La Iglesia, como cualquier grupo humano, asociación o empresa, está en constante actualización. “Actualizarse o morir”, gritan algunos amantes del cambio acelerado. Tienen razón. El cuerpo del ser humano cambia, y cambia más de lo que pensamos. Después de 7 u 8 años han desaparecido la mayoría de nuestras células, y han sido reemplazadas por otras nuevas. Pero a la vez permanece constante su identidad genética. Y si pensamos en nuestra dimensión psicológica o espiritual, experimentamos su gran variación a lo largo de nuestra historia cotidiana, y a la vez constatamos que algo, alguien, permanece; somos conscientes de nuestro yo, de ese sujeto que permanece constante en medio de tantas circunstancias que van y vienen.
Una de esas actualizaciones recientes de la Iglesia, que me ha llamado la atención, es el nuevo Directorio para la Catequesis publicado hace pocas semanas. Lo ha elaborado el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, y ya su nombre reclama la novedad y actualización. El documento ha sido publicado en dos traducciones españolas, otras dos inglesas, y otras dos portuguesas, según la región a la que va dirigido, aparte de algunos idiomas más. La Iglesia no tiene miedo en acercarse a las circunstancias concretas de sus miembros, y sabe que ese acercamiento pasa también por el modo de hablar específico de Europa o de América.
El Directorio mezcla dos realidades aparentemente lejanas: la era digital y la antropología cristiana. ¿Tecnología y filosofía a la vez? En ocasiones pensamos que estas ramas del saber son con el agua y el aceite, inmezclables. Como mucho, se puede poner una junto a la otra, ¿pero las dos juntas, interrelacionadas?
La era digital actual, o era de la conexión (me resisto a llamarla era de la comunicación), supone un gran reto en el modo de comunicar la fe, y formarse en ella. Y la fe no puede ser ajena a esta actualización del siglo XXI. Actualizarse o morir. Es un fenómeno que ha recibido un fuerte impulso en estos últimos meses, principalmente a causa de nuestro “amigo” coronavirus. Y en estos meses, por ejemplo, se ha disparado el consumo virtual de contenidos religiosos.
Junto a esta virtualidad juega un papel muy importante la antropología cristiana, la realidad de este ser, unión de cuerpo y espíritu. Y no podemos prescindir, ni de la parte corporal, tal vez amenazada por el exceso de “mundo virtual”, ni la parte espiritual, que continúa amenazada por la inmediatez del materialismo. ¿Cómo juntar agua y aceite? Con uno de esos “palabros” que olvidamos fácilmente, pero que apreciamos mucho: la mistagogia de la Iglesia, de la predicación y de los sacramentos.
Podríamos traducir esta palabra como la riqueza del simbolismo, el significado profundo de tantos gestos de las celebraciones eclesiales, y de toda la vida de la Iglesia: el significado del agua, una realidad tan cercana y a la vez tan llena de contenido. La belleza de la luz y su presencia en la liturgia, por ejemplo en la Vigilia Pascual. La riqueza que esconde el vino, una realidad tan cercana para nuestra cultura mediterránea, y a la vez tan llena de celebración festiva y reflejo de la entrega por amor hasta la muerte.
Los sacramentos son un maravilloso invento de Dios, que responde plenamente a la naturaleza de este espíritu encarnado, de este ser de dos mundos. Son signos sensibles, visibles, tangibles, que transmiten y comunican la gracia, la vida de Dios.
En mi experiencia como catequista del Bautismo he experimentado la riqueza que esconde, por ejemplo, el Cirio Pascual y la liturgia de la luz de la Vigilia Pascual. Y al mismo tiempo, lo fácil que resulta a los catecúmenos entender esta simbología cuando se la explicas y detallas. Somos hombres de carne y hueso, y cuando vemos en el cirio a Jesucristo, rodeado del Alfa y la Omega, y a la vez circundado por el año civil en curso (2020), captamos fácilmente que el Cristo, Señor de la historia, es Señor de mi historia concreta, aquí y ahora.
Los cinco granos de incienso nos recuerdan las cinco llagas de Nuestro Señor (cabeza, pies, manos y costado), que nos recuerdan la dura realidad de la cruz. La cruz siempre duele. Pero a la vez el incienso nos remite a la divinidad de esas llagas, y al Cristo Dios que las sufrió por nosotros. Gracias a ese sufrimiento pasamos de la oscuridad a la luz. ¿Y cuándo se produjo ese tránsito, sino en el momento de la Resurrección, simbolizando con la iluminación total del templo, después de proclamar el pregón pascual y los grandes hitos de la Historia de la salvación?
La era digital y la antropología tienen en común al sujeto de la predicación y la catequesis.