“Probadlo todo y quedaos con lo bueno”. Y este himno es bueno. Muy bueno. Estos niños y adolescentes dan gloria a Dios con su baile y su canción, que comenzó a escucharse en Sudáfrica a principios de 2020 y se ha extendido por todo el mundo como un himno de esperanza en medio de la pandemia. Hit mundial con más de 150 millones de reproducciones en Youtube, de las que más o menos la mitad serán mías, que la escucho en bucle desde hace meses. Tengo algo muy cansino en el cerebro que me permite escuchar la música que realmente me gusta sin cansarme nunca.
Grande África y aún más grandes sus niños y jóvenes llenos de vida y de un ritmo que parece de otro mundo. Se une a la canción mi amor por Sudáfrica. Imposible no amarla. Una nación que ha tenido el perdón como motor de su historia reciente. Y, si no, ved Invictus, película histórica dirigida en 2009 por Clint Eastwood sobre el Mundial de Rugby de 1995, organizado tras el desmantelamiento del apartheid. Nelson Mandela, maestro del perdón, sublime. Pero no solo él. Sudáfrica entera, cuando la guerra civil parecía inevitable, emprendió el camino de la reconciliación y logró cambiar el rumbo de su historia. No se trataba sólo de suspender las leyes injustas y de liberar a los presos. Lo realmente difícil era cerrar las heridas del pasado y poner a cero el cronómetro de la historia. Y lo hicieron. Dios lo hizo en ellos.
Tiendo a ser drámatica (mi hijo mayor me llama Miss Dramas) y me encanta lo épico. Por eso me cautivan himnos tan alegres como Jerusalema, que me hagan bailar, fluir más allá de mis enredos y levantar la mirada al Cielo. Esta canción consigue lo único realmente importante: dejar de mirarse a uno mismo para levantar la mirada a Dios y alabarle.
La traducción de la letra, escrita originalmente en venda, lengua bantú hablada en Sudáfrica, sorprende por su profundidad. Se trata de una plegaria y un grito de auxilio dirigido a Dios. Es un canto a la vida, sí, pero a la vida después de la muerte, a la vida que no pasa. Canta a la Jerusalén Celestial e implora la comunión con Dios: “Jerusalén es mi Hogar, sálvame y camina conmigo. No me dejes aquí solo, mi lugar no está aquí, mi reino no está aquí. Sálvame, no me dejes solo. Mi lugar no está aquí, Jerusalén es mi Hogar". Qué grandes son los africanos, que hasta las plegarias de auxilio en medio de una pandemia, las cantan con alegría y nulo dramatismo. Hacen sonreír a Dios con su ritmo y su confianza.
La letra de la canción representa al hombre desarraigado, extranjero de sí mismo, privado de su verdadera patria. Como dice San Pablo: "Extranjeros y peregrinos sobre la tierra". La ciudad permanente a la que pertenecemos no es de este mundo. Pura escatología.
El éxito de la canción lo refiere su autor, el DJ Master KG, a Dios mismo. Procedente de Limpopo, un pueblo de Sudáfrica, respondió así en una entrevista reciente: “Siempre hago canciones para hacer bailar a la gente aquí en el país y otros países por África. Pero ésta yo diría que es un regalo de Dios. Algo muy grande y totalmente inesperado. Creo que es una canción con la que mucha gente se siente identificada porque es espiritual. También es curativa, tiene un sentimiento curativo en ella cuando la escuchas. Y creo que especialmente durante estos tiempos a los que nos enfrentamos, que es la situación creada por el Covid-19, en la que el coronavirus nos ha afectado a todos por todo el mundo, tener una canción que es tan espiritual, trae algo a la vida. Trae algo al alma de la gente.”
También publicó una foto suya en Instagram señalando al Cielo con el dedo índice y escribió “Thank You GOD For All The Blessings”.
Jerusalema representa la vida con Dios que Juan, autor del Apocalipsis, describe con la imagen de una ciudad en la que todo el pueblo de Dios está reunido: "La nueva Jerusalén”. La ve bajar del Cielo como una esposa que se ha engalanado para ir al encuentro de su esposo (Ap 21,1). La canción transmite algo del esplendor de esta ciudad, que irradia luz por la alegría de vivir en amistad con Dios (Ap 22, 10-21). Ya no habrá tristeza ni sufrimiento. Dios enjugará toda lágrima; no existirá ya la muerte, ni el luto, ni el dolor (Ap 21, 4).
Este era el sueño de Dios desde el comienzo: Jerusalema. Dios con nosotros. Con este himno nos unimos al gozo de Dios cuando exclama en el Apocalipsis con esa “voz fuerte que sale de su trono”: “¡He aquí que lo hago todo nuevo!" (21, 5). Él tiene la primera y la última palabra.