Hace unos días pude ver un video en que se explicaba el sentido espiritual de la misa según la edición típica del Misal Romano promulgado por San Juan XXIII en 1962. Una de las cosas que me llamó la atención fue el modo amable y expositivo adoptado para introducir a los fieles en las riquezas de la tradición litúrgica del rito romano.
Estimo que aquí se encuentra una clave para la difusión de la Misa celebrada de acuerdo al misal de 1962. No me parece que tenga sentido, a la hora de querer que este "tesoro escondido de la Santa Misa" –según la feliz expresión de San Leonardo de Porto Mauricio– sea promovido entre los fieles, introducirla en un discurso de carácter dialéctico que se alimenta de la contradicción. Al menos, que ese clima de contradicción no sea planteado o aceptado por quienes apreciamos a la denominada, según el uso, misa "de San Pío V". Por lo general, los hombres adherimos con nuestra inteligencia y nuestro corazón a propuestas que muestran antes sus bondades que sus diferencias con otras realidades.
Ese bien tan inapreciable que es la unidad de la Iglesia, cuyo vínculo de perfección es la caridad (cf. Col 3, 14), está asegurada, simultáneamente, por vínculos visibles de comunión: la profesión de una misma fe recibida de los Apóstoles; la celebración común del culto divino, sobre todo de los sacramentos; y la sucesión apostólica por el sacramento del Orden Sagrado, que conserva la concordia fraterna de la familia de Dios (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 815).
Esta unidad de la Iglesia nos corresponde afianzarla con espíritu de caridad que, por cierto, resulta complementaria con la firmeza y con la defensa de la Fe católica. Es cierto: vivimos en tiempos de persecución. Nuestros días, desde hace rato, son los de un orden social, no solamente postcristiano, sino anticristiano. La vida de la Iglesia, cotidianamente, no resulta pacífica. Benedicto XVI, en su discurso a la Curia Romana del 22 de diciembre de 2005, citaba a San Basilio cuando este santo Padre, luego del Concilio de Nicea (325), comparaba la situación de la Iglesia con una batalla naval en la oscuridad de la tempestad. "El grito ronco de los que por la discordia se alzan unos contra otros, las charlas incomprensibles, el ruido confuso de los gritos ininterrumpidos ha llenado ya casi toda la Iglesia, tergiversando, por exceso o por defecto, la recta doctrina de la fe".
Por tanto, si la difusión de la misa según el misal de 1962 se hace con espíritu de caridad y de unidad, con la gracia de Dios nos alegraremos de que, sobre todo las nuevas generaciones, descubran ese sentido de lo sagrado al que se refirió el mismo Benedicto XVI al afirmar: "Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande".