En el episodio de la vocación de Mateo, Mateo festeja su llamada por Jesús organizando un banquete en el que invita a sus amigos, muchos de ellos publicanos y pecadores, lo que conlleva la crítica de los fariseos hacia Jesús. Jesús responde con esta frase: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos” (Mt 9,17; Mc 2,17; Lc 5,31).
Que todos nosotros somos pecadores y por tanto enfermos espirituales nos lo recuerda el Apóstol San Juan: “Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros” (1 Jn 1,8). Pero la pregunta a la que quiero referirme en este artículo es: ¿está nuestra sociedad realmente enferma?
Para contestar a esta pregunta voy a preguntarme qué valor damos en nuestra sociedad a uno de los textos morales más importantes de todos los tiempos: me refiero al Decálogo y su influjo actual en nuestra sociedad. El Decálogo significa que poseemos el libre albedrío, es decir, que hemos sido creados por Dios con capacidad para hacer el Bien o el Mal, amar y dar vida o, por el contrario, odiar y dar muerte. La libertad supone usar el libre albedrío para amar y hacer el bien, mientras que quien no ama tiene una libertad frustrada y esclava del mal.
El problema de Dios, al que hacen referencia los tres primeros Mandamientos, es un problema fundamental tanto para cualquiera de nosotros como individuos, como para la sociedad. Aunque se dan numerosas incoherencias, el cómo abordamos el problema de Dios afecta a nuestra concepción del mundo y de la vida y a nuestra conducta en particular y a la de la sociedad en general.
Desgraciadamente, hoy parece que Dios produce alergia. En casi todos los partidos y en muchísima gente, la gran mayoría procura no citarle, olvidarse de él o combatirle abiertamente. Incluso se ha dicho que la ley que Dios nos ha dado, la Ley Natural, es una reliquia ideológica y un vestigio del pasado.
Como sustituto de Dios, hoy lo que predominan en nuestra sociedad son las ideologías. A Dios se le intentó sustituir en la Ilustración por la Diosa Razón y actualmente por las ideologías, es decir el conjunto de ideas fundamentales que caracterizan el pensamiento de una persona, colectividad o época. Se exalta la libertad hasta el extremo, confundiéndola con un hacer lo que me dé la gana. Y así nos encontramos con las tres grandes ideologías del momento: la relativista, la marxista y la de género, estrechamente relacionadas entre sí para desgracia de la Humanidad. Prescindo de la nazi, hoy mucho menos influyente, así como de los nacionalismos, por su carácter más local, aunque tanto daño estén haciendo en nuestro país.
De estas ideologías no proviene nada bueno. Emplean palabras bonitas, como libertad, igualdad, fraternidad y democracia, pero son de naturaleza violenta y han ocasionado grandísimos males.
Los relativistas generalmente no creen en Dios o por lo menos son agnósticos, y en consecuencia tampoco en la Ley ni en el Derecho Natural. En consecuencia la Verdad y el Bien no son algo objetivo, sino que, llegado un momento dado, son perfectamente modificables: lo que ayer era malo, hoy puede ser bueno y al revés. En esta ideología no se piensa que contra el hecho no valen argumentos, sino que en un conflicto entre mi ideología y la realidad es la realidad la que debe adaptarse a mi ideología, y no al revés.
Sobre el marxismo voy a ser muy breve. Estoy de acuerdo con el Parlamento europeo, que lo ha declarado en septiembre de 2019, junto con el nazismo, ideología criminal y totalitaria. Han intentado transformar el mundo por la economía, la lucha de clases y el odio. El resultado ha sido un fracaso total en la lucha contra la pobreza y el más que dudoso honor de ser la ideología que más víctimas ha ocasionado en el siglo XX.
Y sobre la ideología de género su pretensión es destruir el matrimonio y la familia. Su moral sexual va totalmente en contra de la moral católica y del sexto y noveno Mandamientos.
Y sin embargo Dios y la Iglesia Católica nos indican por dónde debemos ir: el camino es guardar los Mandamientos, especialmente el Mandamiento del Amor. Un mundo que respete la Ley de Dios, el Decálogo y la Ley Natural, sería un mundo mucho mejor. Y no digamos que no se puede hacer nada, porque ya hoy la mayor parte de las obras de misericordia y de las instituciones benéficas son obras de la Iglesia. Ojalá haya también muchos políticos verdaderamente católicos y cristianos, como Adenauer, Schumann y De Gasperi, que pusieron los cimientos de Europa.