En la constitución dogmática Lumen gentium, el Concilio Vaticano II enseña que “Cristo, el gran Profeta, que proclamó el reino del Padre con el testimonio de la vida y con el poder de la palabra, cumple su misión profética hasta la plena manifestación de la gloria, no sólo a través de la Jerarquía, que enseña en su nombre y con su poder, sino también por medio de los laicos, a quienes, consiguientemente, constituye en testigos y les dota del sentido de la fe y de la gracia de la palabra para que la virtud del Evangelio brille en la vida diaria, familiar y social”. Así “los laicos quedan constituidos en poderosos pregoneros de la fe en la cosas que esperamos cuando, sin vacilación, unen a la vida según la fe la profesión de esa fe. Tal evangelización, es decir, el anuncio de Cristo pregonado por el testimonio de la vida y por la palabra, adquiere una característica específica y una eficacia singular por el hecho de que se lleva a cabo en las condiciones comunes del mundo” (n. 35).
Estas palabras se aplican, sin dudas, a la vida y a la obra de Carlos Alberto Sacheri del cual, en 2024, se cumplen 50 años de su muerte martirial.
En lo que se refiere al carácter profético de su palabra –vinculada tanto a lo oral por sus clases y conferencias como escrita mediante sus publicaciones–, Sacheri supo asociar –como no podía ser de otra manera– los aspectos anunciador y denunciador. No podía ser de otra manera, porque todo auténtico profeta, al anunciar la Palabra de Dios, también señala aquello que se opone al plan salvífico de Dios con la esperanza de la enmienda.
Esta dupla profética “anuncio-denuncia” se hace presente, me parece, en dos libros sacherianos a los cuales se puede correr el riesgo de leer aisladamente y, por tanto, perder de vista el mensaje integral que nos quiere dejar el mártir argentino.
Se trata de El orden natural y La Iglesia Clandestina.
El orden natural es una joyita preciosa. En pocas páginas, Sacheri trata diversos temas cuyo eje en común es la Doctrina Social de la Iglesia. Debe decirse, por una parte, que hay mucho de Doctrina Social de la Iglesia. Sin embargo ofrece mucho más que solamente ella. Sacheri, puede decirse, diseña todo un programa de restablecimiento del orden social fundamentado en el derecho natural y cristiano.
Es un libro ideal para formar a los jóvenes que, todavía con varios años por delante, anhelan una auténtica reforma social. Alejado de toda categorización por “izquierda” o por “derecha”, Sacheri, a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia, avanza con iluminadoras reflexiones que tienen en cuenta, a su vez, que el pasaje a la práctica debe estar regido por la prudencia.
En La Iglesia Clandestina, Sacheri busca “contribuir modestamente a la causa de la unidad cristiana hoy [fines de los 60 y principios de los 70 del siglo XX], comprometida por los grupos pseudo-proféticos que se arrogan carismas especiales y pretenden pontificar sobre toda materia, como si poseyeran la única y verdadera autoridad para zanjar las cuestiones más controvertidas que afectan al hombre de nuestro tiempo”.
Lo primero que le importa a Sacheri es reafirmar de la Iglesia, en particular en la Argentina. Resulta patente de la lectura completa de La Iglesia Clandestina que el enfoque de Sacheri es teológico, no sociopolítico. Si hubo una obra sacheriana poco o parcialmente leída fue precisamente ésta. Más de uno se quedó –y se sigue quedando– en el mero carácter denunciador de la obra cuando Sacheri –la condición es que sea bien leído– principia por enmarcar el asunto desde la verdad de fe de la unidad de la Iglesia.
Para concluir. Tanto en El orden natural como en La Iglesia Clandestina, Sacheri adhiere, como factor común que se puede rastrear sin dificultades, al Magisterio de la Iglesia. Se trata de la mejor garantía para él y para sus lectores. Se trata de un Magisterio de la Iglesia que se pone al servicio de la Palabra de Dios y a la cual acoge, transmite y, como sucede con bastante frecuencia, defiende.
Si abundaran los profetas completos como Sacheri, es decir, los que anuncian y denuncian, y no los que hacen una u otra cosa excluyendo la otra parte, la vida de la Iglesia y del mundo por cristianizar resultaría mucho mejor. En medio de tantas pálidas, Sacheri se eleva como un faro inspirador y esperanzador. Bajar los brazos sería una picardía. Parafraseando a San Ignacio de Loyola cuando se admiraba por las vidas de San Francisco o de Santo Domingo, si Sacheri pudo ¿por qué nosotros no?