18 y 21 años – que entre los jóvenes, entre 22 y 29 años (47,9 por ciento). Pero la creencia en las apariciones aumenta inmediatamente después, entre los 30 y los 49 años, al mismo porcentaje – 52,2 – del de los que están alrededor de los veinte años. Un aumento ulterior con la siguiente franja de edad, alcanzando el máximo (el 67,1 por ciento) en más de sesenta y cinco años. Por tanto, en total, hay un equilibrio sustancial que, además, encuentra unidos en el mismo porcentaje de «fiarse» de Lourdes y de Fátima, a los veinteañeros y a los de cincuenta años.
 
En todo caso, el dato más significativo es este: desde los Alpes hasta Pantelería, la mayoría de los italianos interrogados responde que, en el pueblecito de los Pirineos y en el pueblo portugués, la Virgen nos ha ofrecido un auténtico «signo de la presencia de Dios entre los hombres», según el cuestionario.
 
En todo caso, ulterior y definitiva confirmación de la actitud de confianza de los italianos respecto a Lourdes y Fátima (con todo lo que significan y llevan consigo estos dos nombres) son los porcentajes extraídos de las dos posibles respuestas negativas a la pregunta.
 
Naturalmente, no hay que olvidar que el sondeo no se refiere a una muestra de creyentes, de católicos ni, ni siquiera, de practicantes; si no a toda la población del País. Es una advertencia que permite valorar mejor el dato que se sigue. En efecto, piénsese que sólo el 1,8 de los interrogados ha elegido la respuesta: «Son invenciones de los curas». Más aún, menos de una mujer entre cien (0,9) opta por hipótesis semejante.
 
Sin embargo, es más elevado (aunque seguimos estando siempre en porcentajes marginales) el número de quienes han elegido la otra respuesta negativa posible: «Lourdes y Fátima son invenciones populares, alucinaciones o sugestiones». De hecho, por esta posibilidad se decanta, en total, el 9,3 por ciento.
 
Estos exploit marianos hacen reflexionar más aún si se comparan con otros de la misma encuesta y relativos a las bases del Credo. En efecto, si – recordémoslo – el 55,7 por ciento de los italianos de cualquier fe e incredulidad se confiesa seguro de la verdad de las dos apariciones más célebres y confirmadas de la Virgen, sólo el 27,5 responde: «Creo en ello mucho» a la afirmación propuesta: «Todo hombre resucitará al final de los tiempos»; y sólo el 36,5 da la misma respuesta positiva a la frase: «En el hombre existe un alma inmortal». Pero los porcentajes desconcertantes podrían multiplicarse cuanto se quiera: se detienen en el 34, 8 quienes responden «Creo mucho en ello» a «La Iglesia católica es una organización querida y asistida por Dios»; 41,5 por «Creo que, después de la muerte, hay otra vida»; incluso un mísero 27,5 a «Creo que todo hombre resucitará al final de los tiempos»; 49 a «Estoy convencido de que la Palabra de Dios se revela en la Sagrada Escritura».
 
Hace tiempo que estamos exponiendo una opinión, cuando menos, inquietante: las tribulaciones de la Iglesia en las últimas décadas no han sido determinadas, ante todo, por una crisis de las instituciones eclesiales en busca de nuevas disposiciones después del Concilio. Tras esta crisis institucional hay, en realidad, una crisis de fe: como confirman, además, los resultados del sondeo que citamos anteriormente. Si es así, ¿por qué no apoyarnos, precisamente, en la confianza extraordinaria que la gente (jóvenes incluidos) pone en la verdad de lugares como Fátima y Lourdes? ¿Por qué no partir de ahí para una nueva evangelización que podríamos llamar «deductiva»: es decir, desde la realidad de aquellos hechos, hasta la verdad de fe que éstos presuponen y confirman?
 
Quedándonos en Lourdes, las palabras de la Virgen a Bernadette («No os prometo haceros felices en esta vida, sino en la otra»), ¿no confirman acaso esa esperanza en la vida eterna que está entre las verdades menos aceptadas hoy, o sobre las que hay una mayor incertidumbre? Una vez más: la autodefinición que la Aparecida da de sí misma («Yo soy la Inmaculada Concepción»), reafirmando el dogma definido por el Papa sólo cuatro años antes, ¿no es acaso una confirmación clara de una Iglesia asistida por Dios mismo y legitimada para hablar en su nombre?
 
Siguiendo: el «rezaréis a Dios por los pecadores», ¿no es tal vez expresión de, al menos, tres verdades? Esto es: hay un Dios misericordioso que puede conmoverse con la oración; la comunión de los santos es una realidad por la cual, cada uno, puede interceder por los demás; la existencia y la negatividad del pecado. Con conceptos confirmados también por el triple: «¡Penitencia!» y por la invitación: «Id a besar la tierra, en penitencia por la conversión de los pecadores».
 
Y cuando la Inmaculada exhorta: «Id a decid a los curas que vengan aquí en procesión y que se construya, aquí, una capilla», ¿no confirma acaso la verdad de la Iglesia, la legitimidad y las prerrogativas privilegiadas, en ella, del clero y la necesidad y oportunidad del culto litúrgico y, en general, de las manifestaciones de devoción pública?
 
Pero, entonces: si casi el 56 por ciento de los italianos (no de los creyentes: ¡de todos los italianos!) no duda en dar, para Lourdes y Fátima, la respuesta «son signos de la presencia de Dios entre los hombres»; y si casi otro 30 por ciento no está seguro, pero sí dispuesto a dejarse convencer; si todo esto corresponde a una realidad actual, como admiten los mismos obispos, ¿por qué no aprovecharlo? ¿No es tal vez para esto para lo que se encargan semejantes encuestas? ¿Por qué no partir, precisamente, de esa roca en el gave de Pau - pero el discurso vale también para el árbol y el páramo portugueses – para la evangelización que llamamos «deductiva»? Es una cuestión de lógica ante la que situar al interlocutor: ¿estás convencido de la verdad de estos encuentros de la Tierra con el Cielo? Si es así, sé coherente y, por tanto, acepta también las consecuencias que se derivan de ellos.
 
Es decir: visto que nuestros pastores mismos consideran los estudios, como aquel del que hemos partido, útiles para la estrategia eclesial, que saquen las consecuencias. La confianza en las «apariciones marianas», que persiste tan tenazmente en una sociedad aparentemente secularizada, es un punto de apoyo por el que empezar.