Comenzamos el tiempo estival de vacaciones. Nos vamos a encontrar más en contacto con la naturaleza. De unos años a esta parte la temática relativa al cuidado y salvaguardia del ambiente natural ocupa un lugar muy relevante en la sociedad. Se han multiplicado las alarmas por el futuro del planeta al considerar la gravedad del efecto de eventos naturales y sobre todo teniendo en cuenta –a la vista está– el comportamiento irresponsable y autodestructivo del hombre (sobre todo del hombre occidental) ante la naturaleza. «Debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, el hombre corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación. No sólo el ambiente físico constituye una amenaza permanente: contaminaciones y desechos, nuevas enfermedades, poder destructor absoluto; es el propio consorcio humano el que el hombre no domina ya, creando de esta manera para el mañana un ambiente que podría resultar intolerable. Problema social de envergadura que incumbe a la familia humana toda entera» (Pablo VI).
Por ello, ¿cómo no preocuparse seriamente, hasta convertirse en una cuestión mayor para los Estados del mundo, de los peligros causados por el descuido, e incluso el abuso que se hace de la tierra y de los bienes naturales que Dios nos ha dado? «¿Cómo permanecer indiferentes ante los problemas que se derivan de fenómenos como el cambio climático, la desertización, el deterioro y la pérdida de productividad de amplias zonas agrícolas, la contaminación de los ríos y de las capas acuíferas, la pérdida de la biodiversidad, el aumento de sucesos naturales extremos, la deforestación de las áreas ecuatoriales y tropicales?¿Cómo descuidar el creciente fenómeno de los llamados «pófugos ambientales», personas que deben abandonar el ambiente en que viven –y con frecuencia también sus bienes– a causa de su deterioro para afrontar los peligros y las incógnitas de un desplazamiento forzado?¿Cómo no reaccionar ante los conflictos actuales, y ante otros potenciales, relacionados con el acceso a los recursos naturales? Todas éstas son cuestiones que tienen una repercusión profunda en el ejercicio de los derechos humanos como, por ejemplo, el derecho a la vida, a la alimentación, a la salud, y al desarrollo?» (Benedicto XVI).
El Papa le da tanta importancia que vincula la preocupación y el cuidado de la naturaleza nada menos que al desarrollo futuro de los pueblos y al futuro de la paz en el mundo. La relación del hombre con el ambiente natural y su uso «representa para nosotros una responsabilidad para con los pobres, las generaciones futuras y toda la humanidad» (Caritas in veritate 48).
Al margen de manipulaciones ideológicas que se puedan hacer de esta cuestión y de posibles intereses parciales que nunca faltan, se comprende ciertamente que todo cuanto se refiere a la problemática ecológica esté puesto en primer plano de la actualidad. «El respeto a lo que ha sido creado tiene grandísima importancia, sin duda alguna, puesto que `la creación es el comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios’, y su salvaguardia se ha hecho hoy esencial para la convivencia pacífica de la humanidad».
Hago enteramente mías las palabras del siervo de Dios, el Papa Juan Pablo II, en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1990: la conciencia ecológica «no debe ser, pues, obstaculizada, sino más bien favorecida, de manera que se desarrolle y madure encontrando una adecuada expresión en programas e iniciativas concretas».
La nueva conciencia y preocupación ecológica es, a mi entender, y lo afirmo sin ningún género de dudas, una de las señales más positivas del momento que vivimos. La cuestión ecológica es, ciertamente, responsabilidad de todos, y entraña para todos un verdadero desafío y un exigente deber moral.
La Iglesia se ha ocupado del tema ecológico en numerosas manifestaciones a través de su Magisterio, sobre todo del Papa Benedicto XVI en la última de sus tres encíclicas, «Caritas in Veritate», en el Mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz de este mismo año, y en el vigoroso discurso ante el Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, el pasado enero, en Roma; estos documentos constituyen una gran y esclarecedora enseñanza que arroja no poca luz sobre esta temática tan principal, en todo momento y particularmente en nuestros días.