Casi huelga decir que Leopoldo Marechal fue uno de los más grandes escritores de nuestro país [Argentina]. Esencialmente poeta, abordó con singularidad la novela, el ensayo y la dramaturgia. Él fue todo un acontecimiento en nuestra cultura, aunque, como es proverbial entre nosotros, su auténtica imagen ha sufrido cierta adulteración. A nuestro entender, se lo ha devaluado a golpe de ramplonerías, como la repetición agobiante de su frase sobre el "subsuelo de la Patria sublevado" -bella referencia, por cierto, al 17 de octubre- o su circunstancial autocalificación como el "poeta depuesto". De ahí que en esta época en la que todo fluye al extravío rústico, se haya pretendido cristalizarlo como "poeta nacional y popular".
Pero si, ajenos a supercherías populistas, buscáramos su auténtico retrato, cabría afirmar que Marechal fue poeta de la Belleza en su íntima unión con la Verdad y el Bien, en tanto trascendentales del Ser. Él mismo lo testifica en su exquisito Descenso y ascenso del Alma por la Belleza: "Si mi vocación amorosa tiende a la posesión del bien único, infinito y eterno, Bondad es el nombre de quien me llama. Si el bien es alabado como hermoso, Hermosura es el nombre de quien me llama. Si la Hermosura es esplendor de lo verdadero, Verdad es el nombre de quien me llama".
En "Descenso y ascenso del alma por la Belleza" (1939), el teólogo escucha a Marechal hablar de Dios; el filósofo, de los Universales (que son reflejo de la Esencia de Dios); y el poeta se involucra en la atmósfera que lo obsesiona: la Belleza (o sea, Dios).
Sirva esa cita para esquivar ideológicas mitificaciones y afirmar de una vez que la obra marechaliana no se define por la inclinación a lo prosaico sino por su vocación hacia lo Alto. Su fe católica -más allá de algunos renuncios hacia al final de sus días- es estructurante en toda su obra, al igual que su constante abrevar en las fuentes clásicas. En ese sentido, fue poeta occidental y cristiano.
En tanto poeta creyente se entregó a la revelación del fundamento del Ser, procurando ser imitador del Verbo; y en tanto vate argentino ensayó la transmisión del sentido metafísico de la Patria. Sellemos el retrato con sus propios versos: "Estudia mis palabras que harán reír a muchos:/ yo siempre fui un patriota de la tierra/ y un patriota del cielo".
La "patria niña"
La Argentina fue destinataria dilecta de la obra de Marechal, que a ella vuelve en su novelística y en toda su obra poética, como en Los aguiluchos y Poemas australes, el Canto de San Martín o las Odas para el hombre y la mujer. En éstas últimas inauguró el tópico de la argentinidad doliente en el poema "De la patria joven": "La Patria es un dolor/ que aún no tiene bautismo:/ sobre tu carne pesa lo que un recién nacido".
Pero su principal poema argentino habría de llegar con el "Heptamerón", pues en el Segundo Día de esa semana "genesíaca y sacra", como la llama Antonio Caponnetto, se dilatan los cantos de "La Patriótica": "Descubrimiento de la Patria" y "Didáctica de la Patria".
En "La Patriótica", Marechal enseña historia argentina sub specie aeternitatis, dirigiéndose al develamiento de la esencia de la "patria niña". Son los suyos poemas pedagógicos que responden a la tradición antigua didascálica, y sus versos expresan el resultado del "combate del poeta por imitar la Forma de la Patria y comunicarla a sus compatriotas", como asegura Caponnetto.
Males argentinos
Es cosa de nota, pero Marechal no dedica ni un sólo verso a lo extranjero. No despilfarra letras en sociologismos ni aplebeya su verbo nominando "fondos buitres", "oligarquías" o "gorilas". Prefiere en cambio hablarles a los argentinos sobre lo patrio, sin lisonjerías o halagos empalagosos, pero sí con la paciencia amorosa del buen médico que señala las dolencias al enfermo en busca de salud.
Brevemente se dirige el poeta a los que gobiernan, principiando por recordarles el verdadero origen de la autoridad: "No has de olvidar que todo poder viene de Arriba,/ y que lo ejerces por delegación". Aunque, alerta como todo argentino, continúa con la necesaria reconvención: "Josef, el gobernante que lo ignora u olvida/ se parece a un ladrón en sacrilegio/ que se va con el oro de una iglesia". Como se ve, abundan los sacrílegos entre nosotros.
Continúa Marechal con una serie de asertos que harían la pesadilla de los modernos politólogos a la carta. En primer lugar, el sentido arquitectónico de la política, con la virtud del político prudente que ha de ser primero y, antes que nada, servidor: "Según la más antigua ley de la caridad, / el superior dirige al inferior. / Todo buen gobernante lo será / cuando a sus inferiores descienda por amor".
Ley de Caridad, dice Marechal, que conlleva la obligación, ínsita al que manda, de proteger al prójimo, especialmente al débil e indefenso. Decididamente lo opuesto al remedo paródico del populista que balbucea "la Patria es el otro" mientras se convierte en Herodes para impedir el Nacimiento.
Ajeno a demagogias baratas, Marechal enseña que "el gobernante que no asuma el gesto de la paternidad es ya un tirano de sus inferiores". Pero advierte: "Empero, no confundas esa paternidad / con un fácil reparto de juguetes. / Ni te muestres al pueblo demasiado / ni en el poder te agites como un hombre de circo".
Pero Marechal no se demora en los vicios de gobernantes, que aquí son tan axiomáticos como una ley física, sino que se explaya en pecados argentinos, como la Envidia -"¡que no te muerdan sus dientes amarillos!", o la Gula -lamentándose de los "gordos terrestres", y también el Latrocinio, "esa soslayada forma de la violencia".
No obstante, lo que late en el fondo de "La Patriótica" es el desprecio por el espíritu geométrico, por la aspiración utilitaria y la mirada atrofiada del cuantofrénico. Lo que se advierte es la repulsa por los "apisonadores de adoquines", que con mirada bovina se mueven en la fascinación guaranga por el dólar. Lo que Marechal desdeña es la "cobardía de los ojos oblicuos" que acecha a los argentinos.
Por eso, porque reconoce sus pecados, Marechal entiende a la Patria como "un temor que ha despertado". Siente aprensión por el hombre argentino que, distraído en jactancias y hedonismos, deja pasar los males con mueca displicente. Nuestro poeta teme y recela de sus compatriotas como Sócrates con los atenienses, que terminaron prefiriendo "el cocinero al médico". Es que los argentinos, dice nuestro poeta, nos dormimos "en todas las vigilias del hombre".
El campo de batalla
Estamos en medio de una guerra no declarada e invisible. No hablamos de la "guerra bacteriológica" en cuyo nombre tantos atropellos e injusticias se cometen, sino de aquella en la que literalmente se pone en riesgo la existencia de las personas, las familias y los pueblos. Rotundamente lo anuncia Marechal: "No te olvides que al salir al sol / entrarás en un campo de batalla".
La batalla que hoy se libra no es política, ni mercantil, tampoco legal o constitucional, aunque de todo eso contenga elementos. Incluso excede a la "batalla cultural" que hoy, con tanta ambigüedad, se nombra a destajo. Como bien canta Marechal: ayer, hoy y siempre la batalla es metafísica: "Ángeles y demonios pelean en los hombres: / el bien y el mal se cruzan invisibles aceros. / Y has de andar con el ojo del alma bien alerta / si pretendes estar en el costado / limpio de la batalla".
Y el "costado limpio de la batalla" no está sujeto a rebusques subjetivos, pues es el mismo de siempre, el que querella por sostener las columnas vitales de toda nación fiel a su Tradición: la familia, los estamentos intermedios, la cultura y la fe: "No sólo hay que forjar el riñón de la Patria, / sus costillas de barro, su frente de hormigón: / (...) La Patria debe ser una provincia / de la tierra y del cielo".
Sabemos que no todo argentino tendrá el oído presto a seguir la pedagogía marechaliana. Hemos perdido el "vivir en poesía" que anhelaba el puntano Esteban Agüero y estamos más atentos a lo prosaico que a lo poético: "Generaciones hubo más dignas que la nuestra. / ¿Qué nos pasó a nosotros, Josef, que nos legaron / un tiempo sin destino que merezca un laurel, / un puñal que no sale de la vaina. / Y un día sin talones de castigar la tierra, / o una estúpida noche / de soldados vacantes?"
Pero si es cierto que la pietas patriótica marechaliana es doliente, también que el suyo es un canto esperanzado. ¿Es él nuestro poeta más desoído? A veces creemos que sí, pero luego vemos que muchos compatriotas, los más, munidos del buen sentido y el corazón dispuesto, siguen día a día la didáctica marechaliana: primero, la obligación de vencer a la infame "Cobardía de los ojos oblicuos" y luego buscar la realización de la Patria, partiendo de la "fiel geometría": "La Cruz tiene dos líneas: ¿cómo las traza un pueblo? / Con la marcha fogosa de sus héroes abajo / (tal es la horizontal) / y la levitación de sus santos arriba / (tal es la vertical de una cruz bien lograda).
Publicado en La Prensa.
Si quiere puede recibir las mejores noticias de ReL directamente en su móvil a través de WhatsApp AQUÍ o de Telegram AQUÍ