Querido José Francisco:

¡Chapó! Tu libro Iglesia y poder en España es formidable. Desde que, en 2012, don Luis Suárez nos regaló su ensayo histórico Lo que España debe a la Iglesia Católica, no había vuelto a leer nada tan sugestivo. Aquel libro termina con esta frase de San Juan de la Cruz: “Desengáñate; a la tarde te examinarán de amor”. A nuestro Alejandro Llano -¡qué silencio tan clamoroso y tan injusto sobre su muerte reciente!- le hubiera encantado, especialmente tu completísimo capítulo sobre la Asamblea Conjunta. Once páginas de exhaustiva bibliografía y siete de índice de nombres citados hablan por sí solas de este libro.

Seguro que los de Arzalia Ediciones todavía no se han repuesto del asombro que les desbordó cuando recibieron tu original con ese título. Total nada: Iglesia. Y poder. Y en España… Antes de ponerme a escribirte esta carta abierta, he leído, en el periódico de hoy: “Con este pontífice, los cardenales están lejos de los centros de poder”. Esto es lo que hay, amigo, ¡qué te voy a contar…! Les ha faltado lo de “fáctico”. Cuando entonces -¿recuerdas?- se decía “poder fáctico”. Se ve que no pensamos demasiado en lo de San Juan de la Cruz. Al atardecer de la vida, de lo que nos van a examinar no es de poder, claro; ni fáctico, ni no fáctico; nos van a examinar de amor.

'Iglesia y poder en España. Del Vaticano II a nuestros días' (Arzalia) de José Francisco Serrano Oceja.

Tú lo recuerdas y explicas con claridad desde la Introducción. ¿Qué es eso del poder?¿Capacidad de hacer cambios, servicio, influencia, todo ello mezclado? Me quedo con la definición de Guardini: “La facultad de mover la realidad”. Y ¡anda que no se ha movido, y lo que se sigue moviendo…! ¿Cuántos “poderosos”, cuántos de los que mueven la realidad dentro de la Iglesia han llegado a leerse las palabras de Jesucristo que Mateo recoge al final de su evangelio: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra”? “Todo” es todo; “todo” quiere decir exactamente todo, ¿no, José Francisco? Y ¿a qué se debe el atronador silencio mediático “católico” -el del cuarto poder, del que tú sabes tanto- sobre Quien prometió: “Yo estoy con vosotros siempre, hasta el fin de los tiempos”?

Hablas, en tu ensayo histórico, de bucles, de clericalismo y anticlericalismo, de politización e ideologización de la fe, de desafección episcopal, como en el XIX, de la intrahistoria de una institución sin la que no se puede entender España, como decía don Miguel de Unamuno; hablas de la dinámica de ciertas cordadas de amistad episcopales desde las que han emanado decisiones eclesiales, antes del parto, en el parto, y después del parto del Concilio, que fue un 68 eclesial mucho antes que el 68 de París y de las movidas; y he querido elegir, a voleo, unas cuantas frases de tu libro para que el lector de esta carta abierta juzgue directamente, sin mediaciones de ningún tipo:

“La Iglesia no son sólo los obispos, pero lo que nadie podrá negar es que la Iglesia católica no es sin los obispos. (Evidentemente protagonista de este libro es la Conferencia Episcopal). La contribución de la Iglesia a la Transición política no hubiera sido tal si la Iglesia no hubiera hecho antes su peculiar Transición durante y a partir del Concilio Vaticano II. No hay nada nuevo en la historia. Antes se hacía con hojas anónimas; ahora, con supuestas noticias en los medios de comunicación o en blogs. Consecuencias de la secularización: relajación moral, alarmante y progresiva decadencia moral en muchos sectores de nuestra comunidad eclesial y civil, pérdida del sentido religioso de la vida… Una forma muy común de actuar en la Iglesia es ni sí, ni no. Se deja que actúe el tiempo, es decir, se dilata la cuestión. Tarancón y don Marcelo fueron el origen de dos constelaciones episcopales que siguen presentes en la actualidad. Representaban dos sensibilidades que se habían asentado y se siguen asentando históricamente en la Iglesia en España, y no sólo en España”.

He entresacado estos textos al azar, pero son botones de muestra más que suficientes. Tal vez no está de más traer a colación el final de uno de tus libros anteriores: A la caza del voto católico, que concluye así: “El problema, al final, quizás sea no cómo se distribuye el voto católico, sino si los católicos se acuerdan de que lo son a la hora de votar y de afrontar las injusticias de nuestro mundo”. Sí. Quizás sea eso, José Francisco. Quizás en momentos de emergencia somos capaces de dar la vida por Cristo, pero darla en el día a día de la vida ordinaria... ése ya es otro cantar. Dices que ahora no hay debate sobre la doctrina. ¡Ah!, pero ¿es que queda alguien que se sepa la doctrina? ¿Cuántos? Y ¿qué doctrina?

Otra cosa quería preguntarte, antes de acabar: todas esas eximias lumbreras responsables del confusionismo reinante y de la más mínima falta de sentido común en nuestra Expaña ¿dónde se han educado (es un decir)? ¿Quiénes son los responsables, a los que es de estricta justicia pedir cuentas? ¿Recuerdas?: “Sin Mí no podéis hacer nada”. Nadie. Ni tú, ni yo, ni el Papa, ni los obispos; ninguno podemos hacer nada sin Él, por mucho que nos empeñemos. Haremos congresos, oenegés, reuniones, asambleas, hábitat, mucho hábitat, sínodos, pero sin Él, Iglesia, no. No podemos, no se puede, no hay poder que valga.

Y... termino. Todos los que están en tu libro son y han sido, pero no todos los que son y han sido están. Quiero decir que tu libro llega al año 2000, pero desde entonces a hoy ha pasado un cuarto de siglo y ha llovido lo suyo en la Iglesia. Te queda mucho por hacer, no nos vas a dejar con la miel en los labios… Permíteme señalarte algo, a modo de pistas, y perdona la provocación: Congresos Católicos y Vida Pública, medios católicos de comunicación, de Alfa y Omega a El Debate y de Radio María a COPE y Trece, más todo el mosaico de la Iglesia digital; Universidades e intelectuales católicos; y los misioneros, la Iglesia de España en Europa y en América, y las Cruzadas y Iesu Communio, y el pontificado del cardenal Rouco, y Ratzinger, y…

De todo eso tú te lo sabes casi todo. “Dic communitati”: Transmite lo que has recibido, dínoslo a los demás, a pesar de las complicaciones y recovecos del tejido humano eclesial y de las miserias de la condición humana, y también de sus recónditas y escondidas grandezas, que las hay gracias a Dios; porque una cosa son las memorias históricas, tan cutres, y otra cosa es la Verdad. Y ésta no es cuestión de mayorías y minorías, ni de consensos, sino que es la que es.

Posdata: Como “in illo tempore”, querido José Francisco, nosotros, a lo nuestro, ¿vale? Un fuerte y agradecido abrazo.

Miguel Ángel Velasco