A las 4.15 horas del miércoles 30 de diciembre, con el expreso deseo del presidente, abogado Alberto Fernández (del gobernante Frente de Todos), y antes de que concluya este fatídico año, el Senado de la nación argentina ha conferido estatuto de ley al “crimen abominable” del aborto.
Treinta y ocho votos a favor decidieron la peor de las suertes para aquellos niños no deseados por quienes serán sus madres, sentenciando su inocencia y su indefensión con la pena de muerte hasta la decimocuarta semana de gestación. Veintinueve senadores votaron en contra del proyecto del Ejecutivo y una sola abstención tuvo lugar.
Con la sanción legal del aborto no se trata de la furiosa victoria verde ni de la humillante derrota celeste, colores emblemáticos de los “pro-derechos” y los pro-vida. Una sola es la derrota real y cruel, la de los niños que sin “derechos ampliados” serán sacrificados de ahora en más y cuya sangre silenciada reclamará justicia al Señor de la vida y de la muerte.
La Argentina toda es culpable de este crimen horrendo, aunque muchos combatieron con coraje hasta el final ofreciendo su voz a quienes se la arrancaron. Cae la culpa, empero, sobre todo en la clase política dirigente, que con ostensible menosprecio ha desoído el reclamo de cientos de miles de argentinos, mujeres y hombres, oponiéndose a la legalización de este crimen.
Un párrafo aparte merecería el análisis del fracaso de la educación católica de los últimos decenios en nuestra Patria, que fue incapaz de entusiasmar a tantos jóvenes estudiantes con la belleza, el vigor y la apasionante militancia de la cosmovisión cristiana; de allí que con desabrida resignación hayamos visto tantos “pañuelos verdes” en nuestros colegios católicos. Alumnos “verdes”, docentes “verdes” y directivos “verdes”, sin excepción.
El aborto esta vez, pero desde noviembre del año 2002, con ocasión de la promulgación de la Ley 25.673, de salud sexual y procreación responsable -vulgarmente llamada “ley de salud reproductiva” y que impuso la práctica oficial de la contracepción en Argentina- se han sucedido una serie de leyes inicuas que no han hecho sino imponer con prepotencia la “cultura de la muerte”. Así, hemos visto sancionadas la Ley 26.618 de “Matrimonio Igualitario” (2010) y la Ley 26.743 de “Identidad de Género” (2012), por citar las dos más emblemáticas.
La legalización del aborto no es la etapa conclusiva de la implantación de aquella mortífera cultura. Si así pudiera declararse, se trata, sí, del galardón más apetecido por los fautores de aquello que un esclarecido sacerdote argentino denominó la “re-ingeniería social anticristiana” en nuestra Patria.
Pues en eso consiste todo, en el alineamiento de nuestra nación a los dictados del así llamado Nuevo Orden Mundial, en la medida en que la financiación del crédito para saldar el permanente endeudamiento argentino ha exigido esta “cláusula” contraria al orden natural, a la familia, a la vida humana por nacer y, finalmente, al plan de Dios Creador sobre el hombre y la sociedad.
La “ampliación de derechos”, la “autonomía de la mujer”, “la legalización de lo ilegítimo” (los abortos clandestinos), algunos de los argumentos empleados hasta el hartazgo para sostener la legitimidad del proyecto son en rigor mentiras a designio impuestas por los ministros canallas de quien es mentiroso y homicida desde el principio.
Quiero recordar aquí una extraordinaria página del invencible adversario del comunismo soviético, Alexandr Solzhenitsyn (1918-2008), cuya luz y fuerza han de servir para alistar los mejores espíritus en nuestros campos y en nuestras ciudades. “Aquí yace precisamente la clave que despreciamos. La más sencilla, la más asequible para alcanzar nuestra liberación: ¡la no participación personal en la mentira! Que la mentira lo cubra todo, que lo avasalle todo; pero obstinémonos en lo más pequeño; que domine, pero ¡no a través de mí! (…) No será un camino liso. Pero es el más llano de todos. Opción espinosa para el cuerpo, más única para el alma. Un camino duro. Sin embargo, en nuestro país ya hay personas, hasta decenas, que llevan largos años sosteniendo estos puntos, y viven en la verdad” (¡Rechacemos la mentira!, 18 de febrero de 1974).
Dios nunca es vencido y tampoco nosotros, quienes con gallardía nos llamamos "hijos de la luz". Nuestra consigna es "el deber cristiano de la lucha" y a semejanza de los siete hermanos Macabeos estemos dispuestos a sacrificarnos, más todavía y sin miramientos, por el Altar y por la Patria.
Ernesto Alonso ha sido director de la sección argentina de la SITA (Sociedad Internacional Tomás de Aquino).