Porque mi madre estuvo gravemente enferma cuando nosotros éramos muy niños y se curó contra todo pronóstico, pero ya le había visto la cara a la Parca, en mi familia se habla de la muerte con fluidez de lenguaje materno. Puede chocar. Me di cuenta el otro día en casa de mi padre, cuando nos pusimos hablar animadamente de cómo queríamos ser enterrados y cada uno, incluyendo los niños, exponía sus preferencias con una delectación propia de un Valdés Leal. Los invitados no sabían dónde meterse. Traté de cambiar de tema, pero con poco éxito. Estábamos lanzados al memento mori.
Esa tarde sanó mi resquemor una crónica desde Ucrania de Alberto Sicilia. Describía la resistencia de los ucranianos civiles a abandonar sus pueblos que han quedado en la peligrosa tierra de nadie o en mitad del frente. Sicilia explica cómo ese factor puede terminar siendo decisivo en la guerra, pues los locales ayudan al ejército ucraniano y también vigilan al contrario. Nadie conoce el terreno como ellos, y eso da una ventaja sustancial.
Pero ¿por qué no se van? Ahí viene el consuelo que decía. Escribe Sicilia: "Me impresionó la importancia que tienen los cementerios. La idea de 'ahí están enterrados mis abuelos, mis padres y mi hermano. Yo no me muevo de aquí'". Así es. Las raíces del hombre son las tumbas de sus seres queridos.
Por eso, debería preocuparnos la desafección que parece imponerse en España por nuestros restos sagrados y por los de los nuestros. Acepto que lo de mi familia puede resultar exagerado, sobre todo en un almuerzo con invitados desprevenidos. Pero lo de correr un tupido velo y esparcir rápidamente las cenizas por cualquier lado, aunque resulta más cómodo, conlleva sus peligros. Ni tanto ni tan calvo, diría; aunque dentro de cien años, ejem, todos calvos. Y sin raíces se nos seca el árbol de la vida.
Cada vez que nos admiremos del valor y del sacrificio ucranianos recuerden la impresión que en el corresponsal de guerra Alberto Sicilia (hombre no fácilmente impresionable) causó la importancia práctica y presente del pasado y los cementerios. Poco tiempo más transido de eternidad y de futuro que el empleado en recordar a nuestros mayores. Una visita con unas flores al cementerio puede ser el acto más rebelde contra la tiranía de nuestra época. No sólo pretenden borrar la historia general, también la familiar. Los que nos proponen la desmemoria quieren robarnos la resistencia.
Publicado en Diario de Cádiz.