Un nuevo mensaje de aliento y de apoyo llega de la visita de Benedicto XVI a Sulmona, a Los Abruzos probados por el desempleo y por el terremoto donde el Obispo de Roma, que es primado de Italia, ha querido volver por tercera vez. Demostrando una atención a la que muchísimos han respondido con afecto sencillo, sobre todo en los conmovedores encuentros con una representación de detenidos y con los jóvenes. Y precisamente a estos últimos el Papa ha dirigido palabras que van mucho más allá de los propios confines abruceses e italianos: en la exhortación a querer mucho a la Iglesia, a su Obispo y a los sacerdotes en estos «tiempos más bien difíciles», según la expresión que utilizó en la afectuosa carta a su secretario de Estado por los cincuenta años de sacerdocio.
A pesar de «todas nuestras debilidades» -repitió después Benedicto XVI con humildad ejemplar- «los sacerdotes son presencias preciosas en la vida». Es importante el apoyo continuo del Papa a los sacerdotes católicos, «testigos claros y creíbles» de la reconciliación con Dios, precisamente cuando se intenta oscurecer la realidad y la belleza de su misión: en efecto, son insustituibles y fundamentales en el camino terreno de la Iglesia. Así como, en una especie de correspondencia, son muy significativas las crecientes demostraciones de simpatía y de afecto que llegan al Pontífice, y no sólo de parte de los católicos, sobre todo en los viajes y en las visitas: se ha visto en Malta, en Turín, en Portugal y en Chipre. Pero también en las celebraciones en Roma, en especial durante la conclusión del Año sacerdotal.
En el Año jubilar dedicado a Pedro del Morrone -a quien inmediatamente después del concilio rindió homenaje Pablo VI, subrayando la permanente exigencia de renovación en la continuidad de la tradición- el Papa ha recordado a su predecesor medieval sobre todo como un «buscador de Dios» en la elección del silencio. Ese silencio que Benedicto XVI, al volver al Vaticano, ha subrayado como rasgo distintivo de José, su santo patrono, y que significa sobre todo atención y disponibilidad respecto a Dios, en una sociedad que en cambio quiere cubrirle con mil voces contrapuestas, en un estruendo desordenado que desorienta al hombre de hoy.
El cristiano no debe olvidar la historia, igual que tampoco la opción del silencio y de la oración es ajena a la realidad. Al contrario -con un hincapié que en absoluto se puede dar por descontado en una época que ignora cada vez más la historia-, el Papa ha recordado a los jóvenes la importancia de la memoria histórica para comprenderse a uno mismo y abrirse al futuro, poniendo en guardia después respecto a la oración que aleja de la vida real: «La fe y la oración no resuelven los problemas, pero permiten afrontarlos con nueva luz y fuerza». Según un realismo posible sólo porque mantiene «siempre abiertos los «ojos interiores», los de nuestro corazón».
Giovanni Maria Vian es director de L´Osservatore Romano