Durante siglos la homosexualidad ha sido considerada como una enfermedad que debía ser tratada como tal por la psiquiatría. Los tres grandes pioneros de la psiquiatría, Freud, Jung y Adler, consideraron la homosexualidad una patología. Actualmente, sin embargo, se piensa que la homosexualidad no ha de ser considerada como una enfermedad en sí, dañina para la integridad mental de la persona, sino simplemente como una realidad que puede resultar o no perturbadora para el individuo afectado. La homosexualidad, en sí misma y por sí misma, no implica ninguna alteración del entendimiento, de la honestidad, ni de la capacidad profesional.
Por ello, una fuerte tendencia tiene el convencimiento de que la homosexualidad no puede ser considerada como el síntoma de una enfermedad psiquiátrica subyacente, de que no existe relación de causa a efecto entre alteración psiquiátrica y conducta homosexual, por más que no sea raro encontrar patología psiquiátrica entre los homosexuales, pero para quienes así piensan muchas de las alteraciones psicológicas que se observan en ellos son mera consecuencia de la exclusión, el estigma, el miedo, el aislamiento y la ruina social producidas por una sociedad hostil.
La Organización Mundial de la Salud hace ya años que ha retirado la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales, lo que no significa haya unanimidad entre los psiquiatras sobre esto, lo que es una buena razón para optar por la prudencia en cuanto opiniones tajantes, pues muchos piensan que lo que se consigue con ello es privar a los enfermos del tratamiento que necesitan. De hecho, en Agosto del 2009 la Asociación de Psicólogos Americanos ha autorizado a sus terapeutas a tratar la homosexualidad, permitiéndoles que ayuden a los homosexuales a rechazar o controlar sus impulsos, con una nueva terapia basada en la fe y en la identidad sexual.
Para éstos, la homosexualidad no es una condición óptima, ni puede ser presentada como un ideal en materia de sexualidad, no pudiendo tampoco ser reconocida como una alternativa a la heterosexualidad. Comparada con ésta, la homosexualidad comporta menoscabos. Ya la anatomía humana apunta a la heterosexualidad. Las acciones homosexuales no expresan ciertamente una unión complementaria, por lo que excluyen de raíz una plena polaridad sexual y la procreación de descendencia. Por tanto, la relación homosexual adolece de esterilidad. Si la homosexualidad fuese asunto de libre elección personal prácticamente nadie escogería un estilo de vida que los expone a tanta hostilidad, discriminación y sufrimiento. Incluso cuando los individuos creen haber escogido su tendencia, muchas veces lo que sucede es que han decidido asumir su orientación sexual específica.
La homosexualidad se origina ordinariamente antes que el joven pueda tomar decisiones personales y conscientes, por lo que no es extraño que muchos de ellos crean que se trata de una inclinación innata. La inclinación homosexual se encuadra dentro de la condición psíquica del sujeto y no es algo que la persona escoge. Incluso cuando se declara en edad adulta, sus raíces son muy anteriores. Debemos también distinguir entre varios tipos de homosexualidad, ya que no existe una forma única de ella, por lo que lo mejor sería hablar no de homosexualidad, sino de personas homosexuales, personas con historias y experiencias distintas, pues no es lo mismo, por ejemplo, un homosexual promiscuo que un homosexual con pareja estable, o incluso aquél que controla su sexualidad, si bien todas las estructuras tienen puntos comunes. Desde un punto de vista psicológico están los que se desesperan de su situación; los que por el contrario están satisfechos de su estado, aunque desaprueban los obstáculos y la condena que la sociedad impone a su modo de ser; y aquéllos que han logrado sublimar su tendencia y mantienen su equilibrio afectivo y personal, por lo que logran vivir con bastante o total normalidad, incluso con total castidad.
Existe hoy, en todo el Primer Mundo, un lobby gay, en el sentido de la aceptación y reivindicación del estilo de vida homosexual y de sus valores, muchas veces radicalmente opuestos a los de nuestra cultura cristiana, lo que constituye un importante fenómeno social, pues hace que estos homosexuales entiendan su condición como algo distinto de un estado o destino individual. Como consecuencia de la liberalización de las costumbres, se oye por todas partes que los sentimientos homosexuales son algo normal, una simple cuestión de preferencia o gusto y se ha hecho corriente enseñar que la homosexualidad es algo natural. Actualmente muchos medios de comunicación y buena parte de la industria del entretenimiento promocionan la aceptación de la homosexualidad. Muchos gay creen haber nacido así e incluso se da quien dice haber escogido libremente el ser homosexual, en nombre de una errónea concepción de la libertad sexual. También en muchos países, entre ellos España, gays y lesbianas han salido del armario, dicen, y manifiestan públicamente el orgullo homosexual. Quienes lo viven desde dentro asumen cada día más su propia identidad, rechazan la clandestinidad y la marginación, y exigen lo que consideran sus derechos. Quieren pertenecer a una minoría bien definida y sentirse cómodos entre gentes de inclinaciones similares. La prensa gay habla de una cultura específicamente homosexual y presenta a éstos como una minoría oprimida. En cambio, otros muchos homosexuales no desean ser gays, es decir viven un profundo conflicto entre sus valores y su tendencia sexual, ante la que intentan no rendirse, sino superarla, saliendo de la homosexualidad.