El fundamento profundo y exigente sobre la responsabilidad ecológica, la Iglesia lo sitúa en el hecho de la creación, obra de Dios mismo, confiada a los hombres. Ésta es la clave de todo.
Así, en concreto, lo vemos en el magisterio del Papa Benedicto XVI, cuya visión se distancia clara y netamente de aquellas otras visiones del mundo que excluyen el hecho de la creación y, por consiguiente, no tienen en cuenta o rechazan la intervención de Dios. Las numerosas referencias del Papa a la obra creadora de Dios subrayan y confirman la verdad del origen último del mundo a partir de un acto creador de Dios. «En la naturaleza el creyente reconoce el maravilloso resultado de la intervención creadora de Dios». La «naturaleza es expresión de un proyecto de amor y de verdad. Ella nos precede y nos ha sido dada por Dios como ámbito de vida. Nos habla del Creador (Cf Rm 1,20) y de su amor a la humanidad». El mundo no es producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar. Procede de la voluntad libre de Dios que ha querido hacer participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad.
Por tanto, el mundo, la naturaleza, no es algo sagrado, de suyo, ni intocable, sino un don de Dios puesto por Dios en las manos del hombre al que le ha sido confiada la responsabilidad y la tarea de custodiar y cultivar la tierra. La naturaleza no es un absoluto, no es tampoco objeto de culto, como pudiera reclamar una cierta ideología panteísta difusa, pero tampoco es una desnuda y amorfa materia de la que se pueda disponer a nuestro antojo, placer, o agrado, producto de dinamismos necesarios u obra del azar, algo meramente fáctico como un montón de materiales disponibles, o algo que ya está determinado de manera definitiva en un dinamismo ciego e inexorable.
En la armonía: Creador, humanidad y creación, el hombre ha recibido de Dios mismo el encargo de, con inteligencia y amor, «dominar» las cosas creadas, «cultivar el jardín» del mundo, conservar y proteger la naturaleza creada por Dios. El hombre debe sentirse responsable de los dones que Dios le concede y confía, «guardián» de la tierra en la que vive, de la armonía de un orden consistente en sí mismo, que sostiene el equilibrio impreso en su conjunto, cuya fractura hace de la tierra y del ambiente una realidad hostil, degradada y degradante.
La falta del respeto debido se ha introducido cuando, perdiendo el sentido del mandato del Creador inscrito en su obra, «el ser humano se ha dejado dominar por el egoísmo, y en su relación con la creación se ha comportado como explotador, queriendo ejercer sobre ella un dominio absoluto». Se hace particularmente «indispensable» que la humanidad renueve y refuerce la alianza entre ser humano y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos». Aceptar y comprender la relación entre el Creador, el ser humano y la creación es fundamental para la cuestión ecológica, si queremos no agravarla sino encontrar soluciones para ella.
«La naturaleza está a nuestra disposición no como un ‘‘montón de desechos esparcidos al azar’’, sino como un don del Creador que ha diseñado sus estructuras intrínsecas para que el hombre descubra las orientaciones que se deben seguir para guardarla y cultivarla» (Gen 2,15). Pero se ha de subrayar que es contrario al verdadero desarrollo considerar la naturaleza como más importante que la persona humana misma. Esta postura conduce a actitudes neopaganas o de nuevo panteísmo: la salvación del hombre no puede venir únicamente de la naturaleza, entendida en sentido puramente naturalista. Por otra parte, también es necesario refutar la posición contraria que mira a su completa tecnificación, porque el ambiente natural no es sólo materia disponible a nuestro gusto, sino obra admirable del Creador y que lleva en sí una «gramática» que indica finalidad y criterios para un uso inteligente, no instrumental y arbitrario. Reducir completamente la naturaleza a un conjunto de simples datos fácticos acaba siendo fuente de violencia para con el ambiente, provocando además conductas que no respetan la naturaleza del hombre mismo. Ésta, en cuanto se compone no sólo de materia, sino también de espíritu, y por tanto rica de significados y fines trascendentes, tiene un carácter normativo incluso para la cultura. El hombre interpreta y modera el ambiente natural mediante la cultura, la cual es orientada a su vez por la libertad responsable atenta a los dictámenes de la ley moral». (Benedicto XVI). Aquí queda esbozado el fundamento y los criterios de lo que consiste la ecología humana: la naturaleza no se puede considerar más importante que la persona humana.