No podemos continuar emblocados, que es lo mismo que estar embarrancados. El barranco lo tenemos delante, y a menos que tú quieras la hecatombe, nos conviene hablar cara a cara como las personas y sin condiciones previas, antes que lanzarnos al vacío. Insisto. Debemos, de una vez por todas, dialogar. Ya sé que eso que te digo, y más hacerlo, te pide violencia, pero es normal. Ir contra ti mismo no te gusta en lo profundo del alma, porque la naturaleza, la bestia que llevas dentro, te impulsa a dejarte y dejarte pasar todo sin dejar pasar nada a los demás, a abandonarte a tu libre arbitrio, a lo fácil y a lo gratificante. No es extraño que por este motivo al hacerse violencia a uno mismo en ese sentido, el saber popular le ha llamado siempre “virtud”, después de definirla Aristóteles como “excelencia” (“areté”).
“¿Qué es la virtud?”, me lanzas prepotente, como un Pilato de nuestros días. La virtud, te diré, es todo aquello que te impulsa a superar tu tendencia animal para llegar a ser progresivamente, a cada paso, a cada golpe, más hombre, más mujer, más humano.
¿Has visto un animal domesticado? ¿Has tenido la oportunidad de amaestrar un perro? Salvando las distancias, ¿te has encontrado con ser padre o madre? Al bebé se le tiene que acostumbrar al alimento, a los horarios, a las rutinas, a las caras, a los gestos... Al niño hay que enseñarle a compartir, a convivir, a imaginar... Al adolescente se le debe acompañar en el desarrollo de sus facultades llamadas superiores hablándole de superación, de amor... Al joven es necesario apoyarlo en su apertura al mundo... Y así podríamos seguir. El objetivo de todo ello no es más que forjar a esa persona para saber enfrentar la vida y el mundo en sociedad, sin violencias, con equidad, con respeto y con reconocimiento propio y ajeno; y todo con amor y responsabilidad. Todo eso es virtud.
He dicho “forjar”, y no lo he hecho porque sí. Forjar implica calentar, quemar, dar golpes, retorcer, moldear, acariciar, formatear, bruñir, suavizar... No es fácil forjar, y más hoy, que hay déficit de forjadores, ni es fácil dejarse forjar, porque hay déficit de aprendices. Vivimos demasiado bien, y estamos acostumbrados a dejar pasar y dejarnos ir al tuntún según nuestros propios caprichos. Y eso a cada instante. Pero resulta que eso no es lo que pide la vida lograda, que es exigente, tengas mucho o tengas poco.
Para todos la vida es dura, en un sentido u otro. Por eso no es extraño que las personas que nos dirigen (o que deberían dirigirnos) no sepan hacerlo. Porque no han aprendido lo que es forjar ni lo que es dejarse forjar. Se creían que llegarían al poder y podrían, entonces, hacer “definitivamente” lo que les viniera en gana para conseguir su/s objetivo/s. Pero la vida les demuestra, una vez más, lo que es. Y solo se asume con virtud.
Ahora, por lo que sea, te hemos elegido a ti. Y lo hemos hecho no para que hagas lo que quieras, sino lo que queremos todos, pues, aunque parezca mentira, todos, absolutamente todos, queremos una misma cosa. ¿Qué no sabes lo que es? Te lo diré: queremos igualdad, libertad, fraternidad. ¿Te suena a algo? No, no. No me hables de la Revolución Francesa. Viene de mucho antes. Lo dijo ya, a su manera, Jesucristo. ¿Y te ríes? Mira: ¿no habló Jesucristo de la igualdad del hombre y la mujer? ¿No defendió la abolición de la esclavitud? ¿No proclamó, por encima de todo, el amor? Aprende. Deberás hacer un aprendizaje forzoso y acelerado, porque no estabas preparado, sé sincero. Pero no me seas descabellado, que ya nos conocemos...
Tienes en tus manos el cofre deseado, con todos nuestros deseos dentro. No lo tienes fácil. Para que no te estalle en la cara, ve sacando uno a uno, sin prisa, pero sin pausa. Deberás ir acogiendo deseos, y más ahora que se acerca Navidad y Reyes. Unas buenas fechas para vivirlos. Tras acogerlos, deberás encontrar la manera de hacernos convivir, que es “vivir con”. Porque, en resumen, lo que todos queremos es lo mismo. En una palabra: vida. Dios quiera que no engendres muerte.