El 12 de octubre de 1931 se inauguraba el monumento a Cristo Redentor en la colina del Corcovado, en Río de Janeiro. Nueve años tardó en realizarse una obra que se ha convertido en símbolo de la ciudad y de todo Brasil. El Cristo es un ejemplo de art déco, donde se combinan las líneas verticales y horizontales de la silueta, los juegos sinuosos de los pliegues de la túnica y la dulce inclinación del rostro. Heitor Da Silva Costa, un ingeniero civil, ganó el concurso para llevar a cabo el proyecto, y viajó a Europa para contratar a un escultor que labrara una estatua que finalmente tendría 38 metros de altura.
Contribuyó decisivamente a esta obra el cardenal Sebastiao Leme, arzobispo de Río, organizador de la colecta popular para recoger los fondos requeridos. Estas fueron las palabras del cardenal en el día, un tanto pasado por agua, de la consagración del monumento: «Que esta imagen sagrada sea el símbolo de vuestro lugar de vida, de vuestra protección, de vuestra predilección, de vuestra bendición que se derrame sobre Brasil y los brasileños».
¿Cómo se pensó en representar a Cristo? Al principio, se ideó un Cristo con la cruz y el globo terráqueo en cada mano. Sin embargo, es muy probable que se descartara porque podría asociarse con un poder terrenal, aunque Jesús dijo a Pilatos que su reino no es de este mundo. Quizás la cruz debería haberse insertado en la esfera, por parafrasear una novela de Chesterton, pero así no se habría expresado con rotundidad el amor de Cristo hasta la locura de la cruz. Al final, se optó por reflejar el amor del Crucificado con un gesto: con los brazos abiertos para abrazar a una ciudad, a un país y al mundo.
El ingeniero Da Silva Costa se trasladó a París para encontrar en su estudio de Montmartre a un escultor francés de origen polaco, Paul Landowski, que aceptaba los más variados encargos. Fue uno de los autores del Muro de los Reformadores en un parque de Ginebra, donde aparecían, entre otros, Calvino y Knox. Esto no fue obstáculo para que, unos años después, esculpiera la imagen de Santa Genoveva, patrona de París. Al parecer, uno de los objetivos de Landowski era reunir el dinero suficiente para llevar a cabo el conjunto escultórico de su vida: el Templo del Hombre. El artista estaba influido por lo que entonces se conocía como la religión de la humanidad, con raíces en el positivismo del siglo XIX. Sin embargo, el ingeniero brasileño no le preguntó por sus creencias religiosas o políticas. Tan solo buscaba a quien pudiera realizar mejor el proyecto. Lo encontró al conseguir entusiasmar a Landowski.
Landowski, junto a una reproducción de mesa de su obra más célebre.
Hace tiempo tuve ocasión de leer el diario de Paul Landowski. La mayoría de sus anotaciones se refieren a la gestación de sus obras. Otras tratan de noticias de actualidad, analizadas por un buen conocedor de la historia. Con todo, alguna vez encontramos sus opiniones sobre la religión, como las que escribió en agosto de 1956. El escultor solía acompañar los domingos a la iglesia su esposa Françoise, y se recreaba en las ceremonias de la Misa, particularmente en la consagración. Siempre se mostró interesado por las peculiaridades de las religiones, aunque decía no creer en ninguna. La fe era un asunto exclusivo de los creyentes. Para Landowski, la religión consistía en un fenómeno por el que el hombre cree encontrar a Dios, si bien en realidad solo se busca a sí mismo. La religión le sirve para aferrarse a la vida, para tranquilizarse sobre la muerte. Responde a la necesidad no tanto de vivir sino de sobrevivir. Además, había empezado a leer los escritos del jesuita Pierre Teilhard de Chardin. Le atraía su teoría sobre la noosfera, con la evolución de una conciencia universal, pero no compartía el que esa evolución alcanzara su plenitud con Cristo. Para el escultor, el jesuita había retrocedido a la fe de su infancia. Landowski, por el contrario, seguía obsesionado con su Templo del Hombre, que nunca llegó a realizar, y opinaba que el ser humano evolucionaría a otra especie más desarrollada.
El escultor del Cristo del Corcovado no negaba la existencia histórica de Jesús, aunque compartía la opinión de que el cristianismo se impuso por la espada tras la victoria de Constantino en la batalla de Puente Milvio. Desde entonces, Cristo pasó a ser una maravillosa leyenda. ¿Cómo pudo hacer alguien así una escultura como la del Corcovado? La respuesta la dio el propio autor: un no creyente puede expresar con acierto el sentimiento religioso, si está dotado de imaginación y sensibilidad. La fe no lleva necesariamente aparejado el talento.
El Cristo Redentor fue obra de un no creyente. Tampoco son creyentes todos sus visitantes, y otros solo lo son de devoción. Pero los brazos de Cristo no rechazan a nadie. En ese gran símbolo de Río de Janeiro se refleja el amor a todos los seres humanos sin excepción.
Publicado en Alfa y Omega.