En noviembre de 1913, Lenin le reprochó por carta a Gorki su sueño de una especie de cristianismo-leninismo «por cópula ideológica con un cadáver». Estoy de acuerdo con mi buen amigo, profesor de hermenéutica filosófica de la Universidad de Trieste, Renato Cristin, en su empeño de analizar el experimento emergente del denominado «Catocomunismo». Da la impresión de que se está produciendo una nueva alianza entre cristianos y comunistas que se percibe con claridad, entre otros aspectos, en los siguientes: coincidencia en las temáticas prioritarias de la agenda de actuación y de exposición pública, utilización de lenguajes compartidos y elaboración de propuestas conjuntas que contienen no poca dosis de ingenuidad y buena voluntad compartida. Está claro. En esta nueva constelación, quien sale perdiendo es el catolicismo, que abandona su centro, las temáticas y los lenguajes específicos y que parece olvidar las lecciones de la historia. La fe instrumentalizada por la ideología y la ideología reanimada por la fe.

Pensemos en el modelo clásico de los regímenes comunistas. Primero denuncian la pobreza y señalan al sistema capitalista como su causa, prosiguen acusando a las fuerzas, nacionales e internacionales, de obstaculizar la posibilidad de superar la pobreza. Terminan justificando la existencia de la pobreza misma para ocultar el saqueo con fines personales, o del partido, o del partido-Estado, legitimando así la destrucción y sovietización del sector empresarial, el odio de clases, la privación de libertades personales y civiles. Y todo ello bajo el paraguas de la igualdad. Y para sazonar más el engrudo, le añaden las denominadas políticas identitarias, multiculturales, de minorías y no poco pensamiento ecológico del malo… ¿Les suena? Llevado hasta las últimas consecuencias el problema actual es que, en determinados países –Venezuela, Cuba, Argentina, ¿España?-, el catocomunismo se convierta en una forma de Estado.

Quizá sea el momento de volver al magisterio de Juan Pablo II, desde la aportación de un Papa Francisco sin las adherencias de sus intérpretes, muchos de ellos auto-referenciales y auto-acreditados. Y también a la necesidad de una Doctrina Social de la Iglesia desde la tradición, que no es rémora sino aliento.

Publicado en ABC.