En casi todas la confesiones que oigo, a la hora de dar la penitencia, suelo decir a los penitentes entre otras intenciones: “Rece Vd. por España y su recristianización” y casi siempre oigo esta contestación: “Ya lo venía haciendo”, es decir, hay una auténtica preocupación entre nuestra gente por la situación que estamos viviendo. Y es que si hace todavía cuatro años nos hubiesen dicho que el Gobierno de España iba a estar apoyado y condicionado por los amigos de los terroristas de ETA y por los separatistas que en 2017 dieron un golpe de Estado con el fin de romper España y separarse de ella y que hay regiones de España donde no se puede estudiar en español, nos hubiésemos reído y considerado chiflados a quienes tales cosas hubiesen afirmado. Y sin embargo es así.
Yo nací en la guerra civil y tengo más de ochenta años. Está claro que no puedo considerarme responsable de que sucedió en ella, ni ya ninguno de mis contemporáneos, y como decía a mis alumnos, cuando al explicar Historia de la Iglesia en segundo de BUP llegábamos a ella, les decía: “De la guerra civil quedan rescoldos. Mi tarea es echar sobre ellos agua y no gasolina”. Y les contaba historias de gente que en ambos bandos trató de paliar los efectos del desastre. No debí hacerlo del todo mal, porque en este tema nunca recibí una queja o protesta de ningún padre o madre, lo que me indica también que la gente, y en ella he de incluir a los políticos de aquella época, deseaban la paz y la reconciliación.
Nuestra civilización europea se basa en tres pilares: Jerusalén, Atenas y Roma. Jerusalén es Jesucristo y el cristianismo, Atenas representa a la filosofía y Roma el derecho, pero aunque los no creyentes y los enemigos de la Iglesia han pretendido ignorar la contribución del cristianismo y muy especialmente del catolicismo a Europa, me parece indiscutible que es la Iglesia la que más ha aportado. En casi todos los lugares la iglesia principal es el monumento más importante de la ciudad, por no hablar de las bellas artes e incluso de los museos. Pensemos en nuestro museo más importante, el Prado.
Por ello me pegué el gustazo de votar no a la Constitución europea, por su intento de tapar las raíces cristianas de Europa, y me alegré que no saliera adelante. En cuanto al mundo cultural, a lo largo de los siglos ha habido un gran esfuerzo educativo por parte de la Iglesia, y la mayor parte de las más famosas Universidades europeas son de origen eclesiástico. Incluso en América, en el Imperio español, ya en el siglo XVI, con una ventaja de siglos sobre Norteamérica, había Universidades.
Pero también es verdad que, salvo raras excepciones, ha habido una vergüenza colectiva de llamarse católico. Nos hemos sentido acomplejados, dejándonos llevar por el respeto humano, cuando en realidad la fe nos dice que la vida tiene sentido, que éste no es otro sino el amor y que la muerte no es el final de todo, afirmaciones que no pueden hacer los no creyentes.
Por ello me he alegrado mucho de dos sucesos de estos días: el magnífico discurso de Isabel Díaz Ayuso inaugurando un belén y el del diputado de Vox en el Congreso Francisco José Contreras enseñando el crucifijo que llevaba su tío abuelo cuando murió martirizado por odio a la fe. Al fin y al cabo, no podemos presumir, como pueden hacer los marxistas, de cien millones de asesinatos.
Espero que estos dos ejemplos, así como la criminal Ley de la Eutanasia, arrastren a los políticos creyentes a dar razón de su fe sin complejos de ningún tipo. Hemos de defender nuestras ideas con energía, con proposiciones positivas, pero sin faltar a la Verdad y sin insultar, porque el insulto es el argumento de quien carece de ellos y además tiene un efecto boomerang, porque no rebaja al insultado, que sigue siendo el mismo, sino a quien insulta, puesto que le hace perder categoría humana. Y en cuanto a los no creyentes, creo que hay bastantes que se consideran personas honradas y decentes y espero que sepan defender la dignidad humana y la vida frente a prácticas infames como el aborto, el terrorismo y la eutanasia.