El libro Providence and Evil [La Providencia y el mal] del filósofo católico Peter Geach es interesante no solo por lo que dice sobre los temas anunciados en el título, sino también por sus numerosas perspectivas y argumentos concernientes a otros asuntos que Geach aborda de paso.
Entre esas referencias pasajeras figura una breve pero incisiva crítica a quienes plantean una imagen “desnaturalizada” del cristianismo en nombre de “la evolución del hombre y del progreso” (pág. 85). Según ese planteamiento, la tradición cristiana es “mutable“, de modo que “con el progreso del conocimiento, una doctrina enseñada continuamente hasta ahora en un sentido debe ahora ser interpretada en sentido distinto” (págs. 86-87). Geach no utiliza el término “modernismo”, pero es de eso de lo que está hablando.
El modernismo autodestructivo
Un problema que se plantea con esta perspectiva, señala Geach, es que nunca podríamos tener un fundamento para creer en ella. Porque solo existen dos posibles fuentes para una doctrina teológica: la razón y la revelación. Siendo más precisos: un camino por el que podríamos llegar a conocerla es la vía de la argumentación filosófica, cuyas premisas son completamente independientes de la revelación. Los argumentos filosóficos para la existencia de Dios serían un ejemplo. El otro camino es por medio de una revelación divina especial, como en el caso de un mensaje transmitido por un profeta cuya autoridad está respaldada por milagros. La doctrina de la Encarnación sería un ejemplo. Tradicionalmente el cristianismo apela a ambas fuentes de conocimiento, pero lo que es específicamente cristiano nos viene por medio de la Revelación.
Peter Geach (1916-2013) , filósofo católico neotomista, de quien en español se ha publicado "Las virtudes", estuvo casado con la también filósofa Elizabeth Anscombe (1919-2001), conversa. Ambos fueron discípulos de Ludwig Wittgenstein (1889-1951).
El problema para el modernista descrito por Geach es el siguiente. El modernismo es una perspectiva específicamente cristiana. El modernista afirma (es falso, por supuesto: pero él lo afirma) que conserva lo esencial de la doctrina cristiana. Y lo esencial de esta doctrina, dice el cristianismo, fue divinamente revelado en tiempos de Cristo y de los apóstoles. Por tanto, el modernismo no puede apelar a un argumento puramente filosófico para justificarse. Tiene que apelar al contenido de esa divina revelación que se remonta al origen de la Iglesia.
Ahora bien, ¿cómo sabemos que algo forma parte realmente del contenido de esa revelación? Geach apunta que la continuidad de una doctrina es una condición necesaria para que podamos conocerla. Sin duda, no es una condición suficiente. Que una doctrina haya sido consistentemente ensañada por la Iglesia durante dos mil años no garantiza por sí mismo que sea verdadera, pues necesitamos alguna razón independiente para pensar que en verdad fue divinamente revelada hace dos mil años. Pero, insistimos, es una condición necesaria. Si una doctrina no ha sido enseñada durante dos milenios o contradice lo que ha sido enseñado durante dos mil años, malamente podemos saber que formó parte de la revelación divina hace dos milenios. Y en tal caso no puede justificarse apelando a dicha revelación.
El problema para el modernista es que las nuevas doctrinas que quiere enseñar, o las nuevas interpretaciones que pretende para las antiguas doctrinas, por definición no pueden ser rastreadas hasta la revelación original de hace dos mil años. Si pudiesen serlo, no serían nuevas. Por consiguiente, el modernista no puede defenderlas apelando a la revelación más de lo que puede defenderlas apelando a argumentos filosóficos. Y puestos que ésas son las dos únicas vías posibles con las que podría haberlas defendido, no puede defenderlas en absoluto. Se quedan flotando en el aire, sin fundamento.
Por eso Geach dice del modernista: “Su enseñanza estará fabricada con conjeturas eruditas entremezcladas con aquellos fragmentos de la vieja tradición -muchos o pocos- en los que decida seguir creyendo. Puede optar por creer en todo ello, pero ni podrá convencer racionalmente a alguien de fuera, ni podrá alegar autoridad alguna que obligue a la conciencia de un cristiano” (pág. 86).
De esta forma, el modernismo es una posición que inevitablemente se refuta a sí misma. Al rechazar la continuidad de la tradición en la doctrina, rechaza la única base de la que podría gozar su propia doctrina.
Un parásito
En mis primeros años de universidad acudí a las clases de John Hick (uno de los mejores profesores que he tenido nunca, aunque sus opiniones filosóficas y teológicas dejaban mucho que desear). Hick era un modernista donde los haya, y un influyente adalid de la perspectiva religiosa pluralista según la cual todas las religiones del mundo son más o menos igualmente buenas y salvíficas.
Ahora bien, no puedes adoptar coherentemente esa opinión a menos que diluyas drásticamente las pretensiones de veracidad de esas religiones, pues tales pretensiones están reñidas unas con otras. Y Hick reconocía (de palabra: a bote pronto no sé si alguna vez lo dejó publicado) que probablemente poca gente se convertiría al cristianismo o a cualquier otra religión en tales formas diluidas. Simplemente, no tiene mucho sentido convertirse al cristianismo si lo primero que te dicen es que doctrinas como la Trinidad y la Encarnación no son realmente verdaderas, sino solo formas poéticas de hablar. Por consiguiente, reconocía Hick, para que opiniones como la suya llegase a prevalecer, la gente tenía que empezar por creer las doctrinas más tradicionales y luego alejarse gradualmente de ellas bajo la influencia de sus argumentos.
Esto muestra cómo el modernismo es psicológica y sociológicamente parásito de las doctrinas tradicionales que rechaza. Pero lo que destaca Geach esencialmente es que el modernismo es también lógicamente parásito de las doctrinas que rechaza. Pues no tiene un fundamento independiente, sino que presupone la perspectiva tradicional de que realmente hubo una revelación divina hace dos mil años, de la cual (alega el modernismo) él mismo es, por fin, la interpretación correcta.
Sin embargo, al mismo tiempo, en la forma en que acabamos de ver, el modernismo subvierte toda posible confianza en la pretensión de conocer esa revelación. Si dices “esto y aquello fue realmente revelado hace dos mil años, pero la Iglesia lo ha malinterpretado durante dos mil años”, inevitablemente surge la pregunta: “Si has estado entendiendo mal el contenido de la revelación durante tanto tiempo, ¿por qué suponer que tienes razón en el hecho de que hubo una revelación?”
No es pues de extrañar que solo las perspectivas teológicamente conservadoras del cristianismo prosperen, mientras que las perspectivas progresistas se hunden y mueren. Lógicamente, y por tanto psicológica y sociológicamente, el modernismo inevitablemente destruye la fe que dice preservar adaptándola a los tiempos modernos. En ese sentido, el modernismo es un cáncer que mata lentamente al huésped de cuya vida depende.
El cumplimiento de las profecías
Hay otra ironía del modernismo sobre la Geach llama también nuestra atención. Escribe: “Se dice a menudo que en nuestro mundo y en nuestra época la historia cristiana es irrelevante. Curioso adjetivo, cuando con toda probabilidad las más sombrías profecías cristianas sobre los últimos tiempos podrían parecer, incluso según cálculos humanos, literalmente cumplidas” (pág. 84).
Si las profecías en cuestión parecían próximas a cumplirse en los años 70, cuando escribía Geach, ¿cuánto más ahora, a la luz de la depravación moral sin precedentes y de la desbocada heterodoxia de nuestros días? Sea como fuere, aunque el modernismo pretenda salvar al cristianismo de ser “irrelevante”, en realidad es un ejemplo de la apostasía generalizada de la fe católica que figura entre las cosas sombríamente profetizadas por Cristo y los apóstoles. En ese sentido, el predominio del modernismo confirma sin quererlo las predicciones de esa teología tradicional que pretende socavar.
Publicado en el blog del autor. Edward Feser es profesor de filosofía en el Pasadena City College de California.
Traducción de Carmelo López-Arias.