Este verano he tenido unas vacaciones estupendas. Después de un curso apretado y presionado ha sido una maravilla dejar el ordenador apagado, disfrutar de familia y amigos, conectar con la naturaleza -playas, prados, montes-, descansar el cuerpo y el espíritu. Prácticamente no he puesto la televisión ni he visto las noticias, el horario de verano no coincide con los telediarios. Tampoco he dedicado casi tiempo a la prensa y me he limitado a los periódicos locales, que en el norte de España dan todo tipo de noticias sobre vacas, hortalizas, pesca y cuestiones similares, infinitamente más gratificantes que la información política, que no he leído porque con los titulares ha sido más que suficiente. De vuelta a Madrid me he propuesto ir andando a todas partes y limitar la atención que le concedo a la actualidad. De momento está funcionando y estoy contenta.
Andar es un ejercicio que me encanta y el rato que dedico a ir de un sitio a otro es también un tiempo que aprovecho para pensar, para contemplar, para disfrutar. Desde que hice el camino de Santiago me gusta andar fijándome en las cosas cercanas y sencillas, me producen mucha alegría. Dedicar la jornada a recorrer veinte kilómetros ayuda a comprender la medida humana, cosa que se diluye completamente en un coche circulando a 120 km por hora y no digamos en un avión. Desplazarme a pie me permite ajustar la noción de espacio y tiempo a mi escala, a mi realidad. Caminar para mí es mucho más que ejercicio físico y aunque por supuesto prefiero hacerlo en la naturaleza, también en la ciudad encuentro muchos alicientes.
Lo de limitar las noticias está siendo liberador. Es apabullante la cantidad de datos con los que nos bombardean y que no aportan ninguna información relevante. El espacio que dedican los periódicos y las televisiones a temas secundarios o banales nos distrae de prestar atención a cuestiones importantes. Por no hablar de lo que se puede calificar directamente como propaganda dirigida a hacernos permeables a lo que quiera que sea. Así que he decidido no dar poder a estos intrusos, evitar que me invadan y ocupen una parte de mi vida que no les corresponde.
Estas pequeñas iniciativas cotidianas tienen efectos colaterales. Se desactiva la sensación de atemorizadora urgencia que transmiten los medios de comunicación para dejar paso al sosiego y poco a poco se desvelan propósitos de más enjundia, tanto propios como ajenos.