El líder de la milicia somalí Al Shabab ha pasado uno de los mejores momentos de su vida al conocer que 70 inocentes han muerto en Kampala mientras disfrutaban de la final del Mundial. Estaba claro, "Uganda es un país infiel que se opone al islam, han tenido su castigo". En Cachemira, al norte de la India, un misionero ha tenido que abandonar después de cuarenta años: sus escuelas eran "demasiado buenas", un peligro para la armonía del país. En China, después de cincuenta sufridos años, la diócesis de Taizhou tiene por fin un obispo. Son noticias de estos días, entre la tragedia y la esperanza. Noticias que sirven de marco al anuncio de la Santa Sede de cuál será el tema de la próxima Jornada Mundial de la Paz: "Libertad religiosa, vía para la paz".
A Benedicto XVI no le gustan las fechas pomposas ni los eslóganes vacíos. Su mensaje es una herramienta para abrir la realidad, para entenderla y vivirla mejor. No se trata sólo de denunciar el clamoroso retroceso de la libertad religiosa en la aldea global, un deterioro dramático que se produce en medio del cobarde silencio de la gran prensa y de los poderes de Occidente, con escasísimas excepciones. Se trata de mostrar que la libertad religiosa es "la libertad de las libertades", la piedra angular y la palanca de la convivencia civil, del verdadero pluralismo, de la laicidad y del desarrollo. La auténtica libertad religiosa, explica el comunicado vaticano, sólo es tal cuando es coherente con la búsqueda de la verdad del ser humano. De modo que nada que se oponga a la dignidad del hombre puede considerarse expresión de la libertad religiosa, vinculada siempre a las grandes preguntas sobre el significado y el valor de la vida.
Benedicto XVI nos ofreció una perspectiva original y muy sugerente para enfocar la cuestión de la libertad religiosa en su discurso pronunciado ante los intelectuales en el Colegio de los Bernardinos de París. Allí no se refirió en primer lugar a la actitud que debe tener el Estado frente a lo religioso, sino a la dinámica original de la libertad que mueve al hombre a "quaerere Deum", a buscar a Dios como significado último de toda la realidad. En aquella ocasión el Papa afirmó que "la búsqueda de Dios y la disponibilidad para escucharle sigue siendo aún hoy el fundamento de toda verdadera cultura". En realidad todo el discurso del Papa (centrado en la génesis de la cultura occidental a partir de la actividad monástica) muestra el valor civil de la libertad religiosa: las comunidades donde se expresa una auténtica experiencia religiosa constituyen un tesoro para el conjunto de la sociedad, como han reconocido personalidades tan dispares como Sarkozy, Obama o Habermas.
En esa misma línea se situaba un pasaje del discurso a las Naciones Unidas, en el que el Papa afirmaba que "el rechazo a reconocer la contribución a la sociedad que está enraizada en la dimensión religiosa y en la búsqueda del Absoluto... privilegiaría efectivamente un planteamiento individualista y fragmentaría la unidad de la persona". En la descripción que realizó Benedicto XVI en París, se ve perfectamente cómo la búsqueda de Dios, lejos de separar a los monjes del contexto histórico en que les toca vivir, les impulsa a implicarse a en todas las dimensiones de lo humano. Este argumento de fondo es también la línea maestra de la encíclica Caritas in Veritate: sólo un humanismo abierto a Dios (la dinámica de la libertad religiosa) será capaz de movilizar las energías de la razón y de la libertad, de generar comunidades vivas capaces de construir y de educar, que estarán en condiciones de aprovechar el potencia de la técnica y de crear reglas e instituciones al servicio de un auténtico desarrollo. No parece exagerado sostener que la libertad religiosa así entendida es el corazón de la paz.
En este sentido la libertad religiosa plantea al Estado la exigencia de una acogida positiva y una tutela efectiva; a la sociedad la necesaria disponibilidad a un diálogo sincero; y a las comunidades religiosas la disponibilidad fatigosa al testimonio en sus múltiples dimensiones. De nuevo en el discurso a la Asamblea de Naciones Unidas, Benedicto XVI explicaba que "es inconcebible que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos para ser ciudadanos activos... No se puede limitar la plena garantía de la libertad religiosa al libre ejercicio del culto, sino que se ha de tener en la debida consideración la dimensión pública de la religión y, por tanto, la posibilidad de que los creyentes contribuyan a la construcción del orden social. A decir verdad, ya lo están haciendo, por ejemplo, a través de su implicación influyente y generosa en una amplia red de iniciativas, que van desde las universidades a las instituciones científicas, escuelas, centros de atención médica y a organizaciones caritativas al servicio de los más pobres y marginados".
Y es que la realidad demuestra que los ámbitos sociales que son fruto del ejercicio de la libertad religiosa no son lugares oscuros y cerrados a los que mirar con sospecha (como sucede con frecuencia en algunos países europeos, especialmente España) sino realidades vivas que merecen toda la atención y simpatía de quienes tienen la responsabilidad del bien común.
En un contexto de crisis epocal como el que atravesamos, una perspectiva como la señalada por el Papa debería abrir un amplio y rico debate que no sólo atañe a las "confesiones religiosas", en tanto que espacios culturales perfectamente acotados, sino a cuantos se preguntan con temor y temblor qué caminos habremos de explorar en el inmediato futuro para afrontar cuestiones candentes como el terrorismo global, la inmigración masiva, la desarticulación social o la emergencia educativa. Como ha reconocido amargamente el profesor judío Joseph Weiler, Europa se ha permitido el lujo de desperdiciar el magisterio social de los Papas a la hora de diseñar su proyecto de unidad. ¿Seguiremos en lo mismo?