La idea de este artículo es buenísima. De lo que es fácil deducir que no es mía. Se le ha ocurrido a un sacerdote gaditano destinado en Madrid, el padre José María, que tiene un blog de cine y unas ideas también de cine, como se suele decir. Ha escrito: "Para unirme al sínodo de la Amazonía, esta tarde voy a poner en mi parroquia Apocalypto, que es una película muy bonita sobre el intercambio cultural y religioso en la América precolombina".
La película de 2006 que rodó Mel Gibson describe con toda crudeza los sacrificios humanos que hacían entonces las veces de religión. La rabiosa actualidad de la película radica en recordarnos oportunamente que el ser humano no resiste el vacío de la trascendencia y que, entonces, recurre al sacrificio real o simbólico o implícito. No sólo en el Yucatán precolombino, sino en todas partes, como explica René Girard en La violencia y lo sagrado y en Veo a Satán caer como el relámpago, libros imprescindibles. La película de Gibson es muy conveniente para unirse al Sínodo de la Amazonía, y reflexionar sobre la humanidad precristiana; y también para unirse al Sínodo de Alemania, y reflexionar sobre la humanidad postcristiana. Expulsar a Cristo (y su sacrificio definitivo, de una vez por todas) es jugar con fuego.
Lo excelente de Apocalypto no es solamente que deje esto claro -como también lo hace El señor de las moscas (Harry Hook, 1990; sobre la novela homónima de William Golding), por cierto-, sino las peripecias de Garra Jaguar, su protagonista, que huye desesperadamente de quienes quieren sacrificarlo. Al principio el espectador se queda pasmado por la potra por los pelos que va teniendo para sortear peligro tras peligro, pero, justo un segundo antes de caer en la inverosimilitud, presiente que una Mano más poderosa que la suerte está manejando los hilos. En Apocalypto se siente la Providencia de una manera visual, narrativa, excitante y reveladora.
Por último, está el final. La esperanza empieza como virtud teologal cuando se ha perdido toda esperanza humana, y ahí vemos a Garra Jaguar acorralado entre sus perseguidores y el mar, rendido, de rodillas, cuando aparece la cruz sobre las velas de una carabela española, y se salva. No me extraña que el padre José María proyecte la película en su parroquia, porque es un auto sacramental moderno, aunque no lo parezca entre tantas huidas trepidantes y violencias, como nuestro tiempo.
Publicado en Diario de Cádiz.