He tenido el privilegio de ver Amanece en Calcuta el mismo día de su estreno. No me lo podía perder porque desde hace meses venía siguiendo con entusiasmo su producción a través de las noticias que su director, José María Zavala, nos comunicaba por las redes.
Llegó el gran día y pude disfrutar cada uno de sus 90 minutos de calidad cinematográfica y fuerza espiritual. Pero debo decir que lo que más agradezco no es tanto lo que la película presenta, sino precisamente lo que le falta.
Porque Amanece en Calcuta no es una biografía de la Madre Teresa ni de su obra; tampoco es una antología de sus milagros ni meras anécdotas de algunos testigos de su vida. En ese sentido, se quedará muy corta para quien acuda al cine esperando una de estas cosas. En una película testimonial, y por ello puede ofrecer mucho más que historia pasada a quienes la sepan contemplar. Nos ofrece la pervivencia de una obra maestra de Dios en la historia y más allá de ella, así como nos desafía con una invitación y una pregunta que no podemos eludir.
El filme está compuesto por seis testimonios sobre la Madre Teresa mientras vivía entre nosotros y lo que ahora sigue haciendo desde el cielo. Mientras lo veía pensaba que yo hubiese agregado muchas más cosas sobre ella, pero entendía que ese no es el objetivo de esta película, repito. Aquí se presenta el paso de la luz de Dios coherentemente recibida, custodiada y ofrecida por una persona en el tiempo. Dicha luz sobrepasa cualquier reconstrucción sobre su figura particular, y siempre nos remite más allá, hacia Dios, que es la búsqueda de todos los santos. Ese esplendor eterno no puede esconderse ni extinguirse, y por eso sigue alcanzando a muchos más a través del tiempo. Por eso Amanece en Calcuta apenas presenta algunos de sus destellos, que, aunque parezcan pocos, contienen en sí la carga de un alma que ha marcado la historia con su determinación, caridad, valentía, exigencia y ternura, características que desafían a toda persona de ayer y hoy.
Esa provocación es el gran valor de esta película, no apta para quien quiera seguir llevando una vida sin más. Porque nos sacude con el escándalo de la santidad, expresado por el mismo Cristo en su advertencia a quien quiera seguirle: “El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su propia vida por mí y por el evangelio, la encontrará” (Mateo 16, 25). Porque un santo no es quien simplemente hace el bien y por eso es querido por algunos; eso le haría tan solo una buena persona. Tampoco es solo un héroe, que lucha por una causa y se le admira por sus cualidades personales. La grandeza del santo se basa en que ha dejado actuar la gracia de Dios, que siempre sobrepasa sus limitaciones. Del héroe se espera demasiado, y cualquier imperfección ya lo descalificaría; un santo no se avergüenza de sus debilidades, porque en ellas se manifiesta el poder de Dios (2Cor 12, 9). El héroe es elevado por encima de los demás; el santo es el que ha sabido ponerse por debajo de todos como su servidor. Del héroe se busca reseñar cada detalle de su vida; la del santo, en cambio, se va desvelando con la sutilidad del amor y el misterio.
Por eso es que aparentemente falta tanto en Amanece en Calcuta, pues hay que entender que la riqueza de sus testimonios continúa desplegando su potencialidad mucho después de haberlos visto. Esta película debe ser calificada, entonces, como un canto al amor dentro de esa partitura mayor que el Eterno Creador compuso en el cielo y quiso que fuese interpretada en la tierra por una hija elegida. El coro de ese canto sigue siendo entonado hoy por tantos de sus seguidores, como también por quienes han sido bendecidos por alguno de los milagros de Dios que les ha alcanzado su intercesión.
Lo que le falta a Amanece en Calcuta es lo que puede mostrar Dios a quienes, movidos por esta provocación, se dispongan a profundizar sobre la Madre Teresa. Pero sobre todo lo que falta es lo que comienza una vez se apagan los proyectores de la sala de cine: el descubrir la presencia de Dios como ella misma lo hizo, a través de la radicalidad del amor a Cristo crucificado y viviente en cada tabernáculo y en cada prójimo, especialmente en los más pobres.
No podemos menos que agradecer a José María Zavala, a su inseparable esposa, Paloma Fernández Gasset, y a sus hijos, Borja e Inés, por esta película que continúa la línea de sus inspiradoras producciones literarias y audiovisuales sobre grandes santos de nuestro tiempo, como el Padre Pío de Pietrelcina, Juan Pablo II y ahora la Madre Teresa de Calcuta.
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