El amigo que nos ha invitado a almorzar (y que ha cocinado) nos cuenta que el proyecto de Decreto de Habitabilidad del gobierno vasco se encuentra ya en su última fase de tramitación. En las futuras viviendas, se obligará a tener habitaciones de al menos 10 metros cuadrados "sin jerarquía". Se trata de romper «la configuración tradicional separada» donde había un dormitorio principal para los padres como signo de poder heteropatriarcal. Los cuartos más grandes para los hijos permitirán, además, que hagan su vida en su habitación, sin tener que convivir con sus progenitores en el cuarto de estar.
Las cocinas estarán siempre conectadas a la zona de estar para "que las tareas del hogar sean visibles y puedan ser compartidas por el conjunto de la unidad familiar", y para crear mala conciencia en los que en ese momento no estén trabajando en la cocina o recogiéndola (sobre todo).
Como tengo un pronto pedante, recordé esa película soviética (antisoviética) donde, porque todas las ciudades, todos los coches, todas las casas y todas las personas eran iguales, un tipo, al que se había ido la mano con el vodka, se confunde de avión y aterriza en otra ciudad, pero no nota ninguna diferencia con la suya y va a su calle (otra con el mismo nombre), y allí está su mismo coche y la llave le abre la puerta (porque las cerraduras son idénticas) y casi no diferencia a su esposa, etc.
Sin embargo, después, ya en casa, mientras mi hijo y yo hacíamos el fumet y el refrito para la fideuá del día siguiente, y mi mujer y mi hija leían en el lejano salón, caí en la cuenta de que, para perspectiva de género a las claras, el matrimonio. ¿De qué servirá en las familias monoparentales meterles la cocina en el salón, encima, por ejemplo? Los hogares rotos no ven al padre haciendo las tareas del hogar, porque no ven al padre en el hogar.
No juzgo ninguna situación familiar. Cada casa es cada caso. Simplemente constato que esas leyes, decretos, políticas, organismos y directrices que quieren instaurar una igualdad de género según su gusto, con los metros milimétricamente medidos de las habitaciones y el reparto atómico de las tareas domésticas entre el marido y la mujer, olvidan la base, que no les preocupa ni lo más mínimo, de todas esas precisiones. Mientras tanto, mi mujer se ha asomado a la cocina, y observa que debo recogerla más y mejor. Yo recojo, y mi hijo me dice: "Ya me lo esperaba".
Puclicado en Diario de Cádiz.