Me informa una persona de mi parroquia, muy relacionada con la comunidad benedictina del Valle de los Caídos, que pase lo que pase con la tumba de Franco, los monjes seguirán allí. Como es sabido, el presidente accidental del Gobierno de España, don Pedro Sánchez, está empecinado en desenterrar de su sitio al que fuera durante cuarenta años jefe del estado español, para llevárselo a no sé donde. Ignoro el porqué de tanto empeño. Quizás, me digo yo, quiera ganarle ahora la guerra aquella que perdimos nosotros, dudo que sus ancestros también, por incompetentes. Reúno “galones” suficientes para hablar de ese modo. Niño de la guerra, refugiado con mi familia huyendo del frente, tres hermanos incorporados a filas en el bando republicano –gracias a Dios volvieron sanos y salvos–, uno de ellos encarcelado durante año y medio al acabar la contienda, un hermano de mi madre que vivía en Barcelona muerto en la batalla del Ebro, otro tío, hermano de mi padre, condenado a trabajos forzados en un campo de concentración sito en Bayona (Pontevedra) por ser alcalde de un pueblecito de Castellón donde no se mató a nadie. Perdimos la vaquería que teníamos con una decena de vacas. Tras la guerra nos incautaron las tierras, aunque nos las devolvieron pronto. ¿Sigo? Pues, a pesar de tantos pesares, no me considero en absoluto de izquierdas. Ser ahora como Pedro Sánchez o Pablo Iglesias es mear fuera del tiesto, es remar contracorriente del rumbo que sigue la Historia y contrario a mis convicciones religiosas.
Pero, a lo que iba: a la abadía del Valle de los Caídos y a sus monjes. Vayamos primero al envoltorio, a la basílica y sus edificios anexos. Este conjunto monumental se construyó por iniciativa del anterior Jefe del Estado apenas acaba la guerra civil, y él fue quien eligió el lugar en el valle de Cuelgamuros, sierra de Guadarrama, provincia de Madrid, a poco más de 50 kilómetros de la capital, equidistante además de Ávila y Segovia. Las obras comenzaron en 1940 a cargo de una brigada de presos políticos, semejante a otras que se crearon en diversos puntos de España, como aquella de Bayona que he citado. Luego acabaron siendo campos de reclusión de estraperlistas del menudeo, aquellos que suplían la muy menguada dieta de las cartillas de racionamiento.
La basílica, subterránea, fue construida bajo un monte rocoso y coronada por una inmensa cruz de 150 metros de altura, la más elevada del mundo, con los brazos del crucero de 24 metros cada uno. La base está formada por las esculturas de los cuatro evangelistas y sobre ellas las alegorías de las cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, obras del escultor extremeño Juan de Ávalos, igual que la piedad del pórtico de acceso a la basílica, a imitación de la Pietà, la obra excelsa de Miguel Ángel que se expone a la derecha según se entra en la basílica de San Pedro en el Vaticano.
Los presos del Valle disfrutaban de un régimen privilegiado, dentro de sus limitaciones, como la principal de todas: la falta de libertad. Vivían en pabellones construidos para ellos con sus respectivas familias, y los hijos tenían escuelas propias en el mismo Valle, donde pudieron cursar hasta el bachillerato aquellos que lo quisieron. Normalmente los penados que se incorporaron a las obras del Valle solicitaban el traslado a estos trabajos. Para mayor conocimiento del tema el lector puede acudir al libro de Alberto Bárcena Los presos del Valle de los Caídos.
La primera intención de Franco fue construir un monumento a la memoria de los “caídos en la gloriosa cruzada”, pero en seguida se cambió de objetivo para honrar a todos los caídos de uno y otro bando en la guerra civil. Terminada las obras en 1957, inmediatamente empezaron los trabajos de traslado de cadáveres.
Durante varios años fueron llegando al Valle los restos procedentes de fosas comunes de lugares donde habían acaecido grandes batallas de aquella guerra. Así de Brunete, Belchite, Grado, Gandesa, Badajoz, Teruel, etc. Fosas en su momento improvisadas para dar sepultura a los cadáveres esparcidos por el terreno del “teatro de operaciones”, como se diría en el lenguaje castrense. En total se hallan enterrados “en sagrado”, dentro de la basílica, 33.872 combatientes de aquel período, de los cuales dos tercios se hallan plenamente identificados, pero el tercio restante no lo ha podido ser, ni es fácil que lo sea ahora, por las condiciones en que fueron enterrados inicialmente, para evitar que quedaran tirados en lo que había sido campo de batalla, a merced de animales carroñeros, y el deficiente estado en que se conservaron después.
En un segundo artículo hablaré de la presencia de los benedictinos en esta abadía y su misión en ella.