Las Navidades siempre son una buena ocasión para regalar libros, y mejor todavía si son libros de lectura espiritual. Sin embargo, si esta lectura solo es capaz de despertar buenos sentimientos y efímeros propósitos hasta caer en el olvido, nos servirá de muy poco. Necesitamos libros que nos inspiren y ayuden a navegar en el turbulento mundo de hoy, en el que se ha sustituido la oración y la fe en la presencia y la asistencia del Espíritu Santo por un enorme catálogo de libros de autoayuda. Muchos de estos libros terminan por no ayudar, como sería su objetivo, pues presentan un excesivo subjetivismo al centrarse bastante en lo que nos pasa a nosotros y acordarse muy poco de lo que les pasa a los demás.

Voy a recomendar un libro sobre las obras espirituales de misericordia, aunque el tema no resulte atractivo para muchos. Si al menos fueran las corporales, las que puede desarrollar una ong bienintencionada... pero si son las espirituales, nos resulta todo algo difuso. No caemos en la cuenta de que las espirituales son más complejas de llevar a cabo que las corporales, pues implican una disposición interior que no podemos alcanzar por nosotros mismos. Hace falta la acción del Espíritu Santo, que sigue siendo el gran desconocido para no pocos cristianos. De las obras espirituales nos habla el libro Solo el amor crea (ed. Rialp), escrito por el sacerdote italiano Fabio Rosini, colaborador asiduo de Radio Vaticano.

Rosini nos presenta una realidad innegable: los cristianos utilizamos sucedáneos de misericordia, en una mezcla heterogénea de ideas, proyectos, ideologías y convicciones. El error más frecuente es pensar que hacer el bien es algo que parte de nosotros mismos y tenemos derecho automático a la recompensa, empezando ya en esta vida, que Dios está obligado a concedernos como si se tratara de una mera retribución. Por el contrario, la misericordia es la piedad del corazón, y brota como consecuencia de nuestro encuentro personal con Cristo.

El libro de este sacerdote italiano supone una forma diferente de contemplar las obras espirituales de misericordia para evitar que se queden en puro sentimentalismo, en la mera satisfacción de portarse bien. Eso me decía un joven que, tras ver una película basada en el Cuento de Navidad de Dickens, tenía ganas de ser bueno con todo el mundo. Lo malo es que las ganas se le pasaban al terminar el día de Navidad.

Las obras de misericordia se hacen desde la humildad, con el deseo de buscar el bien del otro porque somos hermanos, hijos del mismo Padre. Por ejemplo, consolar al triste no resulta sencillo en estos tiempos de oscurecimiento de la fe, y suele confundirse con compadecer o anestesiar a los que sufren. Desde una dimensión cristiana, difícilmente puede consolar aquel que no es persona de oración frecuente, y que no está atento a las sugerencias del Espíritu Santo. En el caso del perdón de las ofensas, no estamos ante un acto de buena voluntad. El verdadero perdón pasa por llenarse de paciencia, que es uno de los atributos de Dios.

Más complejo puede resultar lo de sufrir con paciencia los defectos del prójimo. Rosini dice que algunos lo confunden con la tolerancia, en el sentido de aguante, o con el buenismo, que soporta al otro hasta que un día termina por llenarse de ira. La paciencia es una necesidad fundamental de nuestra vida y está encaminada en dar tiempo al otro para que se arrepienta. No otra cosa hace Dios con nosotros. El autor sugiere además que las personas molestas deberían ser contempladas como enviados de Dios. Son unos mensajeros que nos están pidiendo que interrumpamos por un tiempo el curso de nuestros proyectos. Para nosotros eso es lo más importante, pero deberíamos decir con San Francisco de Asís: “Es tal el bien que espero alcanzar que cada persona me es amada”.

Con todo, para Rosini la obra más importante es rezar a Dios por los vivos y difuntos. Orar consiste en hablar a Dios de los hombres. Muchos padres llegan a la conclusión de que ya no pueden hacer nada por sus hijos. Ya no les escuchan ni les hacen caso, e incluso llegan al enfrentamiento. Pero hay algo que sí pueden hacer: rezar por ellos. Esa oración, por los hijos o por otras personas, es un fruto del amor. Si no hay corazón, no hay oración. La oración manifiesta la misericordia de Dios. No hay obra, corporal o espiritual, que pueda hacerse sin ella. Pero solo el amor crea, como dice el título del libro y que es también es un pensamiento de San Maximiliano Kolbe.

Publicado en el número de diciembre de la revista El Pilar.