Con el Papa Francisco se ha evidenciado una constante que ya venía ocurriendo con los anteriores obispos de Roma: la manipulación de sus palabras de acuerdo con los intereses de diversos grupos. La Jornada Mundial de la Juventud tampoco es una excepción a esta práctica. Hace unos días leí un artículo de opinión de un conocido periodista donde no se mencionaba el millón y medio de jóvenes de prácticamente todos los países que se había congregado en torno al Sumo Pontífice, un claro indicativo de que la Iglesia está viva y unida. Tampoco se comentaba nada sobre la asombrosa curación de una joven ciega que rezó con gran fervor a la Virgen María, o los impresionantes testimonios que se escucharon durante el Vía Crucis.
Lo que captó más la atención del periodista, en cambio, fueron las siguientes palabras del Santo Padre: "En la Iglesia hay espacio para todos… Repitan conmigo, cada uno en su idioma: 'Todos, todos, todos'".
Coincido en que la Iglesia debe ser un lugar donde todo el mundo sea bien recibido. Lo que no estoy de acuerdo es en las conclusiones que sacaba después, donde nos presenta dos Iglesias: la de los homófobos, reaccionarios y vomitadores de tibios (son palabras textuales del periodista) y la Iglesia buena, la que ama a todo el mundo, con el Papa Francisco a la cabeza.
Insisto en que estoy de acuerdo en que hay que acoger a todos, pero no de cualquier manera. A la escuela pueden acudir todo tipo de alumnos, sin importar su raza o condición, pero no se les permite que vengan en bañador o que pongan música a todo volumen mientras explica el profesor. Hay una serie de normas que facilitan el aprendizaje y el crecimiento de los alumnos. Lo mismo sucede en el ámbito de la religión. Una escena clave del Evangelio es la de la mujer adúltera, a la que los fariseos desean lapidar. Jesús sugiere que quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, con lo cual, uno a uno, abandonan el lugar al no tener autoridad para condenarla. Finalmente, el Mesías le dice a la mujer: "Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más". Jesús, a diferencia de los fariseos, muestra amor y comprensión. Pero sí concuerda con ellos en que el adulterio está mal. Por eso le pone condiciones a la mujer: "no peques más". No da todo igual. De la misma manera, la Iglesia, como representante de Cristo en la Tierra, debe rechazar el pecado y amar al pecador. Se trata de armonizar el amor, con la verdad. De hecho, una de las obras de misericordia que enseña la Iglesia es corregir al que yerra.
Sin embargo, hoy en día resulta muy difícil llevar a la práctica esta corrección sin recibir el calificativo de fóbico. No cabe duda de que se puede enmendar sin caridad, de manera hiriente y ofensiva, pero me atrevo a decir que en nuestra sociedad resulta más frecuente lo primero, el rechazo de toda crítica, aunque sea educada y con medida. Qué complicado lo tienen los pastores de la Iglesia, sacerdotes y obispos, para hablar con libertad. Sin embargo, a pesar de ello, muchos siguen haciéndolo con valentía, porque saben que los jóvenes tienen grandes ideales y les sigue gustando que les cuenten la verdad. No desean que los engañen diciéndoles que todo vale. Seguir caminos equivocados acarrea consecuencias. Tanto yo como muchos otros las hemos sufrido. Por eso es tan importante contar con buenos maestros que nos acerquen a Cristo, que acoge a todos pero que también es el camino, la verdad y la vida. Deseo que nos encontremos todos, todos, todos en el Jubileo de Jóvenes de Roma en 2025 o en la Jornada Mundial de la Juventud de Seúl en 2027.