Resulta indigno, vergonzoso y altamente ofensivo que todo un vicepresidente del Gobierno se atreva a firmar que «en España no hay democracia plena». ¡En España hay una democracia como un castillo de grande! El gran jurista Hans Kelsen nos enseña que los elementos constitutivos de una democracia fetén se hallan perfectamente descritos en las actitudes de Poncio Pilatos. Y conste que aquí, por supuesto, no nos referimos a la democracia fané que los griegos desarrollaron como forma de participación del pueblo en el gobierno, sino a la ‘democracia plena’ que disfrutamos, entendida como fundamento de gobierno, que establece la voluntad de la mayoría (o sea, de las oligarquías partitocráticas que la mangonean) como forma única de legitimidad.
Dos son los fundamentos filosóficos de una democracia fetén, según nos enseña Kelsen. El primero de ellos consiste en la negación de la verdad. «¿Qué es la verdad?», pregunta Pilatos, sin advertir que la tiene ante sus ojos. Para Kelsen, la causa democrática está condenada a la derrota allá donde se acepta que puede accederse a la verdad y captarse el orden del ser. Al demócrata sólo resultan accesibles valores y verdades relativas; o, dicho más específicamente, intereses coyunturales -lo mismo da si son justos o criminales- que se protegerán con leyes, para que el pueblo pueda retozar, hociquear y refocilarse como un gurriato en un albañal. En una ‘democracia plena’, cada hombre puede crear ‘su’ verdad, lo que lo convierte en ‘auténtico’. Y la deliciosa suma de ‘autenticidades’ logra, mediante el juego de las mayorías y los consensos, un reinado universal de la felicidad. En una ‘democracia plena’ se negará sistemáticamente el orden del ser: la comunidad política fundada en el bien común, las formas de sociedad natural, la misma naturaleza humana y los confines de su existencia.
El otro rasgo necesario, según Kelsen, para que exista una ‘democracia plena’ es consecuente del anterior. Pilatos, tras negarse a determinar la verdad, se dirige a la chusma congregada ante el pretorio y le pregunta: «¿Qué he de hacer con Jesús?». A lo que la chusma responde, sedienta de sangre: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!». Y Pilatos resuelve la cuestión de forma plebiscitaria, consagrando el crimen. El criterio de la supuesta mayoría (a menudo el criterio de la minoría más vociferante e intimidadora) se erige en norma; y, de este modo, la norma ya nunca más obedece a la justicia, sino a las preferencias caprichosas o interesadas de dicha mayoría. Y así, muy democráticamente, se pueden consagrar las formas más risueñas de crimen: desde el perduellio o traición a la patria hasta el asesinato de nuestros hijos, pasando por el abandono de la familia o el sopicaldo penevulvar.
Pilatos, en la exposición de Kelsen, se presenta como prototipo de lo que debe considerarse una ‘democracia plena’. Resulta, en verdad, indigno, vergonzoso y altamente ofensivo atreverse a insinuar siquiera que en España no disfrutamos de una democracia como un castillo.
Publicado en ABC.
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