Hace cuatro o cinco meses poca gente se planteaba esta pregunta. El mundo caminaba a un ritmo de progreso casi imparable. La ciencia, la técnica, cada vez perfeccionaban más los distintos ámbitos de la vida, y parecía que nos acercábamos con paso firme hacia la plena perfección del mundo. Parecía que ya estaba tocando a la puerta el nuevo ser humano, el "posthumano" primo del transhumano y pariente cercano del "ciberhumano", para desplazar de modo imparable al homo sapiens sapiens, que por más sabio que se le nombre, está lleno de imperfecciones.
Recuerdo haber oído a un "convencido pensador" que en menos de 40 años habremos vencido la principal imperfección del hombre, la muerte. Llegaba incluso a afirmar que ponía el límite de 40 años por ponerse un plazo generoso. Dicho en lenguaje coloquial, que "vamos sobrados" para conseguir dicha meta.
Sin embargo, desde el mes de febrero, todo ha cambiado en nuestra querida Europa. Aquello que parecía muy lejano, además de muy pequeño, ha ido entrando en nuestra acomodada sociedad desarrollada, cuasi perfecta. Y ha entrado creando muchos y serios estragos. Ese trocito de material genético, y de mínimas proporciones, se ha convertido en una gran amenaza para nuestra vida. Y ya son miles los que han fallecido, cientos de miles los contagiados, otros tantos los sanitarios que se ven desbordados, y muchísimos más los que padecemos, cada uno a su nivel, la gravedad y dureza de esta crisis.
Confiábamos con una certeza casi inamovible en la perfección del hombre, en sus increíbles capacidades y posibilidades. Y de repente esa confianza ha entrado en crisis, por culpa de un pequeño ser vivo, tan pequeño que sólo se puede observar bajo un buen microscopio. Y la pregunta que hace cuatro meses nos parecía intrascendente, hoy vuelve a estar de plena actualidad. ¿Hay motivos para la esperanza?
Abundan los planteamientos voluntaristas de seguir confiando en el hombre. Los buenos deseos, las buenas palabras, que me recuerdan a aquel de una campaña electoral norteamericana. "Yes, we can". ¿Realmente podemos? ¿Podemos seguir confiando después de darnos de bruces con la debilidad del hombre que la realidad nos está imponiendo?
El hombre puede lograr muchas cosas. No está todo perdido. Los metafísicos dirían, y con razón, que en el hombre no todo es negativo. Su impotencia no es absoluta, pero tampoco su potencia. Hay que confiar en el hombre, en sus capacidades, pero a la vez ser consciente de su imperfección, de su limitación, de que no llegaremos a la perfección científica absoluta. Por ello los cristianos, sin dejar de confiar en el hombre, cimentamos nuestra confianza en Dios. Esto no quiere decir olvidarnos del presente de los problemas, a veces tan graves y apremiantes del más acá, confiando vacíamente en el más allá.
El refranero popular nos recuerda: A Dios rogando, y con el mazo dando. Pero en momentos como el actual resulta más evidente que, por más golpes que demos con el mazo, el dolor, la imperfección, la muerte, nos siguen comiendo bocado a bocado. El objetivo final que perseguimos no puede ser la perfección científica, el ideal del posthumanismo o del transhumanismo, que nunca alcanzaremos. El objetivo final está en el amor, está en la belleza del bien, está en Dios. Y por eso seguiré afirmando, no sólo que veremos la luz al final del túnel, sino que también "hay luz en el interior del túnel". Como explicó muchas veces José Luis Martín Descalzo, gran periodista y sacerdote, siempre tendremos Razones para la esperanza.