Vaya paleta que soy, querido lector. Siempre presumiendo de ser madrileña de pura cepa para luego no saber ni quién era San Isidro. Menos mal que soy muy curiosa y me he puesto las pilas este mayo pasado. ¡Y qué preciosa es la historia que he descubierto! Se trata de la vida y milagros del pequeño san Isidro labrador, nuestro patrón madrileño y gran intercesor ante el Señor de todos los que en él confían en mi ciudad. Vivió allá por el siglo XII, cuando Madrid era una pequeña zona amurallada, rodeada de bosques plagados de osos y jabalíes.
Pobre hasta doler, no por ello dudó en compartir el poco alimento que tenía con todos aquellos que a él acudían para sobrevivir. Casó joven con santa María de la Cabeza, con quien tuvo varios hijos que fueron testigos de su poder de oración. Illán, uno de ellos, cayó un día a un pozo del que salió salvo, cuando las aguas comenzaron a crecer milagrosamente hasta desbocarlo por la abertura mientras sus santos padres oraban con fervor por su vida.
Fue pocero antes que labrador, y fueron muchos los que asombrados le vieron arrancar milagros al cielo. Quizá el más conocido fue el que le sucedió a su amo y señor don Iván de Vargas, noble dueño de fincas de labranza que se situaban al lado del río Manzanares. Es ahí donde hoy está precisamente su ermita, («La ermita del santo», junto al cementerio de San Isidro), en donde se venera su reliquia y en donde un día brotó un manantial milagroso del que aún hoy mana agua sanadora.
Sucedió que don Iván de Vargas estaba enojado al haber sido informado de que su pequeño labrador llegaba tarde a los campos. Cuando lo interrogó por su pereza, Isidro le confió que no podía trabajar sin haber recibido la Comunión y que por ello no llegaba al alba a los campos. Así mismo le juró que los cultivos estarían listos para la siega y que en nada le defraudaría. Don Iván, enganchado por la curiosidad, se presentó sin aviso al día siguiente para espiar al santo y ver cómo se las apañaba tan bien con las tierras, si robaba horas al trabajo. Su estupor fue enorme cuando desde lejos, no vio una, sino tres yuntas arando. La central la llevaba su pequeño labrador Isidro y las colindantes, dos figuras angélicas. Conmovido galopó hacia el santo, a quien ya de cerca encontró solo y quien le juró que nadie había estado con él. «Yo sólo oro a Dios para que me ayude en mi labranza», contestó lleno de sorpresa. El noble comprendió que estaba ante un hombre bendito y le encomendó desde ese día toda la administración de sus haciendas.
El milagro quizá menos conocido y el que más debería ser visitado es el del pozo de la ermita. Aconteció que en una de las visitas de don Iván, éste sintió gran sed e Isidro clavó su aguijada en el suelo, de donde brotó inmediatamente un manantial. Esa agua pura ha sido de gran fama al sanar a muchos enfermos desahuciados, como al emperador Carlos V, cuya esposa, la emperatriz Isabel, al ver al rey sanado ordenó construir la ermita en honor a San Isidro. De la fuente milagrosa sigue hoy manando agua y son ya numerosísimos los casos de curaciones investigadas. Para beberla sólo tiene que acercarse a la Ermita del Santo en el mes de mayo en la ciudad de Madrid, junto al Cementerio de San Isidro. Cada quince de mayo se conmemora en la capital de España el recuerdo de este pequeño y adorable santo con una romería al más puro estilo castizo. ¡Ya no lo olvide para el año próximo, querido lector! La fecha para robar una gracia al cielo a través de su intercesión es el quince. Haga la prueba el mayo próximo, pero eso sí: ¡no se olvide de contarnos luego si San Isidro escuchó su ruego!
Publicado en revista Misión www.revistamision.com