El testamento espiritual de Benedicto XVI nos atañe. Habiendo sido nuestro Papa y nuestro maestro, ahora somos una de las cosas más serias que se pueden ser en la vida: herederos. ¿Y qué nos deja?, preguntamos.
Se le van nueve décimas partes de su testamento en dar las gracias. No cabe humildad más grande ni paradoja más sutil. Quien da las gracias reconoce que recibió muchos regalos y los apreció. Parece sencillo, pero, como buen filósofo, Joseph Ratizinger sabía que lo primero es el asombro, que, a través de él, uno se apropia de la realidad, y que la gratitud es el título más legítimo de propiedad.
Cuántas gratitudes desgrana. Primero, a Dios. Después a su familia. Esto emociona por tres motivos. Uno, por la fuerza del vínculo: quien dejó casa y padres por Jesús vuelve en su hora más trascendente sus ojos a los suyos. Dos, por el encendido canto al matrimonio cristiano que conlleva. Y, en tercer lugar, por su amor a sus dos hermanos de sangre. La fraternidad es una cosa muy grande.
Otra gratitud es a su patria. Es curioso porque uno de los últimos libros de Juan Pablo II, si no el último, Memoria e identidad, hizo también bandera de un sano patriotismo. El globalismo tropieza en la piedra de Pedro. Benedicto XVI da también las gracias por la belleza, esa otra patria. Ese ramillete de gratitudes son regalos porque nos enseñan a recibir los dones de la vida.
Como es lógico, todo el mundo se fija más en su advertencia, tan oportuna: "¡Manteneos firmes en la fe! No os dejéis confundir". Antes nos había preparado avisando a sus compatriotas alemanes del mismo peligro para la fe. No es una redundancia. Dándole la vuelta a un testamento redondo, apunta a que los males de la iglesia de Alemania son el anuncio de aquello contra lo que nos previene. Aprovecha su experiencia intelectual para advertir de que las modas intelectuales vienen y pasan, mientras que la fe permanece. Sin levantar la voz, esa parte del testamento atruena.
Pide nuestras oraciones (que es otra manera de mimarnos, porque rezar es lo mejor) y ya. Puede extrañar de un teólogo de tanta finura que no nos diga más. No. Un intelectual está escribiendo su testamento en todo lo que publica. Sus libros y sus encíclicas son donaciones que nos fue haciendo en vida, en pro indiviso. Cuenta con que eso sabemos, y el testamento va a lo esencial: Dios, la familia, la patria, la belleza, la fe, la esperanza y la caridad.
Publicado en Diario de Cádiz.