Madrid celebra un año más su Feria del Libro, y me vienen a la cabeza numerosos recuerdos. Desde aquel abrazo con Perales...
a un selfi con Luis Eduardo Aute, y un dibujo suyo, que conservo, casi casi, en una de esas cajas fuertes que siempre tienen los bancos. Pasando por Pampliega, a quien entrevisté antes y después de su secuestro, y que escribió
En la oscuridad, ¡un imperdible!... o Javier Reverte, quien, un día, sabiamente, me aconsejó: "Si quieres ser periodista, deja la carrera y dedícate a viajar"... O Garci, que recordaba sus tardes de niño en los cines de la calle Cadarso... O Prada, ¡el último gran profeta de nuestro tiempo!... O "ese católico penitente y libertario impenitente", el profesor Huerta de Soto, que llegó a decirme, entre susurros: "No olvides que Dios existe... ¡y es anarquista!".
A lo largo de mi vida -todavía corta, pienso yo, ¡que así sea!- siempre he creído que, como diría Sócrates, en realidad, "solo sé que solo sé leer". De hecho, sin ánimo de caer en un hiperbólico recurso facilón, la lectura es el único don del que me siento seguro de no ser presa del síndrome del impostor. ¿Y tú, qué sabes hacer?, preguntaría el primero que me quisiera contratar. "Yo, leer, y poco más", respondería. Aunque, al segundo, satisfecho, como quien es conocedor del gran misterio de la vida, me diría: 'Santa Teresa y Boabdil, Ítaca, la muralla china, las minas del rey Salomón, flores del mal y gatopardos y caminos de perfección… todo está en los libros, todo está en los libros, todo está en los libros'.
El primer libro "para mayores" que recuerdo haber leído fue una edición pirata de Las aventuras de Huckleberry Finn. Un personaje –y sobre todo su autor– cuyo sentido del humor siempre me ha maravillado y cuya forma de ver la vida me ha parecido digna de admiración. Después de aquel primero... fueron muchos más, aunque, es cierto, no tantos, ni mucho menos, como a todos nos gustaría contar. Eso sí, siempre en papel, con música de fondo y melodía difícil de recordar, para poderme concentrar, y vinculada al país o a la época de la que fuera a leer. Al terminar, en la primera página, a lápiz, por si un día tocara huir, para que alguien los pueda vender, mi nombre y el año… y, luego, en un privado ceremonial, beso la contraportada... y, hale, a colocarlo en la vitrina, como "Floren", cada año, con la orejona.
Mi
apreciado Dragó, que, precisamente, en una Feria del Libro de Madrid, en una vieja edición de
Gárgoris y Habidis, me estampó su número y el correo electrónico, solía decir que
el mayor orgullo de un escritor no son los libros que haya podido leer, ni siquiera los que ha podido escribir, sino los libros que ha conseguido hacer leer. Y, yo, que soy un simple lector, le añadiría una derivada más, "que fueran todos mínimamente buenos, al menos, como para no aparecer en la lista de 'los 100 que no deberías dejar de leer antes de morir'".
Estimados amigos, como me será complicado comprarles un libro a cada uno, por esta vez, les dejo, a cambio, unas pocas reseñas con cariño... para que, de mayor, alguno, al verme, me pare y me diga: "Aquel libro, don Juan, cambió mi vida... Fíjese que fue usted ¡el que me lo recomendó!... o eso diría".
-'El piloto de Hiroshima: Más allá de los límites de la conciencia', Günther Anders
El 6 de agosto de 1945, Claude R. Eatherly cumple la orden de destruir el puente situado entre el cuartel general y la ciudad de Hiroshima. Un error de cálculo hace que la bomba caiga sobre la ciudad. De regreso a la base militar, muy consciente de la existencia de una ley natural, el "piloto de Hiroshima" renuncia a todos los honores y promete dedicar su vida a resarcir sus errores. Pero la monstruosidad de lo sucedido marcará el resto de sus días y será recluido en diferentes hospitales psiquiátricos.
En 1959, el filósofo vienés Günther Anders inicia su correspondencia con él, convirtiendo su historia personal en el "caso Eatherly". Según Anders, Eatherly personifica la conciencia en un mundo que persuade al individuo de que no es responsable de las consecuencias de su acción. El mundo tecnificado nos implica en hechos en cuyos efectos somos incapaces de representarnos. Esto hace que podamos ser inocentemente culpables como nunca antes. Eatherly es, sin duda, el "predecesor" de todos nosotros.
-'El desierto de los tártaros', Dino Buzzati
La fascinación que desde su aparición en 1940 ha despertado El desierto de los tártaros, la más célebre novela de Dino Buzzati (1906-1972), proviene tanto del paisaje formal de la fábula que narra, como de la significación que oculta.
La historia del oficial Giovanni Drogo, destinado a una fortaleza fronteriza sobre la que pende una amenaza aplazada e inconcreta, pero obsesivamente presente, se halla cargada de resonancias que la conectan con algunos de los más hondos problemas de la existencia, como la seguridad como valor contrapuesto a la libertad, la progresiva resignación ante el estrechamiento de las posibilidades vitales de realización, o la frustración de las expectativas de hechos excepcionales que cambien el sentido de la existencia.
-'Reencuentro', Fred Uhlman
Dos jóvenes de dieciséis años son compañeros de clase en la misma selecta escuela de enseñanza media. Hans es judío y Konradin, un rico aristócrata miembro de una de las más antiguas familias de Europa. Entre los dos surge una intensa amistad y se vuelven inseparables. Un año después, todo habrá terminado entre ellos. Estamos en la Alemania de 1933, y, tras el ascenso de Hitler al poder, Konradin entra a formar parte de la fuerzas armadas nazis mientras Hans parte hacia el exilio.
Muchos años después, instalado ya en Estados Unidos, donde intenta olvidar el siniestro episodio que los separó amargamente, y en principio para siempre, "reencuentra", en cierto modo, al amigo perdido. Esta pequeña obra maestra, uno de los más bellos cantos a la amistad verdadera, resurge hoy con la misma capacidad de conmover que cuando se publicó por primera vez en 1960.
-'El señor del mundo', Robert Hugh Benson
Es una novela sobre el Apocalipsis, una narración sobre un tiempo futuro, que en muchos aspectos ya es el presente de nuestra sociedad. Nos presenta un mundo globalizado y tecnológico que ha negado a Dios, y una religión que se ha difuminado en un humanitarismo sin alma. Una sociedad relativista y materialista en la que no cabe la Iglesia... Cuando ya está todo preparado, un gran líder político, de apariencia humanista y solidaria, logra unificar casi todo el planeta hablando de paz... pero ocultando detrás un gran mal.
Un libro de lectura obligatorio para todo lector preocupado por la deriva de nuestra sociedad. Desde su publicación, en 1907, fue objeto de críticas. Unos lo tachaban de catastrofista, y otros lo consideraban como profético. Pero, desde entonces, esta obra maestra y visionaria, que fue capaz de anticipar el destino del hombre -y de la sociedad- que da la espalda a Dios, se ha convertido en un auténtico clásico.
-'Que no muera la aspidistra', George Orwell
La tercera novela de Orwell relata con maestría la historia de un librero y poeta decidido a combatir el poder del dinero viviendo en la miseria. Gordon Comstock es un poeta frustrado que quiere llevar sus ideales hasta las últimas consecuencias. Tras rechazar un lucrativo trabajo como publicista, acepta un humilde puesto en una librería de Londres que apenas le da para comer, pero que le permite salvar sus principios.
Resuelto a no caer en la comodidad que simboliza la flor de la aspidistra, presente en todas las ventanas de los hogares de clase media británicos, Gordon pasa las noches temblando de frío en su habitación alquilada mientras intenta escribir, ensimismado en su sueño de noble pobreza. Cuando la relación con su familia, sus amigos y su prometida se vuelva imposible por culpa del vil metal, la precariedad acabará por darle una importante lección de vida: "Los principios están muy bien, siempre que no haya que ponerlos en práctica".
Una novela que incluye, además, un contundente argumentario contra el aborto. En la parte final se enfrenta a un problema que va a decidir su destino: ha dejado embarazada a su novia, en un momento en el que la boda es económicamente imposible si quiere continuar con su libre pero pobre vida de artista. Surge la posibilidad del aborto y se da un elocuente diálogo: "¡No temas! Pase lo que pase no vamos a hacer eso. ¡Es indecente!", dijo él. "Sé que lo es, pero no podemos tener el niño sin estar casados", contestó ella. "¡No!, si esa es la alternativa, me casaré contigo. Antes me cortaría la mano que hacer algo como eso".