La ética de la administración de bloqueadores de la pubertad a niños transgénero está siendo cuestionada en el Reino Unido. El doctor Michael Biggs, sociólogo de Oxford, dice que el Servicio para el Desarrollo de la Identidad de Género (GIDS, Gender Identity Development Service, dependiente del Servicio Nacional de Salud británico) ha estado prescribiéndolos sin pruebas sólidas sobre sus efectos a largo plazo.
La trascendencia de administrar bloqueadores de la pubertad es una cuestión debatida. La postura del GIDS es que se trata de algo “reversible”. Sin embargo, el doctor Biggs, utilizando documentos del GIDS a los que ha tenido acceso mediante una petición basada en la Libertad de Información [sistema que prevé el sistema británico para acceder a la documentación de organismos públicos], dice que eso no es verdad. Uno de dichos documentos dice: “No está claro qué efectos a largo plazo puede tener la supresión prematura sobre el desarrollo óseo, la estatura, el desarrollo de los órganos sexuales y la forma del cuerpo, ni tampoco su reversibilidad si se detiene el tratamiento durante el desarrollo adolescente”.
Biggs escribe en el blog Transgender Trend que “existen pruebas no publicadas de que después de un año de administrar GnRHA (antagonistas de hormona liberadora de gonadotropina), los niños informaban de un mayor grado de autolesión y las niñas experimentaban mayores problemas de comportamiento y emocionales y expresaban mayor insatisfacción con su cuerpo: es decir, los bloqueadores de la pubertad exacerbaron la disforia de género. Sin embargo, el estudio ha sido utilizado para justificar la aplicación de este régimen farmacológico a varios cientos de niños menores de 16 años”.
En el Reino Unido se está disparando el número de niños implicados en los programas de transición de género. En 2018, el GIDS supervisó en torno a 2000 niños transgénero o que se cuestionaban su género (un incremento del 300% en tres años). Se aprobó la administración de bloqueadores de la pubertad a aproximadamente un 15% de ellos. Pero ni el Instituto Nacional para la Salud y la Excelencia en la Atención [NICE, National Institute for Health and Care Excellence] ni los fabricantes han certificado que sean seguros o eficaces para el tratamiento de la disforia de género. En efecto, su uso es experimental, aunque cada año se emitan 300 nuevas recetas del medicamento.
Publicado en BioEdge.
Traducción de Carmelo López-Arias.