Se ha anunciado a bombo y platillo la concesión de un ‘bono cultural’ a todos los jóvenes mayores de dieciocho años, "destinado al consumo de productos y servicios culturales", entre los que se cuentan cine, teatro, libros, música, festivales, videojuegos y suscripción a plataformas digitales que procuran películas y series en línea. Por supuesto, tan sórdida iniciativa no ha hallado contestación convincente desde las tribunas mediáticas (que, a fin de cuentas, participan del chollo), ni tampoco desde otras facciones políticas, unidas todas en esa reverencial idolatría a la ‘cultura’ propia de la gente ignorante. Si acaso se ha sugerido tímidamente que el bono en cuestión es una medida clientelar, que compra el voto de los jóvenes; cuando lo cierto es que sus ambiciones son infinitamente más mayores.
Sin entrar siquiera en el fondo de la cuestión, se podría haber señalado que tal bono se destina al ‘consumo’ de ‘productos’. Ambas palabras sirven para describir la naturaleza de una medida corrosiva, que en efecto trata de azuzar hábitos consumistas y dirigir la curiosidad y el anhelo de conocimiento de los jóvenes hacia ‘productos’; es decir –como la propia etimología de la palabra nos indica–, hacia cosas que han sido fabricadas con el propósito de que seamos ‘guiados’, ‘conducidos’ (ductus) hacia los rediles que interesan al sistema. En realidad, la expresión ‘producto cultural’ constituye un oxímoron delator: pues ‘cultura’, en la acepción clásica de la palabra, es el alimento que el alma necesita para lanzarse al conocimiento del mundo; y ese alimento no puede ser un ‘producto’ (algo fabricado con el fin de guiarnos hacia un redil), sino exactamente lo contrario: algo que, aun estando fuera de nosotros, nos reconcilia con lo que somos.
Lo que nuestra época denomina cínicamente ‘cultura’ es, por el contrario, el ruido que nos distrae e impide saber lo que somos; un puro ‘consumo’ que aturde y aísla el alma, hasta convertirla en un vertedero donde tienen cabida todos los paradigmas sistémicos. Si la ‘cultura’ es, ante todo, un ‘vínculo’ con nuestra propia identidad (con nuestra tierra, con nuestros antepasados, con nuestra genealogía espiritual), los ‘productos culturales’ son ‘hipervínculos’ que, a la vez que nos desarraigan, nos lobotomizan, convirtiéndonos en rebaño sometido a las modas y encantado de dejarse pastorear.
Existen tres formas de falsificación de la cultura; y de las tres participa este malhadado bono. La primera consiste en hacer de la cultura una diversión que estimula los apetitos sensitivos, a la vez que anestesia los apetitos intelectivos; la segunda consiste en hacer de la cultura una estafa o sacaperras del contribuyente; la tercera y más grave consiste en hacer de la cultura un instrumento para corromper al pueblo, mediante el suministro en un ‘soma’ (los ‘productos culturales’) que, a la vez que convierte a los seres humanos en una agregación de átomos extraviados e individualistas condenados a la intemperie espiritual, se convierte en una suerte de líquido amniótico que los encapsula, moldeando sus conciencias hasta tornarlas todas iguales y sumisas a los paradigmas culturales, haciéndolas berrear la misma canción vitalista (en inglés, para más inri), haciéndolas ver la misma serie televisiva woke, haciéndolas jugar al mismo videojuego embrutecedor.
Este ‘soma’ corruptor no es más, por supuesto, que una inmensa colección de baratijas para mantener a la gente distraída, sometida a estímulos que, lejos de formar el gusto y nutrir la razón, contribuyen a su vaciamiento y pudrición. Se trata de evitar el esfuerzo del intelecto y la búsqueda espiritual que toda auténtica inquietud cultural exige por una evasión del intelecto y una búsqueda sensitiva, que busca goces efímeros, chisporroteos morbosos que, lejos de iluminar la verdad de las cosas, la nublan y oscurecen, procurando a cambio cosquillas placenteras a nuestros sentidos (que, desligados del alma, han desarrollado entretanto gustos frívolos o desquiciados, cuando no directamente aberrantes).
Sin duda, lo que este bono pretende es mucho más grave que convertir a los jóvenes en ‘clientes’ de la ideología gubernativa. Se trata de suministrarles gratis el ‘soma’ que los convierta en un ejército de jenízaros adoctrinados en los paradigmas sistémicos que interesan al reinado plutocrático mundial. No se trata tan sólo de que voten a la facción que les procura el bono; se trata de que el bono ‘abone’ (o sea, calcine) sus almas, algo infinitamente más ambicioso y perverso.
Publicado en XL Semanal.